Orlando PichardoLos vidrios rotos de Orlando Pichardo

Comparte este contenido con tus amigos

1

En las páginas de Los vidrios rotos (Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2008) se leen los sueños y las pesadillas que Orlando Pichardo ha logrado acumular. El autor barquisimetano (1945) escogió caminar sobre los restos que el hombre ha amontonado durante su paso por el mundo sin ofrecer una palabra que lo exima de haberlo hecho. Pichardo deja constancia de que su tránsito ha sido parte contraria a estos eventos. Una metáfora —el poema titulado “La poesía”— totaliza los seis libros que conforman este poemario:

Todos los vidrios rotos del mundo
son mis huesos
mis páginas en blanco.

Así, sin mirar hacia atrás, el poeta forma parte del paisaje donde la humanidad destroza, se destroza y es destrozada y que se siente en el eco de la voz solitaria de un hombre que se resume en todos los hombres a través de su cuerpo y de lo que no ha podido escribir. La gran soledad humana traza su mensaje en quien dibuja palabras para dejar sentado su “comienzo” hasta su desaparición del mapa físico:

Abandoné mi sombra en un camino / así comienza mi soledad // Yo parto de cero / hacia donde me desboque la vida / de mí hasta ustedes // nunca me tenderé al pie de la tumba / a contemplar el largo camino de la noche // Soy yo quien grita...

En este texto el poeta concentra toda su fuerza verbal, la que habrá de estar presente en las 273 páginas del libro que nos ocupa.

 

2

La voz de Pichardo se somete a estas constantes: la soledad, el silencio, la tristeza, la muerte. Se trata de temas movedizos: en cada momento se renuevan y se reflejan en otras palabras. Para el poeta larense su poesía es —y sigue siendo— un espacio para derramar estos sonidos: su vida —más allá de la danza y el canto en la existencia cotidiana— es un inventario en el que la humanidad está sentada a la vera de estos sentimientos que nuestro autor expone en sus versos.

Los vidrios rotos, de Orlando PichardoEn De la palabra que tengo (1978), Delamar (1983), Calendario secreto ((1994), Visiones de sol (2002), Ofrendas al asombro (2001) y Ella: la palabra (2005), en todos sus libros, Orlando Pichardo encara estos sustantivos anímicos que lo llevan a reclamarse y a reclamar las conductas, las posturas humanas a través de su propia mirada.

Tomo poemas o soplos de ellos de cada libro para justificar esta afirmación, a sabiendas de que hay otras motivaciones que lo han colocado como un poeta angustiado por el devenir del mundo.

Así: “Esta espada con que mido el tiempo / tiene dos cantos / la soledad y el silencio // Tiene dos caras / la mía y la otra...”.

El tiempo clavado en las palabras ya mencionadas. El tiempo como el filo de una daga. El tiempo como herramienta para destacar el músculo existencial. “El tiempo no juega con los hombres”, “Ando con el corazón esguañangado de tristeza / y con el alma enchumbada de odio”.

Esta última palabra lo hace más humano. Más proclive a entrar y salir de las sombras. A veces el infierno cabalga sobre un poema y llaga el cuerpo de quien lo escribe y de quien lo lee. Escuece saber que el “odio” retoza entre el silencio y la tristeza. Pero se trata sólo de una inflexión, de un dejo que es más dolor que el mismo odio. Una suerte de violencia cardíaca que sólo se evidencia en la angustia de quien se sienta a escribir.

 

3

En el segundo libro, Delamar, la insistencia: “He descubierto / Que sin la tristeza / No me doy cuenta de la vida / Sin embargo / No soporto su aletear de pelícano enfermo”.

En esta especie de poética descubrimos a un hombre desolado, sin esperanzas, en medio del infortunio:

Me he visto en el reflejo del agua
que reposa en el aljibe.
Me he visto
y, entre nubes y sol,
descubrí
que estoy lejos de mí
e irremediablemente perdido.

Pero podría ser un reflejo. Es un reflejo, una ilusión. Es decir, si está lejos de él mismo no es él, es sólo una imagen de alguien que está “irremediablemente perdido”. No perdido de él mismo, sino de su imagen, en su imagen, en su reflejo. Queda un resquicio para evitar la catástrofe. Un poco más adelante el reflejo se ajusta al deseo de permanecer fuera del mundo real: “Debí quedarme contigo en el espejo”, pero esta vez acompañado para “beber de tu fuente”. La “hierba de amargura” que no tiene quien la pode sigue su curso: “Rozando fangos de locura / el hombre cae y se levanta / Busca agua clara para lavar sus tormentas / y sólo consigue / la continuidad de un implacable holocausto”.

