“Stravaganza”, de Alberto HernándezStravaganza, el libro de un sueño

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Entonces apareció ante mis ojos nocturnos la imagen de quien hubo de ser parte de mi sangre. De quien es parte de mis huesos. Una palabra atada al tiempo, al pasado y al futuro, a todas las revelaciones de la herencia. Una vieja palabra, dura, pedregosa y antigua: Loreto, suerte de raspadura en el alma. Uno de los apellidos de mi padre, pero que yo llevo oculto en algún lugar silencioso pero sólido y riguroso por los efectos de la costumbre de tenerlo siempre presente.

El sueño, el dolor en la herida de la espalda me hacía creer que una terrible insolación onírica había previsto los signos que servirían para escribir lo que otros muchos libros sobre la cama determinaran.

Digo, sin más extravíos: después de una casi prolongada convalecencia producto de una delicada operación de columna vertebral, comenzó a aparecer en mis sueños un inventario de las antiguas ruinas de Italia, trozos de poemas de Ungaretti, relatos de Pasolini, canciones de Massimo Ranieri y Gabriela Ferri, caricias sonoras de Verdi, lenguaradas de Sofía Loren y olores de Pompeya en medio de una gran tragedia volcánica. Era tanta la soberanía de tales cosas que pasaron varios días para que hicieran acto de presencia los sonidos que hoy forman parte de este tomo. Este extravagante evento me condujo a pensar en la posibilidad de un libro que fuera concebido como un homenaje a la sangre, a los huesos y a la intemperie emocional de uno de mis apellidos en la nomenclatura de mi padre, Loreto. Y a tanto dio la pasión por escribirlo que, aún con la cicatriz fresca y punzante y las contracturas musculares, me senté a hilvanar los poemas que hoy están aquí frente a los lectores.

 

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Luego apareció en escena una pregunta: ¿y ahora qué hago con estos textos, con estos poemas italianos? Los días se arrastraron con la incertidumbre, hasta que recordé que tengo amigos también cercanos a la querida Italia de mi pasado genético y de ya lejanos viajes adolescentes por aquellas tierras, unos virtuales y otros en tren o por carretera. Recordé a mis primos hijos de un romano querido, mi tío Vincenzo di Caro, pero también a Carlos Vitale, uno de los mejores traductores del español al italiano y del italiano al español.

En cosa de horas armé el libro y se lo mandé a mi amigo a Barcelona, España, donde vive. Lo leyó y me comunicó emocionado que ese libro había que publicarlo. Buscó a una traductora que forma parte de su equipo de trabajo, a Teresa Albasini Legaz, quien se encargó de hacer una bella y ajustada traducción al sonoroso idioma de Dante, Ungaretti y Montale. Y así llegó desde Milán esta edición verde que me hace sentir orgulloso de llevar tanta sangre revuelta en el cuerpo. Sangre y libro que circulan con la misma alegría y pasión con que soñé escribirlo.

He aquí entonces Stravaganza: un libro escrito en español que suena en italiano. Un libro escrito en este trópico absoluto, como escribió un día nuestro querido poeta Eugenio Montejo, traducido mientras nevaba un día en Europa y se congregaban los recuerdos de un apellido sobre la península itálica.

 

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Esta crónica, en la que caben todas las novedades de sus lectores, advierte que tiene color personal. No se trata de un adviento, de una consagración primaveral ni mucho menos de un repertorio de divagaciones: es la escritura de un sueño, el nacimiento de un libro que como otros revisa y encuentra los lugares y sonidos del origen, de los orígenes, más allá de perturbaciones arrogantes. Es como dice Gerbasi: “Venimos de la noche y hacia la noche vamos”. En este espacio venimos de un lugar y hacia ese lugar vamos, pero a través de la poesía, de los afectos, de las heridas recientes y de las que ya se cerraron.

Vicente Gerbasi, nuestro poeta mayor, venezolano e italiano, padre y hermano de nuestras voces, está aquí, desde el Vibonati natal de aquel inmigrante hecho poesía, que también circula por nuestras venas.