“Derivas”, de Alejandro Sebastiani VerlezzaDerivas (o sitiado por los palabras)

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Derivas es un diario que se lee como una novela. Derivas, publicado por bid & co. editor en la Colección Cantos Iniciales, coordinada por el poeta Adalber Salas Hernández, es un diario escrito por Alejandro Sebastiani Verlezza, egresado en Comunicación Social de la Universidad Santa María y en Letras de la UCV. Así que periodismo y literatura se juntan para conformar una lectura en la que días y momentos describen, narran eventos y retazos de vida, y otros que dialogan con el lector a través de la incorporación de personajes literarios y no literarios que, a la larga, se transforman en personajes cotidianos, los primeros, y literarios, los segundos.

El trabajo está acompañado de dos epílogos escritos por Armando Rojas Guardia y Rafael Castillo Zapata, quienes reconocen la calidad de la obra, a la que califican de “conciencia, leve pero connaturalmente escéptica...” y de “Bitácora de lecturas. Cajón de sastre de ocurrencias; laboratorio experimental de relatos y poemas...”, respectivamente. En resumen, Derivas es una caja de sorpresas, en la que Pandora juega con la estabilidad emocional de quien aborda sus páginas. Pese a ser presentada —la caja de sorpresas— como diario, el autor ofrece un recorrido intelectual en el que la cronología, las fechas o los meses son sólo referencias. Es decir, sin ánimo de contradecir, se podría leer sin necesidad de tener en cuenta las fechas y los meses ocupados para escribirlo. Pero, en fin, digamos que es un diario/novela porque el tiempo discurre, se mueve y porque quien escribe cuenta, narra: elabora una historia fragmentada que finalmente conduce al lector a un conjunto de aforismos que —si se quiere— redondean lo que nos queda como sedimento: citas, minificción, anécdotas, saltos y sobresaltos oníricos, revelaciones, análisis literario, reseña de libros, intimidades. Es un diario en el que nada queda al margen. Quien escribe es un joven (1982) culto, de fina y bien elaborada prosa. Derivas es un laberinto que se cierra y se abre. Es un túnel cuya luz final demuestra la destreza de quien sabe contar una historia, pero también de quien resume su conciencia en máximas y aforismos.

 

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Reviso el libro, tengo una fecha al lado, la obvio para no comenzar un diario. Lo manoseo, hablo con él en voz baja, para que no me oiga el resto de la casa. Son las 9 de la mañana, buena hora para empezar a trillar las páginas, a desbrozar el camino trazado por Alejandro Sebastiani, un hombre “sitiado por las palabras”. En este tomo lleno de voces, de iluminaciones, pasean muchos sujetos conocidos y por conocer: el lector se verá cara a cara con Severo Sarduy, con el Doctor Pasavento de Vila-Matas, con Pessoa, con el otro yo del poeta portugués, Reis; con Philip Roth, con Kafka, con el poeta venezolano Salustio González Rincones, rescatado en buena hora por el poeta y periodista Jesús Sanoja Hernández; Camus y Coetzee también se pasean por estas líneas. Pamuk, Broch, Rojas Guardia y un poema, Hanni Ossott. Kerouac, Bonnefoy. Victoria de Stefano y su novela Lluvia. Kundera... y paremos de contar. Sebastiani hace un recorrido por estos autores y los cita con mucha cercanía. Los incluye en aforismos personales. Los nombra, los toca. Viaja con Mann en La montaña mágica y no olvida a Cortázar, Gerbasi, Canetti. Y así hasta Guillermo Sucre y La mirada.

 

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Si el lector se atiene a la palabra que le da nombre al libro, podría marearse, toda vez que se trata del abatimiento que sufre una nave en el mar y pierde el rumbo. Así, “sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias”. El ojo del lector, como el del que ve un cuadro de Miró, toma partido por algún rasgo o camino para salvar la nave. En el caso de este libro, se trata de la libertad plena porque Sebastiani no se fijó un puerto para llegar, aunque arribó a los aforismos, pero como los aforismos tampoco son afirmaciones, queda a la deriva pero rodeado de las voces de quienes han inventado la inteligencia y la belleza: sirenas y sabios convocan para deshilar algunas cosas, y así “los silencios y sus derivas, fragmentos de sombras que se van colando en la escritura”. Vale. El “cuadro vagabundo” que hace entre las líneas que el “diarista” escribe. Se atraviesa Cioran, ineludible. Y sin dejar de andar, a pie o a caballo, Durrel: “Sólo hay tres cosas que puedes hacer por una mujer. La puedes amar, puedes sufrir por ella, o la puedes convertir en literatura”. Me vino al dedo este Durrel para seguir leyendo y luego escribir esta nota. Porque unas pocas páginas más adelante define: “Un diario íntimo es el último lugar al que hay que acudir si se quiere conocer la verdad sobre una persona...”, el mismo Durrel. Y mientras el poeta es un pararrayos, el autor justifica que “Vale todo” en un diario, de allí la dificultad para escribirlo. Insiste: “Escribir un diario es como estar en un camino anchísimo y poder andar en todas las direcciones posibles”. A la deriva. El cuerpo a la deriva: “La escritura es cosa fisiológica, humoral”. Guillermo Sucre reaparece, de quien anota “intuiciones y las voy meditando”. Lo fragmentario, más adelante. Y para alegría: Pepe Barroeta y Todos han muerto, porque “el diario debe expresar la conmoción...”. Sigue Sebastiani: “Un diario, algo así como escritura pospuesta”. La vida, lo que ésta arrastra, que es “todo lo demás”.

 

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Si Proust también fue parte de esta hermosa aventura, sin olvidar la ya tradicional magdalena, el resto del mundo personal de este autor/personaje, Alejandro Sebastiani, para próxima obra, será una novela en la que un diario conforme su estructura, una nueva estructura.

Quedan los aforismos dispuestos para el lector Otro, el que viene de seguidas, inocente, y del que acaba de salir de estas páginas, pero que volverá, culpable, a ellas con la pregunta de Valéry: “¿qué puedo?”.