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Los de verdad, no se despiden…

4. A la Policía se la respeta

Como era de esperar, salieron tarde. Eran las tres y treinta cuando quedó lleno, primera de muchas veces, el tanque de gasolina. Ella y Eme agradecían la gentileza del empleado de la estación de gas que les ofrecía limpiar las lunas sin costo extra, mientras Di y Él vaciaban los escaparates de galletas y chocolates del supermercado; listos los pertrechos, se lanzaron al combate.

Atravesar la ciudad en medio de la efervescencia de la última semana del año y justamente a la hora en que todos los empleados escapan de la oficina para aprovechar el larguísimo fin de semana, se presenta tan complicado como traspasar las líneas enemigas a pleno sol, con un trapo rojo en el cuello y sin protección ninguna.

Vamos por Circunvalación, ¡estás loco, por ahí roban!, ¡no seas miedosa!, eres un irresponsable, no, no, vamos por la Costa Verde y de ahí tomamos la Paz, ¡no, ni loco, allí también roban!, ¿entonces?, vamos por el camino típico, tomamos la Vía Expresa, agarramos Javier Prado, La Marina, Faucett, el aeropuerto y salimos de Lima, va a haber un tráfico de la patada, no seas exagerado, van a ver... Y vieron. Las calles estaban tan llenas de automóviles que se diría que todo el mundo escapaba de la ciudad antes de que el presidente diera su discurso de fin de año.

Si la salida al sur de Lima resulta más o menos sencilla y uno puede hallarse fuera de la ciudad en tan sólo quince minutos, lograr lo mismo por el norte resulta realmente embarazoso. Una revolución triunfante no tendría mayores problemas en fusilar a los miembros del antiguo régimen porque, sin lugar a dudas, se quedarían atascados en el tráfico limeño rumbo al aeropuerto.

Seis peleas, algunas madres recordadas, cinco conatos de choque, dos asaltos frustrados y cincuenta minutos después, llegaron a la altura del Jorge Chávez, que recibía, en esos momentos, a cientos de pasajeros dispuestos a recibir las fiestas de año nuevo en mejores horizontes que el limeño. Ellos pasaron de largo.

Cruzar Ventanilla y Santa Rosa resultó bastante sencillo, la carretera había sido mejorada en los últimos tiempos y el tráfico amainaba a medida que iban más al norte, haciendo casi imperceptible la inmensa pobreza de la zona que consigue, todavía, arruinarle el almuerzo a los turistas más sensibleros.

Veinte minutos después pasaban junto a Ancón, el antiguo balneario de la aristocracia limeña, donde aún algunos nostálgicos resisten el embate de Asia, una playa infinita, noventa kilómetros al sur, que congrega, en conjuntos residenciales, bien puestos y mejor protegidos, a lo más graneado de la sociedad.

Pocos kilómetros más adelante los automóviles se desvían por “la variante” de Pasamayo, una autopista moderna y segura que evita que se tenga que ir por “el serpentín”, la vieja carretera al borde del abismo por la que aún continúan pasando el tránsito pesado de los camiones y los ómnibus (que se desbarrancan de tarde en tarde), porque el genio del ingeniero que diseñó “la variante” no hizo bien sus cálculos y la pendiente es demasiado exigente para las grandes unidades.

En la camioneta la cosas iban bastante bien. Ella al volante, Eme de copiloto, Di en posición fetal cómodamente acurrucada y Él tratando inútilmente de leer la obra de teatro que sospecha que puede ser la que trabaje con sus alumnos el próximo semestre. Ya en la autopista la velocidad pudo aumentarse, todos se estiraron un poco en el segundo grifo donde pararon a colocar más gasolina y el vehículo avanzó raudo y sin mayores contratiempos devorando distancias, mientras ellos empezaban, a su vez, a devorar parte de las interminables provisiones que incluían galletas con relleno de fresa, bañadas en chocolate, de soda, caramelos de limón, gaseosas, jugos, bizcotelas, chocolates, wafers, keke inglés, gomitas y tres tacos, acriollados y nada mexicanos, que compraron hechos en el supermercado.

