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“El callejón de los milagros”, de Naguib MahfuzEl callejón de los milagros

He nacido en los viejos barrios de El Cairo y los amo.
Pienso que en la base de la escritura hay una especie de amor,
por un lugar, por una gente, por un ideal. Estos barrios viejos
lo son todo para mí, como una esposa única...

Naguib Mahfouz a Salwa Al Neimi
Magazine Littéraire

1

He entrado a El Cairo a pesar de la música estridente del vecino (me tiene harto de malas rancheras, cantadas por sodomitas angustiados). He mirado con alegría las callejuelas empedradas. Los perros de la ciudad azotados por la arena.

Sin conocer Egipto tengo una idea del pensamiento del hombre de la capital. Naguib Mahfouz me ha conducido con maestría por cada mirada, cuerpo o gesto de sus personajes, construidos con extraordinaria paciencia. Cada rostro de Mahfouz es un mosaico de su país. Sintetiza en El callejón de los milagros los vicios, virtudes y pasiones de un pueblo que hoy hemos comenzado a conocer.

(“Muchos son los detalles que lo proclaman: el callejón de Midaq fue una de las joyas de otros tiempos y actualmente es una de las rutilantes estrellas de la historia de El Cairo...”).

 

2

Mi vecino de edificio insiste en elevar el volumen del aparato de sonido (extraño es el café de Krisha lleno de la estridencia de Juan Gabriel, quien contorsiona las caderas en una imitación a la danza del vientre). El vecino de enfrente pega un alarido y cae al piso frente a su mujer que también bizquea de la borrachera. Yo sigo con Mahfouz.

 

3

La calle Sanadiqiya es la historia de El Cairo. Cerca de ella el núcleo que el escritor árabe utiliza para hacer el universo: el Callejón de Midaq. Confluye en conjunto de voces que no agotan las múltiples imágenes de los personajes.

Construir un personaje de novela obliga a un oficio, al de narrar. Se trata de un fabulador de conductas: Naguib Mahfouz. Cada capítulo es un retazo de acciones escalonadas: un paisaje envuelve al sujeto y éste a la vez organiza la visión de mundo del autor: personaje tan real que enceguece.

Rompe la tradición del tiempo y el espacio. Es notoria la presencia de un imaginario revelador. Si Sherezade contó para no dejar morir a su hermana, el Premio Nobel egipcio lo hace para preservar la memoria árabe: tener presente que su pueblo es una multiplicidad de caracteres y signos.

(“Los ruidos del día se habían apagado y se comenzaban a oír los del atardecer, susurros dispersos, un ‘Buenas noches a todos’ por aquí, un ‘Pasa, es la hora de la tertulia’ por allá. ‘¡Despierta, tío Kamil y cierra la tienda’, ‘¡Cambia el agua del narguile, Sanker!’, ‘¡Apaga el horno, Jaada!’, ‘Este hachís me duele en el pecho’. Cinco años de apagones y bombardeos es el precio que hemos de pagar por nuestros pecados”).

 

4

(Juan Gabriel me ha convertido en un idiota. He llegado a mi límite. Saco la cabeza por la ventana y grito la madre del vecino, quien sin inmutarse me saluda con la cordialidad y humor de su cantante).

 

5

El Cairo es un personaje. Un templo repleto de vocablos, intenciones, olores. Personaje que respira con el aliento del “hachís escondido”. Transpira en el pan de Jadada, en las mariconerías de Hussain Kirsha. Ovilla la coquetería miserable de Hamida, la ociosidad inútil del tío Kamil, la “sabiduría” de Booshy, la fabricación de mendigos de honorables y pingües profesiones. El jeque Darwish representa la vieja caricatura de la ensoñación.

 

6

El vecino, al fin, apaga el ruido y se sume en su propio callejón. El tío Kamil reclama su mortaja. Abbas se burla y el jeque sentencia:

“Has tenido suerte. La mortaja es el velo de la otra vida”.

Me gustaría decirle lo mismo a mi vecino, pero me encuentro en la última página de El Cairo y no quiero regresar.

(“Después, el interés de los vecinos del callejón se concentró en la familia de carniceros que fue a ocupar el piso de Booshy. La familia del carnicero consistía en su mujer, siete hijos y una chica muy hermosa de la que Huissain Kirsha dijo que era tan bonita como la luna en cuarto creciente...”).

A esta hora, cuando han pasado varios años de esta crónica, El Cairo se debate entre la vida o la muerte: es decir, entre seguir en dictadura o conocer la libertad. En algún rincón del antiguo callejón Naguib espera, atiende, respira su ausencia y se acerca a los eventos de las calles de su ciudad. Algo le dirán, porque lo están mirando.