“La interpretación de un libro”, de Juan José BecerraLa interpretación de un libro

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La interpretación de un libro (Editorial Candaya, Barcelona, España 2012) es una novela que se cuestiona, que es diseccionada en un ambiente deprimido donde respira un personaje solitario. Es un relato en el que la historia se desenrolla en boca de una lectora, quien a su vez es quien maneja los hilos del narrador. Se trata, digamos, de lo que Wolfgang A. Luchting define como “reader-participation”, expresión tomada en préstamo de la crítica norteamericana, de la que se desprende la presencia de un sujeto, en este caso una lectora, que se posesiona del ambiente novelesco (también de la casa) y lo configura. Es decir, Juan José Becerra (Buenos Aires, 1965), autor del relato, elabora el mundo del escritor argentino Mariano Mastandrea, quien guiado por el fracaso, por el hecho de que su obra no se vende, busca desesperadamente por las calles de Buenos Aires a un lector que lo motive a estudiar, conversar, discutir o interpretar la obra que ha escrito. En su afán, alcanza a toparse con Camila Pereyra, a quien conocen en la ciudad como La loca de los libros, una hermosa mujer que encara la literatura y la convierte en parte de su existencia a través de la comunión, en este caso advertido, con el autor de la obra en la ficción. Mastandrea ha logrado hacerse de un lector, de una lectora, suerte metonímica de la figura creada por Cortázar del “lector/hembra”, en el estricto sentido de la palabra, porque Pereyra no sólo es la lectora empedernida de Una eternidad, título de la novela que se menciona en la novela que leemos, sino que de ahora en adelante será el motivo principal para que ella también sea cuerpo y alma de los deseos carnales de Mastandrea. Es decir, la lectora es una figura literaria convertida en voz, cuerpo y deseo sexual de quien se ve satisfecho a través de la lectura de sus páginas. En términos poco sublimes: Mariano Mastandrea se acuesta con su novela, la interpreta mediante una mujer desnuda que lee en las distintas posiciones inspiradas en las imágenes artísticas del pintor norteamericano Edward Hopper.

 

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No cabe la menor duda de que Camila Pereyra es una recreadora, no sólo de historias de novelas, sino de autores. En la medida en que lee la novela descubre los secretos de Mastandrea. O, en caso extremo, se trata de un personaje accidental o incidental que inventa a un autor. Ella (la lectora) siempre está a la caza de un autor, así como Mastandrea andaba a la caza de un lector para comprobarse. Becerra —con esta historia que podría parecer traída de los pelos, pero casos se han visto— logra desnudar al mismo lector, a empujarlo a formar parte de la historia. Camila Pereyra es quien lee al lector que está frente al libro. Es quien hace del novelista parte de una historia en la que pasa a ser personaje. Lo anula como escritor, lo desaparece, lo cuestiona, lo interpela. Crea una estética del abordaje. Una ética que coloca al creador como parte de una ficción en la que fracasa en el primer intento y lo obliga a buscar otras historias y así otros lectores. Me atrevo a afirmar que Mastandrea es una justificación para que el lector, el que está fuera de la obra, sea manipulado para que febrilmente haga del narrador una especie de imposible. Digo, una especie de voz relatora de lo que el narrador no puede contar desde la conciencia del otro lector, del lector real. ¿No será acaso que quien lee La interpretación de un libro sea un invento de Becerra o en el mejor de los casos de Camila Pereyra?

 

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Si Mastandrea se ha encontrado con su lector (con su lectora) y éste (ésta) se convierte en amante transgresora de la vida de Mastandrea, se puede afirmar que el lector de La interpretación de un libro es un advenedizo, un voyer, un simple fisgón que tiene la facultad, también, de cuestionar y hasta de confiscar algunos pasajes de la pieza. En términos psicológicos, Becerra ha creado un solo yo traumático que se pasea abiertamente por la novela y se hace parte de otra novela que el lector de afuera puede crear, inventar, borrar o recrear. No en vano “Camila sólo lee novelas realistas, por lo tanto en cualquier serie de elementos ve una narración que solicita un final...”. Razón por la cual, tanto lectora como novelista se hacen un solo bloque de frustraciones, de enfrentamientos, de encuentros y desencuentros, hasta cerrar un capítulo de sus vidas. La novela Una eternidad es en parte la existencia de unos personajes que, habiendo sido imaginados, se han hecho realidad en la rutina de ambos. ¿Quién puede dejar de afirmar que Mastandrea como Pereyra forman parte de un cuerpo escindido? Nadie puede negar que se parecen, que copulan y destacan los fragmentos más cercanos a ellos mismos. Becerra crea toda una teoría, un modelo estira y encoge. La loca de los libros y el novelista entran y salen de sus ámbitos y a veces se extravían, se pierden, retornan a la historia y la reinician. Hasta que, finalmente, ella decide terminar la relación después de algunos desencuentros que rozan estadios cotidianos y literarios.

La soledad perfila una historia que “Es el comienzo de una nueva era”.

La desaparición de Camila ventila la idea de que ella buscará a otro novelista para convertirlo en realidad. Mientras tanto, Mariano encara a otro Hopper para intentar escribir otra novela. Pero esa será otra novela que seguramente tendrá en su vientre otra novela.