La primera hora y media transcurrió sin incidentes. Sólo cuando avanzaron hacia el norte, ya por la autopista, acercándose a los poblados, empezaron los inconvenientes.

Huaral, una de las provincias de Lima, recibió a los pasajeros con la frescura de sus Lomas de Lachay, un espacio verde y hermoso en medio del interminable desierto que vive gracias a la concentración de humedad que hay en la zona. Allí, mientras Eme contaba de las virtudes de la antigua hacienda Huando, donde se produjeran esas magníficas naranjas y mandarinas sin pepa, orgullo del país, claro, hasta que el comunista de Velasco arruinó la agricultura, ¡no era comunista!, ¡era un resentido!, ya, déjense de hablar de política, ¿porque le quitó tierras a tu familia?, ¡mi familia no tiene tierras por esta zona!, ¿no fue buena la idea?, cómo iba a ser buena, ¡si fueron una recua de salvajes!, ¡habían hacendados explotadores!, ¿y?, ¿cómo que y?, ¡ya basta!, no peleen, ¡no peleamos!, ¿no?, ¡no!, ¿qué hicieron los campesinos con las tierras?, ¡las destruyeron!, pero fue por falta de capacitación, ¡cómo sea!, ¡fue un desastre! y ¡fuiiiiii! El bendito silbato del policía que se encontraba al borde la carretera.

Pero jefe si íbamos despacio, lo siento, señorita, iban a exceso de velocidad, no, jefe, le pareció, íbamos a cien, eso mismo, señorita, iban a cien, pero, si no se ha dado cuenta, estamos en una zona urbana y el letrero dice cuarenta y cinco kilómetros por hora, pero oficial, y esa es una falta grave, pero, jefe, si recién salimos de Lima, ¿a dónde se dirigen?, al norte, sí, claro, pero a dónde, señorita, a Piura, jefe, ah, a Piura, eso es bastante lejos, señorita y la falta es grave y según el reglamento, ¿ha leído el nuevo reglamento, no?, no jefe, no he tenido la oportunidad, bueno, según el nuevo reglamento debo retenerle la licencia de conducir, ¡pero, jefe!, ¿cómo vamos a llegar al norte?, bueno, debió pensar en eso antes, usted sabe, señorita, la plaza está dura, además, son cuatro, ¿ninguno de los señores maneja?, no jefe, yo no tengo brevete, yo tampoco jefecito, y yo ni sé manejar oficial, eso es lamentable, no van a poder seguir su viaje, ¿no ves que quiere billete?, ¡ni loca, no le doy ni un centavo!, ¡shhht, baja la voz!, ¡qué baja la voz, no le doy nada!, ¡no seas terca, no te va a dejar ir!, ya dale y sigamos, ¡no!, a mí ni me miren, ya saben lo que pienso al respecto, bueno, señorita, ¿cómo hacemos?, ¿y qué pasa, jefe, si me quita el brevete?, bueno, tendrá que venir a recogerlo y a pagar la multa, ¿venir?, ¿no la puedo pagar en Lima?, no señorita, la multa es municipal, y acá la alcaldía nos da un porcentaje del monto, son como trescientos por la infracción, sí, pero dentro de las cuarenta y ocho horas se paga el cincuenta por ciento, sí, claro, pero no van a poder seguir con su paseíto, pero, oficial, lo siento, señorita, usted s abe que la cosa está mala..., ¡dale de una vez!, no, déjame a mí, a ver, jefecito, no sea malo, pues, no nos malogre el fin de año, pero señorita, ya pues, jefe, le damos para una gaseosita, no sea mala usted, señorita, más me dan por la papeleta, sí, pero usted es buena gente oficial, ya pues, le damos alguito y nos deja ir porque usted tiene cara de bueno y estamos celebrando, bueno, bueno, lo que sea su voluntad, ya, dale, ¿cuánto?, no sé, dale algo, pero sin hacer mucha luz que se pone nervioso, ¿tienes?, saca de ahí, donde está la plata de la gasolina, ya, ya, apura, ¡ya va!, acá tiene jefe, bueno, señorita vaya con cuidado... Y la camioneta se alejó lo más rápido que pudo del patrullero.

