Wilfredo Carrizales: poesía e imagen visual

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Fotografía: Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales.

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Un poema de Wilfredo Carrizales germina en el muro que una fotografía funda en una antigua pared china. Podría ser también el rostro de un anciano, la mano de una estatua, un paisaje cuyo fondo contiene la más dura de las heladas de ese lejano país asiático. O de otro de los tantos que el poeta y fotógrafo nacido en Cagua, Venezuela, ha visitado en palabras y en imágenes, más allá de haber tocado la gracia, los sonidos o el silencio de calles, callejones, ventanas, esquinas, perfiles de rostros anónimos, los ojos cerrados de Buda y su redondo abdomen, pieles tostadas por el frío o el calor, calzados y vestidos de distintos matices. El mismo Carrizales, tomado por la cámara que sostiene con la mano derecha. En fin, este artista reúne su condición de sinólogo, de estudioso de la lengua de Li Po, Tu Mu, Siu Yin y de las voces recónditas de esa larga travesía por la historia de la cultura, con la de artista visual. Y así la poesía y la narrativa corta, donde deja caer el peso de sus recuerdos, olvidos y relámpagos, fantasmas y personajes vivos o muertos que lo cautivan.

Carrizales es fotógrafo y creador de hermosos collages que le permiten ampliar su visión del mundo. Es decir, estamos frente a un creador que no tiene límites, que entra y sale de los mundos que lo asaltan, lo ocupan y lo preocupan.

 

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Un retorno a las páginas de Textos de las estaciones y a las de Merced de umbral me permiten destacar la mirada que el poeta usó para el poema, pero también la que más tarde colocó en la cámara para atrapar las imágenes cargadas de significados.

Me sumerjo en el fluido de verano de las hojas de bambú y siento en el paladar la textura de
los tallos al doblarse.

Quien ha escrito esta experiencia ha tocado el calor de una estación, ha rozado el cuerpo vibrante y ascendente del bambú, sus hojas lisas o ásperas y ha trasladado la sensación del movimiento a su lengua, con el viento como transporte. El poeta articula las imágenes desde su propio cuerpo, desde su afán vital, desde el sitio donde usa la libertad para fijarla.

En el otro libro mencionado dice:

Ya casi no duermen las noches y sus hijos remedan lo que pudieran ser los
imposibles sueños.

Este es un poema menos fotográfico. Es un poema interior. Humanizado el tiempo de la tierra, Wilfredo Carrizales intenta alcanzar lo inalcanzable. No obstante, nombra los sueños, ese lugar donde todo es posible, donde poema e imagen se mueven palpitan, respiran, son libres.

En ambos textos, pese a estar ubicados en distintos estadios, la voz es la misma: el tono delicado, sonoro como el mismo viento que en los sueños mueven las hojas de bambú y permiten advertir los pasos de quien se acomoda para fijar la imagen desde la cámara fotográfica. Un poema también es una fotografía. Una fotografía se hace poema y hasta lo provee de los matices que el ojo muchas veces no ve desde la irrealidad.

Poema y aventura visual se unieron para recrear lo que más tarde se convirtió en otra obsesión. Probablemente, como han dicho muchos, el collage tenga que ver con la infancia más pequeña, con la preescolar, con aquella de cortar y pegar, con aquella de imaginar desde las destrezas que el ojo se apresta a avisar al espíritu. Con aquella donde las palabras llegan como en el abecedario, una a una, letra a letra, hasta conformar la imagen, el poema, el significado, su belleza.

 

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He visto los collages de Wilfredo Carrizales. Siempre he creído que este tipo de trabajo visualiza la personalidad, la verdadera o la falsa, de quien los elabora. En los de Carrizales veo la paz que muchas veces no podía entender en el trópico. Siento la madurez infantil de un artista que ha alcanzado el nivel de otro espacio. Esos pedazos de papel de colores, esas palabras, esos dibujos libres de razonamiento: todo me hace ver a otro Wilfredo. A un hombre que forma parte del mismo muro donde germina su poema. Siento que su crecimiento espiritual lo ha liberado del ego que la poesía ayuda a ser más evidente. Ahora es vidente desde las imágenes que en soledad elabora con sus manos, con la computadora, con los sonidos de la noche y los del día, con los recuerdos de su tierra y con los nombres que diario pronuncia para vivir.

Tres son los espacios de este hombre cercano a nosotros: la escritura que para él es dibujo por su proximidad a los ideogramas chinos. Para aprender a escribir en ese idioma es necesario tener buen trazo. De allí que este creador insista tanto: poesía, narrativa, fotografía y ahora los collages.

Desde nuestra ventana veremos a Wilfredo Carrizales montado en un dragón. Y desde su altura, la mirada miope de siempre pero viva, retadora, silenciosa, creativa, alocada, racional y soñadora.

Vuela en un poema fotografiado por un rostro que emerge de un collage.