PapagayoEl día que Jesús Lazaballet tocó el cielo con un papagayo

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La sombra del papagayo ocupaba media cuadra de la calle Leonardo Infante de Valle de la Pascua. Nadie lo podría creer. Jesús Lazaballet, de lo más normal, tocó el cielo un día del mes de julio de 1966 (se me ocurre ese dato porque había llovido y mi abuela Amelia Loreto no había muerto, le quedaba aún un año de vida). Los que éramos tripones abrimos los ojos y la boca cuando vimos que el papagayo que Jesús elevó era más grande que su camión y lo volaba con unos guarales gruesos, casi mecates. Carmelo Sarmiento, que tenía bodega en la esquina Leonardo Infante con La Mascota, lo ayudaba a levantar el vuelo de ese animalón de papel y guasduas.

La calle se llenó de curiosos. Venían de la Laguna Nueva, de los lados del “González Udis”, del cerro del Hospital Guasco, de Guamachal, del Banco Obrero, de Mamonal, de la Laguna del Rosario, del aeropuerto. Hasta de la Pepsi-cola, pues. Mientras los ojos de todo el mundo se concentraban en el papagayo gigante, Jesús y Carmelo, ayudados por Aníbal Castillo y Carmito Martínez y hasta por mi tío Juan Manuel Loreto, desenredaban los guarales y pedían a gritos que llegara una buena brisa.

Eran como las tres de la tarde. Entonces el papagayo levantó el vuelo, como un zamuro viejo, y empezó a ascender y a alejarse de todos nosotros. Cuando estaba sobre los techos de la bodega de Benigno Aray, Jesús y Carmelo sintieron que los jalaban con mucha fuerza. Tuvieron ambos hombres que pedir ayuda. Así, se incorporó una muchachera conformada por Julio y Mario Vargas, Ben y Man Martínez, Chaplín, Carmito Machado, Antonio Higuera y hasta Simón Sotillo que acababa de salir de su casa, mientras Silvina, la madre de los Sotillo, veía lo que pasaba una cuadra más arriba. Todos trataban de que el papagayo no se llevara a Jesús y a Carmelo. De modo que pudieran estabilizar la nave de papel.

El espectáculo duró como media hora. Hasta que el papagayo pudo más que los mencionados. Casi todos fueron levantados por la fuerza del vuelo, razón por la cual soltaron la cabuya y dejaron que el papagayo se perdiera en el cielo.

 

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De eso quedaron muchos comentarios. Las manos y los dedos de quienes trataron de sostener el violento papagayo quedaron maltratados, pero a pesar de todo y el ardor en las diestras y en las siniestras de aquellos aventureros pascuenses, había mucha alegría en todos los rostros, en los de los de los protagonistas y en los de los curiosos.

Dos días después llegó la noticia de que el papagayo había caído en el techo de la casa del Ánima del Pica-pica. Alguien que estaba cerca del lugar advirtió la llegada del papagayo y creyó que se trataba de un milagro enviado desde los cielos. Entonces ese mismo alguien agarró el papagayo —confundido también con una nave espacial— y lo colocó al lado de la casa, después le puso un aviso donde se decía de un agradecimiento de parte de unos pilotos americanos que se habían salvado por intermediación del Ánima del Pica-pica, a quien le pidieron en pleno vuelo en un español medio enredado, pero aun así el ánima les respondió y pudieron aterrizar en un campo de trigo por los lados de Texas. Se comentó también que el peticionario fue un gringo que vivió un tiempo en Tucupido y había trabajado con la Esso Petroleum Corporation en Roblecito. Así lo supimos de boca de Justo Bandres, pero no me lo crean a mí. “De allí que por todo eso ese gringo viejo conociera la leyenda del Pica-pica”, precisó Justo.

Alguien hizo una foto que vi un día en la casa del Negro Ledezma, tío de Chuíto Lazaballet y hermano de Aura. Mi primo Fernando Hernández también la vio.

 

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En todo caso, el papagayo llegó a un sitio seguro, y desde ese día Jesús Lazaballet, que no veía para los lados para inventar aventuras, empezó a agregarle otras incidencias, anécdotas y más cuentos al vuelo del papagayo, tanto que convirtieron el barrio en una geografía imposible porque ya no le creían. Pero de que existió el papagayo nadie lo puede poner en duda. Que lo diga el Ánima del Pica-pica y la gran cantidad de aquellos muchachos que hoy ya no lo somos tanto.