La mosca y el poema

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Fotografía: Beau Lark

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En este poema que no lo es porque es un cuento que quiere serlo, habita una mosca desprevenida, no una de las moscas de Monterroso. Es una mosca muy particular porque casi no es mosca, aunque ella dice que lo es con mucho orgullo. Y los que la vemos desde el prestigio del plato de almuerzo pensamos que es una mosca con ganas de serlo pese a que en la mirada se le nota que no ha llegado a tanto.

Intento equívocamente espantarla para poder contar un cuento a mi hija pequeña, que por pequeña cree que la mosca escribe el poema que no es lo es y que ya casi es un cuento. Ella, la niña, sopla el papel donde salta el poema asustado por la mosca. Y como es un poema vivo, nervioso y agresivo brinca también, a un lado claro, con los puños en alto como si se fuese a medir con el viejo Sugar Ray Leonard o el reciente loco Pacquiao, asustado por la mosca que está dejando de serlo.

 

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Finalmente, porque ya me cansé de tanto imaginar, pero no mi hija, agarro a la mosca por las patas y la envío bien lejos del poema, a un país menos loco que éste. Pese a ella, he logrado escribir este engendro que es un duende pero no mosca, insisto, que ustedes leen con mucha parsimonia, que no es un poema y es lo menos parecido a un cuento, pero sí una mosca disfrazada de ambas cosas. Digo yo.

Que nadie tome a extraño este afán de seguir con el tema. Sí, este es un poema que no lo es, pero pudiera parecerlo, porque está escrito para que algunos lo crean, aunque muchos dirán que no, que no es, pero sí un cuento. Y otros afirmarán que no es un cuento, relato o historia porque no cuenta con una anécdota. Pero no importa porque poema o cuento lleva en su interior una mosca que la hace las dos cosas: poema y cuento, aunque no sea mosca. ¿Está claro?

Mientras tanto, mi hija, que ya no es tan niña porque ya es madre, aunque para mí sigue siéndolo, le cuenta el poema o le lee el cuento a mis nietos y les dice que la mosca vuela cada vez que el poema o el cuento, que no lo son porque ellos lo niegan aunque la mosca lo afirme, forma parte de un adorno que aparece cada vez que alguien abre la boca o el libro para leer el poema que no lo es y el cuento que tampoco lo es, pero sí mosca. ¿Entendido?

 

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A todas estas, la tierra gira, aparece el sol, se mete la luna, llueve a cántaros, el sol quema. Y si queremos ser más explícitos, a relámpagos, truenos y centellas les ha dado por entrar sin aviso al poema que lo es y al cuento que tampoco lo es, pero parece. Algo así como que hay mal tiempo en el poema y en el cuento, aunque la fuerza de la naturaleza se deje gobernar a veces por algunos versos que son fragmentos y juegan sin querer con estrofas que incurren en errores y admiran lo hiatos y las sinalefas, pese a que éstas no estén presentes, pero así son las cosas de las moscas, tan entrometidas, tan rebeldes, tan poco dadas a respetar las normas y cagarse en la comida y demás gracias que no están en este cuento o en este poema, que no lo son, más allá de que usted, amigo lector, diga lo contrario. Y que conste, no soy dogmático y mucho menos cuentero.

Si se quiere lograr un final digno, es preciso borrar todo el poema, que lo es, o el poema, que tampoco lo es. O matar la mosca que sí lo es aunque el poema y el cuento, que no lo son, lo nieguen. Pero creo que con la muerte de la mosca es suficiente para cerrar este capítulo que creía nunca iba a terminar. Pero así son las cosas de la literatura y las moscas. ¿No cree usted, señor Monterroso?

Al final, subversivo el poema, como siempre, es lo que queda. Aunque a alguien se le ha ocurrido que alguien lleva un cuento entre pecho y espalda y una mosca que le sigue los pasos. ¿Satisfecho?