“La inquietud”, de Alberto Barrera TyszkaLa inquietud de Barrera Tyszka

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¿Cuántos poemas son necesarios para arrastrar al lector hasta el borde de la inquietud? De saberlo habría que tomar parte de los sobresaltos que Alberto Barrera Tyszka ha plasmado en las páginas del poemario La inquietud. Poesía reunida (1985-2012), publicado por la Editorial Lugar Común en Caracas, 2013, y seguirle los pasos a los personajes que en él habitan. No quedan dudas, son muchos los textos que este poeta venezolano ha escrito y que nos llevan como cómplices de su voz (a la manera de Cortázar) a sentir la misma inquietud que los poemas nos arriman en tanto dificultad para escribirlos, para leerlos y dejarlos en silencio. El último escalón nos permite decir que un poema —estos poemas de Barrera Tyszka— rasguñan y permanecen flotando en la memoria. Un buen rato, hasta que se transforman en otra inquietud: las ganas de pronunciarlos con nuestro propio tono.

Esta prolongada inquietud de nuestro autor la hemos sentido desde los primerizos textos de Tal vez el frío, luego los legados en el tomo Coyote de ventanas, hasta Amor que por demás donde ya se vislumbra no sólo el poeta sino el narrador que hoy es. Y la hemos sentido porque Barrera Tyszka ha sido fiel a una constante temática: el tiempo como personaje ineludible con las reglas de un juego que siempre gana. Esta preocupación la hemos encontrado también en su narrativa. En la novela La enfermedad (Anagrama, 2006) la muerte limita con una mirada que determina el fracaso de la memoria. La muerte también es una inquietud.

 

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Me alzo en plena lectura. Barrera Tyszka me hace personaje y actúo, leo. Entonces me cuento entre quienes le añaden a la pregunta de entrada otra desazón: ¿cuántos sobresaltos necesita el lector para entrar en la inquietud de este libro que hoy nos atrapa en plena calle? Son tantos como los poemas que recordamos y atajamos a punto de doblar la esquina. He aquí que me tropiezo con ellas, con las “Mujeres”, con esas tantas que se han hecho enigma en nuestros saltos cardíacos. O en nuestra liviana curiosidad: Hay mujeres que se llevan las manos a la cabeza. // Sus manos parecen tijeras. O pájaros / sin sur, llenos de angustia... y así, hasta el último verso: Tal vez, / tan sólo esperan atajar sus gritos sobre el aire. Me quedo un rato en la misma esquina y veo bajo un árbol al conversacional Valera Mora, pendiente de la cintura de una que, en ese instante, se toca las sienes con ambas manos y mira la hora de un reloj imaginario. Me regaño como lector sacudido por la realidad y vuelvo al libro inquieto de nuestro poeta: La ciudad está llena de ranas. // No vuelan, las ranas, no tienen plumas. / No son las ranas / arrendajos: no son / turpiales. / Paraulatas, tampoco son. / No son pájaros, las ranas. / Pero cantan. // Cada noche, cantan. // Siempre igual y sin descanso. // Como barcos diminutos / perdidos entre las yerbas. // Sólo lanzan mensaje de auxilio. // Gritos que repiten hasta / volverse canciones. // Sólo / pronuncian tu nombre.

Termino de cruzar otra calle y pienso en las mujeres y en las ranas. En la ciudad, en el diario correr de las horas, del tiempo que nos persigue. Que me persigue.

 

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Y entonces, el tiempo, el enemigo silencioso.

El tiempo siempre nos destruye. // Esta arruga no es una herida sabia. // Este dolor no le sirve a nadie. // Este cansancio de la piel más que / una noble experiencia es / tan solo un cansancio de la piel. // Esta ceniza es ceniza. Nada más... Y con el mismo tiempo en los huesos, en los pliegues del cuerpo a la intemperie, el poeta le ajusta cuentas a la certeza de esta realidad: Sólo se escribe un poema. // Todo lo demás es un ensayo.

Un ensayo, un reto, un desafío:

El mundo es un simple ejercicio // (...) Un verso es una inquietud buscando su forma. // Pasamos los años intentándolo. / Tal vez jamás la encontramos. // Sólo escribimos un poema: // La vida no da para más.

No obstante, el poema siempre es un viaje hacia el pasado, donde han quedado sus huellas. El poema es uno solo sobre tantas revelaciones, asuntos no resueltos, paisajes, tiempos agotados, y así este otro ejemplo, un poema que es muchos ante los ojos del lector: Antes escribías versos con árboles. // Escribías poemas de amor. Tenías páginas / llenas de mujeres y de noches. // Antes, / también escribías versos sobre el país. // Con los años, / te has ido acostumbrando al dolor, / al vacío. // Ahora, cada vez más, / escribes sobre la escritura. // la forma es lo único que queda. // Lo último que desaparece.

La calle se acorta con este texto. Un poema, el poema muerde, destaca su inquietud en la presencia de una sombra que cruza otra esquina y se pierde. El poema, el tiempo, la agonía diaria de quien ha sido atrapado por las palabras.