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Palabras que no caben en la boca

José Antonio “Nono” Sucre, Roxana Hernández Pasquier y Alberto Hernández
José Antonio “Nono” Sucre, Roxana Hernández Pasquier y Alberto Hernández.
 

1

Todavía nos acechaban algunos fantasmas, de esos que solían burlar las horas y convertirse en duendes o en fenómenos de la naturaleza, como un trueno o una lluvia pertinaz, tan brutalmente tropicales que hoy destacan en las primeras planas de los periódicos.

Estaban allí muchos nombres de vivos y muertos. Y ese día del año 78, ese día que ya no recuerdo el lugar de la semana, me tropecé con un tipo en la puerta del diario El Imparcial, en el mismo instante en que entraba el féretro de Alfredo Henríquez Arias, nuestro recordado “Charrito”, jefe de redacción del que fuera el decano de la prensa de Aragua.

—Este es el Nono Sucre, el amigo que te mencioné hace días —me dijo Asdrúbal Camejo, quien militaba en el MAS al lado de Nono y de otros personajes que luego alcanzaron esferas superiores en la política tanto regional como nacional.

El tipo me extendió una de las manos de saludar y me sonrió con cierto desgano. De inmediato, en medio de una timidez que aún no me abandona, la amistad se hizo, como la luz aquel otro cercano día del Génesis.

Enterramos al Charrito y luego escanciamos unas cervezas para celebrar el feliz viaje de quien fuera amigo de todo el mundo, quien seguramente así lo sigue siendo desde su esfera eterna.

 

2

Días después conocí la biblioteca del Nono Sucre, quien en realidad y en la ficción se llamaba y se sigue llamando José Antonio Sucre Millán, de los Sucre de oriente y de los Millán también de oriente.

—Bueno, es que yo soy un guaiquerí salao —me dijo en la sala de su apartamento.

Me quedé girando alrededor de la expresión y la acepté para siempre como el mejor vocativo de un hombre que viene de una isla plena de sol y vientos marinos. Y claro, Nono tenía cara de guaiquerí, de indio del mar.

De ahí en adelante, hasta el día de su postrero aliento, Nono y quien esto escribe fuimos hermanos. Mi familia se hizo suya y la suya se hizo mía. Por él conocí a poetas, narradores, locos, borrachos y alucinados de este país, entre ellos al poeta José Lira Sosa, allá en su calle Guilarte de Porlamar. A Felito en Juangriego. A José Vicente Abreu en la Caracas de los 80. A tantos otros que hoy alimentan nuestros afectos. A su hermana Yaya y a su cuñado Domingo, también en la isla, quienes me brindaron calor y afectos. A Belkys y a Leonel, a Luis Felipe, a Luis, entre los tantos que lo sobreviven y lo siguen nombrando.

 

3

Nono nació en 1942. No recuerdo el día aunque muchas veces lo celebramos, pero eso no importa. Tenía 68 años cuando partió el día de San José de este año, es decir, el 19 de marzo. Con Nono viajé y trabajé mucho. Escribimos a dos, a tres, a cuatro, a diez manos, de día y de noche. Leímos juntos mucha poesía y se nos olvidó el mundo muchas veces por alcanzar el significado de un verso, o la borrosa truculencia de un cuento.

El guaiquerí salao que fue Nono. El que lo sigue siendo, permanece en la memoria, en aquella que dejamos sembrada en periódicos y revistas. En El Imparcial, entre denuncias políticas, allanamientos y malas querencias. En El Aragüeño, cuando en el suplemento literario En Letras Vivas José Aloise Abreu y Santiago Rojas capitalizaban las publicaciones culturales de Maracay, en los primeros años de la década de los 70, donde publiqué mi primer texto. En El Siglo, en El Carabobeño, en Notitarde, en La Prensa de Los Llanos, en aquel sueño que de revista devino librería llamado Umbra, donde respirábamos y nos ahogábamos con Eduardo Casanova, nuestro pariente poético y hermano de sangre y huesos.

Fueron más de treinta años de aventuras. De viajes, de flujos y reflujos. Y en esa jornada estuvieron sus hijos Joche, Tania y Piti y luego los otros muchachos que son los más muchachos de él: Alejandro, Valentina y Juan David. Y con ellos, doña Celia, ese ángel maravilloso, guaiquerí, margariteño y del Valle del Espíritu Santo, la madre de mi amigo, que también fue la mía, como la mía fue la de él. Sus hermanos mis hermanos y los míos los suyos. Su tierra la mía y mía la suya. La isla fue mía con sus mareas y mi llano con su inmensidad fue de él. Su Caribe y mi triste río Tiznados se encontraron en muchos paisajes.

Periodista conocedor del idioma, perfeccionista y sin miedo. Malcriado y amable, loco y cuerdo, áspero, amoroso, sobrio y embriagado. Poeta descuidado, ajustado a las deshoras. Un ser humano que andaba por el mundo, por nuestras calles, con su nombre bien puesto. Alunado, asoleado. Ese era mi amigo y hermano Nono Sucre.

Hay muchas más palabras para decir de él, pero esta noche no me caben en la boca.

Maracay, en el CNP, entre amigos y duendes, la tarde del jueves 2 de junio de 2011.