Dalia Margot Baptista Araujo
Dalia Margot Baptista Araujo.

Hincaduras

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Este es un libro que cambia de piel a cada voltear de página. Como la comarca que lo anuncia, se hace varios paisajes. Es un libro mutante: permanece y desaparece, se abstrae y se revela. Por eso Hincaduras (bid & co. Editor, Caracas, 2013), de Dalia Margot Baptista Araujo, congrega muchas lecturas, muchas interpretaciones. El rasgo más relevante de estos poemas radica en las maneras como la poeta deriva en “geografía”, en espacio que traduce desde tres puntos de vista: el lugar donde se asienta la voz, el ánimo que lo sustenta y el cuerpo que lo contiene. En tal sentido, Dalia Baptista Araujo divide su poemario en una tríada: De la comarca, Del sentir y Del deseo.

La lectura De la comarca me guía a buscar el poema que le da nombre al libro. Allí, en ese lugar donde bebe la memoria, un personaje —Bolívar— es tomado en préstamo para contar nuestras flaquezas, nuestras tragedias. Ese espacio, el Bolívar domesticado por la política, por los intereses subalternos, tiene oficio en la mirada de quien lo define como “una irradiación” que ha sido “Cien mil veces inventado / Padre-cordero sacrificado por sus hijos / Fantasma suplicante o superyoico / Ideología de reemplazo de blancos, rojos, azules, verdes, amarillos...”.

En la búsqueda del “país posible”, “el espectáculo sacia” la condición borrosamente épica de un territorio convertido en incertidumbre. Laberinto verbal que dibuja el fracaso ante la imposibilidad de encontrar la Ciudad soñada: la derrota es esa piel que la comarca cambia como la de los reptiles del desierto, pero que hinca a quienes no se explican esa misma derrota convertida en ídolo colectivo, para sumisión de ese mismo colectivo.

He aquí un remate urticante:

“Tal vez tu Ciudad es una flor ilógica / Trepada en el vacío del tumulto / O / Alojada en los resquicios / De las manos / Moramos en una geometría de sarcófagos / Ataviados de felicidad // Y sonamos en cada sufragio”.

El país, entonces, se nos aparece en la Ciudad, en la sarna de la realidad que nos persigue. Segmentado ese país nos muestra sus heridas más frescas en estas pesadumbres: “en el tiempo primero de la horda”, el “dios de los forajidos”, “Giro a mi izquierda y veo a un adolescente correr / con la marca de equus en la espalda”. La voz de la poeta se entrega en este evento que todo el país sufrió:

“Un episodio me aleja de lo sublime, / una imagen cabecea sobre la hoja: / El Inca Valero / con su encía y espalda buriladas / poseído por un enjambre de neuronas ebrias / implosionando en su jean, / después de tasajear a una mujer desasistida / una mujer enclenque que lo cobijaba”.

Metáfora de esa comarca hecha ciudad perdida, despojada, rota, anarquizada. Metáfora que se abre como una flor metálica en estas dos voces: “fascinación de muerte” y “La calle era un tramado de celdas y casillas de vigilancia”. Un país, un ojo ciego, la desesperanza.

 

“Hincaduras”, de Dalia Margot Baptista Araujo2

En Del sentir, un lenguaje, la historia de su sintaxis y sus demarcaciones. El poema es sujeto de abstracción, pese a que una anécdota precisa al lector, lo agarra de la mano y lo sujeta: “Los párpados son el metabolismo del tiempo”. Quien “habla” se detiene en una suerte de ritmo sustantivo. Quien “habla” pronuncia “el vagar de ciertas palabras / privadas de cobijo”. Es decir, el poema se somete al sueño, a la nada, a la intemperie del adentro poético. Y, así, Cadenas, vertido en dos de sus poemas, “Nombres” y “Fracaso”, para confirmar en qué lugar han quedado la memoria, el silencio, la ilusión... Un texto en prosa en el que “No hay predicción para estos actos nacientes”. Todo está allí, frente a los ojos, frente al sentir de quien cavila, de quien escribe y describe, de quien oscurece para volver a nacer.

“En algún momento aparecerá lo inesperado, lo asombroso, y el quebranto del envoltorio se hará posible. Se preñará de fisuras y tomará a otra existencia, a otro camino. ¿Repetitivo? ¿Nuevo? ¿Impredecible? No importa”.

Queda el poema latiendo, vivo. La poeta Dalia Margot Baptista Araujo así lo hace sentir. Así lo predice.

 

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La última estación del libro: Del deseo. El cuerpo, habitación del apetito: cuerpo del otro en el eros del otro, en el que se hace propio y polar. Entonces el cuerpo contiene ese lugar íntimo, el dejado para el canto personal, para los cambios en la piel: “Todo indica que permutamos. / En compases disonantes, / dentro de ciertas abreviaturas, / cuyas fórmulas ahíncan / los pliegues del deseo”.

Cuerpo trazo, raya de significados, escritura. El deseo hecho palabra, silencio en medio de la dislocación. Con el cuerpo atado a la conciencia quien canta regresa a la primera estación: se es impredecible.

Este libro de Dalia Margot Baptista Araujo precisa de más lecturas, de otros silencios para hacerlo otro en las tres dimensiones que expresa. Podría añadir que cada estación es un libro. Queda de parte de quien las escribió desarrollarlas para que sean tres los libros del futuro.