El llano en movimiento: trashumancia

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Fotografía de Héctor Valera

Héctor Valera nos ubica en el polvo, en el que dejan las bestias en su constante movimiento. La mirada magistral del fotógrafo nos introduce en el Llano y nos deja instalados en las huellas que dejan las reses mientras los caballos elaboran con sus inmensos ojos la noche que los inventa.

Quien se acerque a estas imágenes viajará sobre un caballo, será parte de su olor, del polvo de los caminos andados. Será punto cardinal con la mirada en el próximo horizonte, porque el pastoreo es viaje, movimiento, rotación de la tierra, continuación del tiempo.

En un poema de Eugenio Montejo sentimos estas fotografías de Héctor Valera: “Miró a lo lejos, pastando en la luz verde, / la mitad de un caballo. Sonaba el tiempo / entre la espesa ondulación de las gavillas, / sonaba la lluvia en la ventana... / Sólo medio caballo para tanto horizonte / y lo demás dormido, bajo tierra”. Entonces, quien mira, el espectador, se asume jinete viajero, audaz sobre el mapa del Llano, sobre la relevancia del polvo que su propia imaginación levanta.

El poema de Montejo cierra: “La mitad de un caballo esperaba allá lejos / pero bastaba para llegar a cualquier parte”. Y ahí lo dice la lluvia, las inundaciones: cualquier altura en pleno Llano es buena para salvar el arreo, para no dejar que el ahogo esconda el esfuerzo, para evitar la muerte.

El Llano viaja en una res. En un caballo, en la mirada turbia de un hombre que lo cabalga. El Llano se mueve con la tierra que gira más allá, mucho más allá, hacia donde van las bestias. Cada foto de Valera es parte de la jornada que viven estos hombres. Héctor Valera cabalga con la cámara y hace del viaje un asunto épico, una gramática del movimiento, una lectura que nunca termina, como nunca termina el Llano.

La belleza de sus imágenes nos delata: nos hace personajes de su aventura. Aprendemos a colocar los aperos, a limpiar los cascos de los caballos, a mirar los belfos del potro, a revisar la oreja del becerro, a cargarlo como un niño cuando se rezaga, a encontrarle sentido a la noche y dirección al día.

El mismo Montejo, en otro memorable texto, dice: “En los llanos estuve, / tierra adentro, hacia el alba de soles salvajes, / donde la única montaña es uno mismo / o su caballo”. Y así, desde esa altura, desde la silla de montar, el paisaje de los animales en fila, agrupados hacia el poniente, hacia la hora de un tarde cualquiera. Sobre esa altura se mueve el universo. Y Valera lo hace ver con todos los eventos que ocurren a su alrededor.

Durante ocho años, este hombre enclavado en Calabozo se ha dedicado a seguir el paso a quienes viajan con sus bestias por el país llanero. No ha descansado: he aquí la muestra de su esfuerzo artístico. La trashumancia lo ha contagiado de la compañía de los astros, mientras el polvo se hace nocturno y los ojos del llanero se cierran mientras los de los caballos vigilan y miden el camino.

Fotografía de Héctor Valera