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Caín y AbelElogio de la otra intemperie

La realidad es, a menudo, un vuelo.
Luis Antonio de Villena

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De antiguo le viene al hombre la miseria líquida y pastosa: la realidad. Posturas ante espejos de agua para levantar el cuerpo. En vuelo. Miradas altivas para intentar apaciguar airadas retaliaciones y levantiscos complejos individuales. Volar no es difícil, apena no tener alas.

Como hoy, maledicentes, malquistados, malhadados, malcarados, malmirados por la herrumbre, la humorada de la seudonimia aterra y sacude el espíritu. Acto criminal es someter al hombre —al de las palabras— a una espera que podría significar su alejamiento de la “realidad”, cálculo físico que se ha convertido en un poema gótico. Criminal todo, donde las víctimas y los testigos se rebelan contra la altura. Así, de viejo, nos viene la manía de querer volar sobre las iniquidades pero, vano afán, quedamos postrados en tierra, rostro a rostro, fealdad a fealdad, mientras Dios baraja el destino de cada uno con la calma milenaria que lo ha caracterizado.

Una nueva intemperie, otra mejor para desmitificar esas voces que tratan de hacer novedad de todo, como si las piedras hablaran y los pájaros filosofaran. Otro designio, tan destacado por la fascinación, por el olvido, porque fascinarse es olvidar que existió el pasado, el atuendo de otros días, los malos olores del cuerpo, los más terrestres del alma, la putrefacción de la historia.

 

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La realidad, tan en desuso, provista de espinas, nos ha sido dada para confirmar que estamos, que somos o que no somos. Pero acontece que la realidad ha perdido vigor, ya no es. Palabra sólo para mitigar el cansancio de quienes respiran la fantasía de lo “nuevo”, tan nuevo que viene con arrugas y demencia senil. El hombre es tan viejo como el agua. De nada le viene esa novedad tan pregonada. Los buenos y malos sentimientos forman parte de su esqueleto conceptual, de sus enigmas. Quitarle lo viejo al humano ser es convertirlo en un extraño al planeta, a la concepción de su “pureza” original, tan defendida por Rousseau, por los habitantes del Génesis, con la excepción de Caín, el que verdaderamente inventó la realidad. La intemperie de esa imagen geográfica, espiritual y humana levita frente a los ojos de los soñadores, los que creen que el mundo anda a gachas en busca de otro astro que lo alumbre.

La otra intemperie, la interior, es más densa que la de afuera, la realidad, la puñalada o el golpe en el cráneo de Adán. La cabeza de burro que usó el primer asesino nos cuestiona. ¿Ya estaban allí los asnos, humillados por ser lo que son y ahora herramientas del crimen? Queda pensar eso a la sombra del árbol del bien y del mal.

 

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Que esté claro: no dejo de creer en esas letras de la divinidad, sólo que la otra realidad, la que me confronta huye y se burla de los padres del primer programa de televisión de suspenso. Porque, veamos, algo pasó para que esos muchachos llegaran a lo que llegaron: uno a matar y el otro a dejarse matar. El destino, casi manifiesto, alberga la esperanza de que Caín estaba predestinado a ser un morboso criminal, mientras Adán a ser un tonto que se dejó matar siendo el protegido de Jehová. Herejía aparte, creo entender que se trató de un instante de descuido del Creador. No lo juzgo, válgame Dios. Sólo que cabe pensar que la realidad lo confundió. Porque haber creado al mundo y al ser humano es tarea titánica. Y que haya ocurrido esa desgracia es como haber destruido todo lo inventado.

La filosofía ha hecho turismo sobre esta idea. La realidad no existe. Y si existe está tan cuestionada que tiende a desaparecer. Es decir, regresaremos a la quijada de burro o al talco sideral. Si polvo hemos sido, por qué no regresar a él una vez previsto que la realidad es un zumbido en las orejas o una ilusión. Un espejismo que se ha quedado mucho tiempo en el espejo.

Queda resolver un problema: ¿qué es la realidad? ¿Importa saberlo? Para la teología no hay discusión: Dios la hizo y la dejó para que el hombre la maltratara. O la biología la perfeccionó, la evolucionó, la cambió, la hizo nueva hasta traernos a estos confines del pensar, del ser. Somos porque pensamos dijo el otro y allí nos hundimos. Al pensar, cavamos la tumba de la biología: dejamos de evolucionar. La ignorancia nos había hecho sabios. Ahora, convertidos en una realidad que piensa, acabamos con ella, con la realidad, con el pensar que es sólo ilusión.

En todo caso, amigos lectores, no dejen de vacilarse la especie según la cual este texto no existe y usted es un dibujo de un loco que quiso soñar y no pudo. Lea y sentirá que todo lo que usted hace es un trazo de luz, una mera ilusión. Usted no existe, podría llegar a ser, si la realidad se lo permite.