Al inicio de Calendario secreto, un elemento, complementario, si se quiere, hace entrada: “El señor de la melancolía ha bajado / y me acompaña”. Y lo hizo con figura de ángel, como para afirmar que es voz celestial. ¿O acaso se trata de un ángel exterminador? Pero no, el poeta disipa una duda que reposaba sobre los huesos de otros poemas: “He descubierto que un espejismo había acosado mi vida / Que no dejaba ver la luz de la pena...”. Si bien la melancolía es la brújula para ubicar un tiempo, un recuerdo, una instancia, esa pena, bien vale citar la insistencia: “La tristeza es un ebrio / que canta un interminable solo / en las profundidades del alma”. Allá, en esa hondura, debe haber alguna señal que advierta la razón de esa tristeza, de esta recurrencia temática. Un hilo conductor nos ubica en “Podría ir al bar / y tomarme diez cervezas / O a la plaza / a conversar con las palomas / Podría también en definitiva / abrirme un agujero en la sien / por donde se me escapen los sueños”. Una página más adelante, escribe: “No estoy en mí / pero me espero...”. Es decir, sigue en vida. Y esa fuerza vital se reconoce en: “Sin ira / sin odio / Sólo con la fuerza del amor”. Voz de contradicciones, el poeta podría dar la impresión de ser errático, aunque sabe que la tierra gira, no se detiene: “Un hombre sentado sobre su poniente / mira amanecer el mundo (...) y en el aún de su melancolía / bebe una copa derramándose de calma”.

 

4

En este ánimo verbal, Visiones de sol, no podía faltar la ausencia: “Están tan cerca los senos de la muerte / del derecho libaremos el viaje sin retorno...”. El tiempo oscuro, el espacio donde sólo se escuchan susurros, palabras cortadas. El poeta, golpeado por las ansias, dice: “Llegó de noche la noche / y me voy en ella”. Más adelante: “Cenizas / eso soy / pura ceniza / Cuando el viento llegue / me voy en él / Cenizas soy / fuego fui”. Ese pretérito lo hace tocar “los bordes de la nada”. No obstante, al final de esta etapa da vivas a la vida.

Viaja por Ofrendas al asombro con el mismo tono, con la misma fuerza que lo incita a convertirse en viento, en polvo, en eternidad: “Si sólo en lluvia me diluyera / Pudiera / Después / En vapor de agua alcanzar / El límite del asombro”.

En este instante, en estas hojas que crepitan, el poeta recuerda a los amigos, recorre las viejas calles de la Valencia de su juventud, la de los poetas que hicieron del Perecito un templo a la amistad y a la bohemia. Pero luego retorna: “La vida vuela en nuestras alas / y se cae en nuestro abismo”.

Si la vida ha sido un regalo, también el poeta hace de ella una queja. Lo dice desde el hoy que lo sostiene: “Se me han perdido los años / se enterraron en el olvido / y por más que los llamo no acuden a mi memoria”. El olvido, la vida, esa que espera y se afirma en: “Antes que se diluya / Y se la lleve el sigilo de lo eterno”.

Arribamos a Ella: la palabra, el libro que contiene la balanza, el equilibrio, con matices. Libro donde la poesía nada sobre una superficie agitada, pero otras veces en reposo, lo que le permite reflexionar, cantar: “Es la hora de la tarde / y la muerte no quiere descanso / también la vida se empeña en su tarea”. Pero también está la muerte del otro, ese reflejo en quien se sabe frente a ella: “Como relámpagos / Todos han muerto / Quedaron en la nada sus pesares / Sus angustias son grietas del olvido...”. La luz bíblica de la palabra, ella, la voz que se hace humana en la medida en que alimenta “los vacíos del alma”, se cimbra sobre la página hasta convertirse en poesía. Y así, ciudades, amigos, viajes, cortos lamentos, celebraciones. En definitiva, todos los vidrios rotos en medio del destrozo en que se ha convertido el mundo.