John MontañezLos Cuentos regresivos de John Montañez

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Por estas páginas anda un personaje, el tiempo que se detiene, un tiempo que observa en nombre de alguien que se hace llamar, convocar por sus propias peripecias. El narrador, consciente de su aventura, ha diversificado la mirada y ha construido un universo en el que el lector —el lector avisado y avezado— logra asirse para también formar parte de las historias que John Montañez recoge y cuenta.

Cuentos regresivos tiene que ver con la memoria hacia el pasado, un estadio detenido, hacia un lugar donde los años y las horas que se han vivido y hasta no vivido durante la infancia, la adolescencia y una ficción abastecen al narrador de territorios próximos a la muerte, la nostalgia, el amor, el crimen, la ironía, el humor y otras andanzas temáticas que hacen de esta obra un lugar para respirar con dilatación cardíaca, sobre todo cuando quien desata las historias entra en el mundo del misterio.

Cuentos regresivos traduce los instantes en que el narrador sucumbe ante los temas. Se vale de todos ellos para entrar y salir airoso de un mundo en el que quien accede como lector emerge hecho personaje.

 

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Las historias que hacen este tomo de Montañez transcurren entre la realidad y la fantasía, entre la duermevela y el sobresalto. Son vertientes de un mismo río narrativo: todas las historias están atadas a un estadio de la vida: la niñez, la adolescencia. El narrador tiene la capacidad de hacernos entrar en un recinto en el que como lectores nos movemos, pero en realidad estamos siendo utilizados, manipulados, porque al final se trata de una sobredimensión que nos descubre en cada uno de los cuentos de los que formamos parte. Quien relata nos sorprende. Quien relata se convierte en nosotros. O ese nosotros, sobreentendido, se hace el narrador que se “burla” de quien lo repasa en cada evento: un narrador cuya destreza no advierte que estamos atrapados, que somos parte de una confabulación, de un sueño, de un juego de espejos. De un reloj que funciona al revés.

Dos semanas, Asunto regresivo, Los ceibos del olvido, El extraño caso de la errante de San Lorenzo, Hablando de plegarias alucinantes, Miscelánea de un plagio irreverente, La utopía universal de Jason, Memoria de mi jardín, Memoria de nunca morir, De cómo conocí la gloria, No hay Kalaveras en Halloween son los títulos que le dan vida a este libro de John Montañez, quien ha sabido atar con hilos invisibles el discurrir de las diferentes anécdotas que el lector podrá hacer suyas en medio de revelaciones y sorpresas.

 

“Cuentos regresivos”, de John Montañez3

En el primero un crimen conduce a otro crimen. Una extraña historia en la que el personaje es el sorprendido, pero en el segundo, otro personaje, que podría ser el mismo del primer cuento, o como quiera el lector, ambula en medio de un origen dudoso: Capelli, un joven adoptado indaga sobre su pasado. Busca a su verdadero padre. Cuando da con él, ya éste lo había advertido. Un final inesperado. Un final que da curso a Los ceibos del olvido donde la memoria, el amor, la muerte la nostalgia confirman las destrezas de un autor que no le teme a los distintos temas que se le atraviesan en el camino.

Dos cuentos cortos se imbrican en estas páginas. Son dos ejercicios en los que un sujeto quiere ser escritor, pero el mismo dios lo decepciona. La presencia de Kafka, García Márquez y Monterroso desatan la imaginación en un tiempo congelado como el mismo lector. No deja de tocar John Montañez el delicado asunto de la inmigración donde el egoísmo, racismo, xenofobia y otros males configuran el relato La utopía universal de Jason.

Es decir, Cuentos regresivos es una manera de no salirse de una realidad para ingresar a la ficción como riesgo. En casi todos los cuentos de Montañez el ensueño toma por asalto el corpus del relato, hasta el final cuando se abre una puerta y es el lector el que termina hecho personaje. El factor sorpresa, el tiempo como microficción en un giro que hace levantarnos de la silla y atender a quien desde la agonía de la muerte nos convoca. O como ser atendidos por un muerto que tiene como interlocutor a un hombre sentado sobre una tumba. Cuentos que nos desvanecen, que nos desaparecen de un paisaje que es sólo parte de un juego de abalorios, pero esto también es un reflejo, porque todo lo que pasa por nuestros ojos es la realidad, tan real que nos parece la ficción más alucinante.

Este libro, recién editado por Lector Cómplice (2014), contiene el cuento ganador del Certamen Internacional de Literatura Manuel Joglar Cacho, en Manatí, Puerto Rico, en el año 2010. Se trata de No hay Kalaveras en Halloween donde el autor juega con la realidad y el sueño en medio de un caos de emociones. El uso de la letra K en muchos de los nombres pareciera un homenaje al señor K de Kafka, a la misma inicial que revela los tantos laberintos de quien aún no ha terminado de despertar. No como en el caso del niño que lo hace en el cuento de Montañez pero no lo hace con las patas del insecto del escritor checo. Uno siente a un Gregorio Samsa en la ingenuidad de quien es llamado por la madre en la mañana a salir del sueño.

Historias que nos regresan a un lugar, que nos hacen volver la mirada hacia lo que fuimos. Pero también nos advierten que es posible ser el futuro que no hemos soñado. Por eso despabilamos al final de casi todos ellos.

Esta lectura un tanto desordenada es lo que hace apasionante a este libro: nos regresa, nos descoloca, nos deja hablando solos.

El tiempo, ese personaje, sigue su camino más allá de nosotros, detenido.