Estos días, sólo días

Estos días, sólo días

1

Nos queda un país roto. Un país colador. Un país de pájaros negros. Un país que intenta asir la amistad pese al odio inducido desde la comodidad de un palacio. Estos días, sólo días, en un llamado de atención que la poesía nos hace para no caer muertos en medio de la algarabía del silencio. Porque este país está tan silencioso que hace de la vergüenza una llaga maloliente.

Cargamos un mapa desdibujado en los hombros. Los ríos se nos desbordan y hacen posible la navegación de un montón de cuerpos inermes en la memoria. Estos días, sólo días para pensar que estamos atrapados en la mueca del tiempo. Entonces, para disipar la realidad, nos volvemos a Juan Sánchez Peláez, a Rafael Cadenas, a Eugenio Montejo, en un “me da la gana” suicida que altera el movimiento de los pájaros detenidos en la cuerda eléctrica de una calle a oscuras.

El pesimismo, animal peludo que alberga todos los temores, se revuelca emputecido sobre cualquier intento de explicación. El país es un coleto. Un trapo sucio usado para limpiarle las lágrimas a un niño. El país es un eructo, un desgarramiento. Una gran mentira. Aquel vómito negro de la peste española.

 

2

Estos días, tan pesados, forman parte de una ebriedad. El licor rompe los pulmones. El hígado es un personaje teatral. En las primeras filas del público está el país vestido de payaso. Ninguno sonríe, la muerte también enseña su sexo, apadrinada por las vejaciones de la temperatura. ¿Somos surrealistas o seguimos soñando con el ombligo del pobre Rimbaud? Nos tomamos de la mano de un reloj y morimos ante cualquier guiño. Un disparo en una plaza deja los heridos de la tarde que nos toca. Una mujer muerta nos señala la salida. El país, roto en su espejo, se anuda los zapatos viejos de Cantinflas. ¿Cuántas preguntas dejamos en la boca del pedigüeño, del loco que nos emplaza en la calle y nos formula la muerte de su encanto? ¿Cuántos países hemos vivido en esta ciudad que nos pega de una pared y nos atraca? ¿Cuántas veces hemos violado a la misma mujer que huye sin saber hacia dónde? ¿Cuántas muertes lucimos en los ojos?

Hoy es domingo. Para nadie es un secreto que la fiesta electoral se celebra en una funeraria. Para nadie es un secreto que una urna negra contiene los votos de la desesperanza. Para otros, quienes se pasean en el orgullo dudoso de ser parte del poder, pasar la mano por un hombro y dar un pésame sonriente es parte de la comedia. Para esos, los días que nos quedan son parte de una cena solitaria. Los astros defecan en sus satélites.

Los dioses del pasado se desnudan frente a frente. La gran masturbación de la historia es parte de nuestra suciedad cotidiana, de la culpa que nos hacen sentir. Estos días, sólo días, estos días, ¿para qué tanto desencanto si de todas maneras vamos a morir con los ojos cerrados? No se trata de ser pesimista, es que el pesimismo es parte de la cultura del despojo. Quien calle frente a todo esto cuestiona su propio silencio.

 

3

¿Para qué filosofar? Todo es tan inútil, tan fatuo, tan estúpido. El poder no cree en la poesía. El poder es tan ramplón que tiene un poeta de la revolución que a su vez tiene un jefe de campaña que también es poeta. Y tan felices ellos que la poesía es parte de una trampa, esos que dicen tener en ella lugar para la muerte.

Las preguntas son parte de las pocas monedas en un bolsillo. Quien hoy sufrague su soledad en verle el alma a los pajaritos de los parques, es tan culpable como quien saluda desde un balcón a una masa desaforada en su abandono. La orfandad del país se ve en la boca desdentada del anonimato. La tristeza es una máscara en una cola para comprar los pocos alimentos del sacrificio. Quien muere con la cara al sol, con los ojos abiertos quemados por el odio, es sólo una escena de esta mala película de acción. El suspenso no existe. Somos el suspenso. Colgamos de una línea eléctrica a punto de calcinarnos.

Estos días, días sólo para inventar la excusa del entusiasmo. Un café es un salto mortal. Un saludo nos disgrega bajo la lluvia.

Desde este lugar cuyas espinas no nos permiten avanzar, vemos el país hundido en el barro. Un perro nos enseña su abecedario de dientes. Un gruñido nos aparta de algún pensamiento malsano. Dios está sentado en la esquina. Calla a nuestro paso, mientras una maldición emerge feliz de la garganta de quien sueña con cuadrúpedos.

Por este camino vamos lentos. Amanece en un baño, el sol se agita nervioso en el ojo acuático de la poceta. Orinar es parte de un discurso.

Alguien levanta el teléfono y sortea sus angustias. Quien lo pincha sabe que el país conspira contra el terror, esa hipocresía sonsa y socarrona de las casas de citas del poder.

Estos días, tantos días, menos días para dejar pasar los planetas y pescar en el río revuelto de la Vía Láctea. Para surrealistas, nosotros. Para pendejos, nosotros. Estos días, sí, estos días...