Jorge ChacónLos colores interiores de Jorge Chacón

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Foto: Leonor Basalo

Este pintor, envuelto por la atmósfera de los pigmentos de Sabaneta, resuelve el espacio en una aventura hacia él mismo, sin abandonar la tierra y sus fenómenos. Altares mágicos, entre los huesos de la imaginación, son los recursos que encontramos en esta fuerza telúrica creativa.

Entre la modestia angelada del paisaje está Jorge Chacón. La mano derecha se detiene en el tiempo de una barba rala. Nacido por primera vez en el Táchira, tuvo en Sabaneta de Aragua la cuna de su imaginario, donde ha convertido los sueños en colores, formas y follajes.

Este hombre ha hecho docencia con la naturaleza. Paisajista innovador de la abstracción verde y el rojo deslumbrante, este indagador de las hojas metió los ojos en la ceguera de la luz para sombrarnos con sus grandes formatos y la aventura de saber decir su interior.

Entre pinceles, trapos, cuadros, formas y olores lo encontramos, mitificado en el calor de su faena. El 22 de febrero de 1992 abrió la puerta de una exposición en la Galería “Tito Salas”, con los auspicios de la municipalidad de Petare y la dirección de Cristina Moros. “Los espíritus de la naturaleza” invadieron los espacios de esas paredes donde el trópico invencible se adueñó de cortezas, inmensas hojas y asombros en diversos volúmenes.

Antes, allá en Sabaneta, en el mismo pueblo de El Consejo, estuvimos para radicalizar la creencia de que Jorge Chacón vivía en el rumor de los árboles, entre los camburales, en el murmullo envolvente de la naturaleza viva. El sol es sólo un camino de tierra hacia la casa.

“Hay artistas que se detienen en el tiempo, otros claudican. El artista latinoamericano debe recoger las raíces de su continente. Yo me siento muy cerca de los orígenes de mi país. Por eso me gusta pintar su luz, el follaje, su ritmo. Y, ahora, me gusta pegar semillas, huesos, piedras, totumas, fósiles. Son cosas que me expresan como venezolano y latinoamericano”.

El maestro Jorge Chacón se queda con la mirada suspendida, adherida a la copa de un árbol pensativo. Mueve lentamente la mano izquierda y un primitivo y fresco susurro lo devuelve a la realidad. “Hay que renovarse. Es necesario renovarse”.

—Es como un reto —afirma—. Es parte de la vida de un pintor. No se puede uno detener en una fórmula. La lectura sobre las corrientes del arte contemporáneo me decían que era necesario estar al día. Yo siento que los altares son parte de una renovación en mi obra.

 

Altares de ritual

El aliento de los tiempos se aposenta en la casa de Jorge Chacón. Una atmósfera liviana y alegre se vierte sobre las telas y rostros a la espera de un designio. Más allá, la magia, el acto místico del experimento, de la búsqueda constante. “Hace años yo hice algunos estudios sobre los retablos venezolanos del siglo 18, y de algunas manifestaciones artísticas de mano esclava. Después hice retablos pequeños, a manera de experimento, pero sin el sentido religioso cristiano. Yo, más bien, me fui hacia la raíz indígena y negroide. Empecé a incorporar diversos objetos, trozos de tela pintada, velas, huesos, madera...”.

De la palabra del pintor emergen imágenes de la selva. Una voz tupida de danzas y gotas instaladas en las hojas de los grandes árboles. Movimientos desencajados de los cuerpos alucinados de las horas. Gestos inquietos, amagados por la llegada violenta de otros rostros. Manos tibias sobre la piedra de amolar, donde el trozo de madera cautiva la fruta arrancada de la flora. “Luego me gustó la idea de los altares mágico-religiosos de los chamanes y sus bellos rituales. Allí el brujo se pinta la cara y el cuerpo, baila como un felino, salta sobre el fuego y hace sus ofrendas a los dioses. En totumas va depositando el cacao, las semillas, las frutas y los collares. Yo trato de recoger un poco ese hermoso ritual”.

 

Magia especial

—La pintura siempre está ahí. Es la que armoniza el todo. Y, sabes, es difícil armonizar los objetos, las cosas ya hechas. No es como la pintura donde en la que tú vas creando los espacios, las luces, los ritmos. Aquí ya las formas están determinadas. Entonces, debes disponerlas como si fuera un cuadro. Y a veces hay que usar la pintura. La pintura siempre está ahí, es la reina, la diosa, el centro de mi trabajo.

Jorge Chacón se ve en silueta, mientras la luz del sol corta su cuerpo pegado a la puerta.

Desde el exterior encontramos toda esa arquitectura de la imaginación. Y se entiende, entonces, que ese hombre de mirada interior y serena posee los secretos del chamán, los embrujos de los colores perdidos. Sus altares, esos abalorios de la vuelta a un pasado inmenso, lo sacuden para dejarlos a la vista de todos. “Con los altares amplío el campo estilístico. No lo cambio. Algunos de esos trabajos exigen mucho rigor, colocación minuciosa de los objetos: pegar, inventar, ordenar, tallar. Cuando era muchacho trabajé la orfebrería y la cerámica. Mi padre era joyero, orfebre, grabador. Aprendí bastante de su oficio y me gustaba. Es un reencuentro con mi padre. Por eso, también me considero un poco escultor. Siento que tengo cierta facilidad. Antes había trabajado la madera, la arcilla y la piedra”.

 

El camino del color

—El nombre de la exposición lo inventó el crítico de arte Roberto Guevara. Allá incluí paisajes de mi primera etapa plástica.

A Jorge Chacón lo rodea el universo, un paisaje plural. Él mismo es un paisaje. Dentro de los árboles, el sol y los camburales están en armonía para hacerse espacio de ese paisaje. “La pintura es la razón de mi existencia. Un placer que no podría explicar pero que me mantiene feliz frente a las adversidades”.

El maestro Chacón se enfrenta a los colores con la osadía propia del creador. Hay, como es natural, hasta cierto temor al abordarlos. “Yo amo los colores fuertes. Me gusta el rojo, el amarillo, el violeta. El verde que me dominó mucho tiempo lo he ido dejando poco a poco, y lo he cambiado por el azul, los grises, los violetas”.

—En el momento del trabajo están mis colores interiores, pero otras veces es la naturaleza y la luz que me invaden. Son ellos los que me escogen para pintar.

Dentro del movimiento de esos colores sumergidos en el follaje está la mirada nostálgica del pintor Jorge Chacón, quien tiene en la memoria todo el campo y la vida para seguir haciendo las imágenes y texturas que le permitirán no ser olvidado.

Hoy, desde la habitación cósmica, los colores del trópico lo siguen deslumbrando.