¿Cuánto el diste? Treinta soles..., ¿estás loca?, ¡treinta soles!, ¿es mucho?, ¡es una barbaridad!, te fregaste, ahora se van a pasar la voz por la radio van a decir, “detengan la camioneta verde, la señorita que maneja da buena plata”. Por eso odio coimear, bueno, no lo tomes así, la cosa era seguir el viaje, ¿no?, no íbamos a quedarnos tirados en el pueblucho ese, ¿y ustedes?, bien gracias, los hombres se callaron en todos los idiomas, yo estoy cansado y eras tú la que manejabas, ¿y tú?, ¿yo?, ¡sí, tú!, yo no manejo, además, ya saben lo que pienso al respecto, sí claro, muy moral, pero si no pagamos nos quedamos en Huaral, como sea, sabes que no estoy de acuerdo con las coimas, ya empezó el santito, ni santito, ni nada, solamente digo que si el país va mal es porque todos violan la ley, ¡si ellos la violan primero!, ¡la policía es corrupta!, sí y no, ¿cómo es eso?, ¡no te me pongas filosófico!, que sí y no, que sí es corrupta, pero no lo es porque sí, lo es porque nosotros fomentamos esa corrupción, si nadie coimeara, no habrían policías corruptos, ¡ya empezó!, no, sólo digo..., como sea, la policía es una porquería, pero ni modo, lo mejor es tenerla al lado, sí, por eso mi hermano tiene su carnet de “amigo de la policía”, ¿qué es eso?, es una especie de asociación de vecinos que arreglan y pintan la comisaría de la zona, ¿en San Isidro?, sí, les compran útiles y materiales a los tombos, ¿y eso?, ¿no sabías?, el papá de Angelo también hace lo mismo en Miraflores, ¿sí?, Sí, claro, y en Navidad organizan chocolatadas y les dan regalos a los hijos y esposas de los polic&i acute;as, ¡pero eso también es una especie de coima!, sí, pero no se ve tan feo, es legal y todos quedan lindos, claro, cada vez que tienen un problema, sacan su carnet y los policías los dejan pasar, o sea, lo mismo, sí, pero con estilo, ja, ja, ja, ja, sí, con estilo, entonces, ni bien llegamos a Lima, nos compramos uno de esos documentos, sí, claro y..., ¡fuiiiiiiiiiiiiiii!, el pitazo nuevamente, pasando Huacho, cerca de la Albufera de Medio Mundo, esa laguna de agua dulce maravillosamente colocada sólo a unos cuantos metros del mar, separados sólo por una franja de tierra.

