Luis Camilo GuevaraLas cartas del verano
(Una lectura retomada)

1

El tiempo muchas veces deja de pasar. A veces se detiene y marca una lectura, una imagen, un recuerdo desvaído, pero recuerdo al fin. Las páginas, ya amarillas, destacan su nobleza, el carácter eterno de su contenido. El libro ha estado en silencio durante varias décadas. Sus sonidos aún se sienten bajo la lluvia de cualquiera de aquellos años puestos en relieve, en la perspectiva de estos que nos han hecho parte de una edad casi consagrada.

Converso con Luis Camilo Guevara y no recuerdo el título del libro. Pasados otros años, otros lingotes de oro de la realidad, encuentro el título en una caja, solitario, perdido, invadido de pequeñas alimañas, de huevos de insectos prehistóricos, de un polvillo que me somete a varios estornudos. Entonces abro Las cartas del verano (Premio Bienal Pocaterra 1971) y me entero de su edad de publicación: 14 de agosto de 1973.

Llueve en este momento; sin embargo, Las cartas del verano de Luis Camilo vuelven a salir de los sobres para decirnos de su origen. Editado por la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, en la colección que le da nombre al galardón valenciano, el poemario está dividido en dos partes: Entre dos soles y Lenguaje aprisa. El tomo no presenta otro dato que diga sobre las autoridades de esa casa de estudios de Valencia.

 

2

El primer poema del libro es una marca difícil de dejar a un lado. La voz solitaria del poeta es también la voz íngrima de un texto corto que lastima a quien lo pronuncia:

Rescate
el óxido comienza
mi sed lo precipita
y voy envejeciendo

Me ronda un cierto olor
y estas ropas manchadas
por la luna / abren el luto
Estoy solo. (Viudo).

Unos pasos más adelante, la soledad se refleja en el agua a través de un personaje mitológico. La temida vejez, el tiempo aposentado en el rostro hace que el personaje del poema sea arrastrado por el miedo. Narciso,

Su pobre imagen comida por
el musgo.

Su ansiedad —un sueño
aspirando a cristales—
la lleva el pez oscuro
hasta muy lejos...
y él reina tierra adentro.

El poeta de este libro coincide con los personajes de Francisco Pérez Perdomo. En medio de la mirada solitaria, entre tantos escalofríos provocados por el silencio, aparecen los “Espantos”, criaturas de las sombras, perfiles de sujetos inasibles, que trastornan la realidad y lo llevan de la mano a encarar rostros extraños, irreales:

Alguna vez visito las grandes plantaciones
donde levitan los nocturnos habitantes
que regresan.

Allá me siento como un pequeño rufián
que espía los secretos de los muertos
me conmueven en sus proezas y sus inútiles
proyectos para derrotar la melancolía
y la ausencia de ver (...) Son como sombras pero no son ni sombras.

Más adelante reconoce la imposibilidad de alcanzar la imaginación. No obstante, admite que

Tras el huracán que se lleva los restos
multicolores
no desaparece nunca el aroma
donde soy sometido a nuevos desafíos.

Esos “nuevos desafíos” convocan a imaginar la imaginación, a ser parte de un mundo en el que es posible pensar la imaginación y convertirla en poesía. El poema resuelve el enigma. El poema es una metamorfosis. La vida, el pensar, una revancha. Un espacio donde nada es imposible.

 

3

Mi otra parte inmortal hace juego con la sombra que más tarde advertirá el poeta en su paisaje, el dejado atrás una vez que dejó la corriente deltana y deltaica, el curso del viejo Orinoco, la selva sudada en la piel de la niñez. He allí que ante “el fracaso de la noche”, asido al monte de su origen, el poeta que canta en este viaje rastrea hasta encontrarse en la segunda parte del libro, hecho polvo para las huellas dejadas al olvido. No obstante,

Decidiste cortar las amarras y ahora pruebas
que fatalmente no queda otra vía
la errancia
su peregrinaje paso a paso hasta caer entre las candelas
y los hijos del diablo.

Muchos fueron los intentos, las visiones, los caminos removidos por los pies, de allí que Los primeros pasos son confusos (...) Y descalzo camino entre frutas y hojas pomarrosas / guayabas / morichales sarrapias merecures cacao / grandes enredaderas membrillo catuches / reserva de lirios así / entre follajes abundantísimos...

Dos miradas, la ciudad y el monte prometido, el Paraíso, el recuerdo de la antigua casa, el sofoco de los ahogados. Y así el resto del libro, acuático y terrestre. Selvático y desértico. Viejo y nuevo.

Las cartas del verano de Luis Camilo Guevara no envejecen, se renuevan con cada lectura. Entonces el tiempo deja de pasar.

***

El último instante con Luis Camilo

A esta hora estamos situados en el lado oscuro del ser. Luis Camilo Guevara, el poeta de la cola del Orinoco, la voz del Delta, la mirada de quien se trajo los manglares y barros de aquel río, las manos morenas de quien amasó aquella tierra y la hizo texto muscular, dejó de estar en este mundo para transitar por el otro, en un tránsito que nuestro Pepe Barroeta dejó plasmado en las páginas de un estudio homenaje en el que también están Rafael Cadenas y Víctor Valera Mora: Lector de travesías, Ediciones Solar, Colección Ensayo, Mérida, Venezuela, 1994.

Con Luis Camilo aprendimos a conversar. Su poesía era un viaje entre la tupida vegetación verbal de este país y del mundo todo. Nos reconocimos en su cercanía y las maneras de darle al silencio una importancia poco respetada por otros. Su poesía —su discurso poético— fue un río permanente alimentado por las crecidas de su imaginación.

A esta hora, cuando su cuerpo no está, entramos en sus poemas y lo cultivamos como un árbol. Celebramos su travesía, su permanencia por décadas en este mundo ruidoso y silencio, amargo y deleitoso. Solitario y en compañía de los hacedores de imágenes y universos insólitos.

Su nombre ya es un tributo. Un homenaje permanente.

El extenso verano en el que nos ha dejado forma parte de la experiencia del vivir, como diría Cesare Pavese. Las cartas de la estación más tropical son las mismas que seguiremos leyendo.