Pero, jefe, ¿qué sucede?, bueno, señorita, usted ha superado la velocidad máxima, no puede ser jefe, he estado controlando el velocímetro y no he pasado los cien kilómetros, además, esta no es zona urbana, sí, sí, señorita, la comprendo, pero usted sabe, el radar no se equivoca, es de láser, ¿sabe?, pura tecnología, y la lectura dice que usted estaba a ciento tres kilómetros por hora, ¿ah?, sí, sí, si quiere venga al patrullero y se lo enseño, no jefecito, no se preocupe, yo le creo, ya dale, no, esta vez no, no le doy ni un céntimo, ¡así tenga que acampar al lado de la carretera!, uyuyuy, se puso brava, ¿cómo dice señorita?, nada, nada jefe, lo que digo es que no sea malo, que nos deje pasar, que ya nos pararon allá en Huaral, ya pues, jefe, pero señorita, usted sabe la municipalidad..., ¡mire, mire, ese camión ha pasado a ciento cincuenta kilómetros por hora, persígalo con el patrullero!, ah, bueno, es que no tenemos gasolina para eso, ¿cómo?, bueno, sí, no nos dan suficiente combustible, ¿usted entiende?, el señor comisario se queda con una parte de la gasolina para sus gastos, ¿sabe?, y nosotros tenemos que arreglárnoslas solitos..., sí, claro, pero usted también entiéndanos a nosotros, no hemos hecho nada malo y mire cómo nos retiene cuando otros pasan a toda velocidad, y se nos hace tarde y no queremos que nos dé la noche en la carretera, son peligrosas, ¿no?, bueno, sí, sí, son peligrosas, pero para eso estamos, para servirlos, señorita, la Policía Nacional está para servirlos, para servirlos, gracias jefecito, vaya, vaya no más, pero eso sí, no maneje muy rápido, ¿ya?, y no se preocupe, yo voy a avisar por radio que ya la pararon en Huaral para que no la vuelvan a molestar, no se preocupe, mil gracias jefe, no, ni lo diga, estamos para servirlos, hasta prontito, ¡feliz año!, ¡feliz año!, mañana en la noche, jefecito, brindaremos por usted, pero no se olvide..., no se preocupe, ¿en serio?, en serio, jefe, el 31 brindaremos por usted, ¡se lo prometo!

Y a carcajadas siguieron al norte. Habían perdido mucho tiempo en cada parada, pero no encontraban manera de recuperarlo, al menos, mientras siguieran en la provincia de Lima, “infestada” de cachacos buscando “la suya”, persiguiendo el aguinaldo de fin de año, listos para hacer “su” año nuevo con los conductores incautos y apurados. Desde entonces Eme tomó la actitud del copiloto responsable, miró y cuidó de cada letrero, de cada aviso en la carretera, divisando, con una vista envidiable, cuando patrullero apareciera en lontananza y dibleando, con maestría de futbolista, todos los obstáculos que la cancha presentaba.

Ya en Barranca, a pocos kilómetros del límite departamental, vieron el desvío que conduce a Caral, la famosa ciudad que, según la arqueóloga sanmarquina, Ruth Shady, es la más antigua de la América prehispánica, y pasaron por la impresionante fortaleza de Paramonga, conquistada en el siglo XV por los Incas. Todo marchaba de perlas, las provisiones resistían el embate de los hambrientos viajeros, un par de estaciones de gasolina habían provisto del líquido imprescindible a la camioneta y empezaban a ganarle tiempo al reloj que se movía inflexible buscando su noche. Los pequeños poblados, grises y entristecidos de la costa, se sucedían interminables, al pasar por uno de ellos, en una especie de curva que hacía la carretera, Eme divisó a dos patrulleros apostados al lado de la pista, estos nos paran de todas maneras, sentenció y, dicho y hecho, sonó el ¡fuiiiiiiii! por tercera vez en la tarde. No, no puede ser, eso sí que no, yo he estado dentro de la velocidad permitida, que venga el tombo para cantarle su vida, que venga no más, señorita, buenas tardes, no, no son buenas, cómo van a serlo, oficial, es la tercera vez que me paran sin razón alguna, no puede ser, he venido a la velocidad permitida esto es un abuso, es un atropello, no puede ser, oficial, no puede ser, pero señorita, sólo queríamos verificar que todo fuera bien y que tuvieran los cinturones de seguridad puestos, nada más, ah, ya, ok, disculpe, jefe, pero usted comprende, me han parado tres veces, no se preocupe señorita, no se preocupe, siga no más, mantenga una velocidad adecuada y maneje con cuidado, buenas tardes, buenas tardes jefe y feliz año...

Lima, 19 de febrero de 2004