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Brevete

Según explica Martha Hildebrandt en su libro El habla culta (o lo que debiera serlo), la palabra “brevete” sirve para designar, en el Perú, a la licencia de conducir; por su parte, la RAE, en la vigésima segunda edición de su diccionario, añade que ese significado es también aceptado en Bolivia. Vaya usted a cualquier otro país de nuestra América Morena y pídale a un conductor su “brevete” y verá su cara de absoluta extrañeza, la misma extrañeza que tendría un turista extranjero en Lima si fuera detenido conduciendo a exceso de velocidad y el policía le dijera el consabido “brevete y tarjeta de propiedad” con el que comienzan todas sus intervenciones.

Manejar sin brevete es una falta grave y yo, que guardo mis delitos y mis pecados para ocasiones memorables (y para el olvido), no me iba a permitir andar por la ciudad sin el documento que me autorizara a conducir el Sentra del 97 con el que mi hermana me arrojó a los brazos de la independencia motorizada y a las fauces del salvajismo célebre de nuestros conductores criollos. Ciertamente, medio Lima maneja sin brevete, no sólo los choferes de las “combis asesinas” sino gente tan respetable como mi amigo Carlos, su exquisita esposa Gabriela y, si aún no lo ha obtenido, el papá de Jorge, otro amigo de la infancia que me confesó alguna vez que su progenitor andaba sin brevete desde que empezó a manejar y ya entonces bordeaba la cincuentena; su traje de banquero y su cara de intelectual lo habían librado, al menos hasta entonces, de policías e inquisidores.

Obtener el bendito brevete se convirtió en una cantaleta cotidiana cuando el coche fue estacionado por mi hermana al frente de la puerta de mi casa y comenzó a blindarse del polvo cotidiano limeño que, junto con la humedad, fue construyendo una pátina que poco a poco amenazó a convertirse en una costra irreductible que me puso ante las opciones de divorciarme, renunciar a mi familia, incendiar el coche, regalarlo o, sencillamente, obtener la susodicha licencia de conducir.

Superados todos los escollos burocráticos, superados los análisis médicos y psicológicos, superado el examen teórico, sólo restaba salir airoso de una prueba que prometía ser un completo desastre. Adrián tuvo una idea brillante: “vamos antes a las pistas de pruebas no oficiales que existen cerca del Touring”, “¿estás seguro?”, “claro, si ya he ido antes, cuando fui a dar mi propio examen...”, “¿seguro..?”, “sí, sí, así que nos encontramos allá como a las doce...”, “¿allá?”, “sí, en Conchán, en el local de Touring...”, “¿y cómo diablos se supone que llegue?”, “manejando, ¿no crees?”, “y, ¡cómo voy a manejar sin brevete!”, “¡como lo has estado haciendo en estos días!”, “no, no, no, Adrián, no me puedes hacer esto, si no he manejado fuera de esta zona porque odio la idea de que me pare la policía, no voy a irme hasta el kilómetro veintidós de la carretera al sur, ¿no crees?”, “bueno, bueno, paso por ti el viernes como a las once”, “¿estás loco?”, “¿por qué?”, “ya averigüé, el circuito se abre a las ocho de la mañana y cierra a las tres de la tarde y dicen que cuanto más temprano vas, mejor, hay menos inspectores...”, “¿y quién te ha dicho eso?”, “bueno, no sé, me lo dijeron y ya..., además sabes que odio llegar tarde, no vaya a ser que pase algo en el camino...”, “si, claro, un terremoto, por ejemplo”, “...además, no puede ser el viernes, tiene que ser el jueves...”, “¿el jueves?”, “...porque el lunes nos vamos de viaje...”, &ldquo ;¿y?”, “...y sabes que hay tres oportunidades para pasar el examen de manejo...”, “¡sí!, ¿y?”, “...y si me jalan en las dos primeras necesitamos tres días, jueves, viernes y sábado, porque el lunes viajamos, y si no lo saco ahora...”, “¡lo sacas al regreso!”, “...no lo saco nunca más porque...” “¡por qué!”, “...no hay forma, a mí estas cosas me estresan y si no apruebo ahora, al diablo, vendo el carro y se acabó.” “Bien, ¿y se puede saber a qué hora quieres que venga?”, “bueno, lo ideal sería a las siete...”, “¡Dios!”, “...pero tampoco estoy loco, sé que vienes del otro lado de la ciudad...”, “felizmente...”, ¿te parece a las ocho?, vamos, practico, doy el examen y si apruebo celebramos con un buen desayuno...”, “¿y si te jalan?”, “¡entonces lloramos la pena con un buen desayuno!”

Lo cierto es que a las nueves de la mañana estábamos entrando a una especie de circuito paralelo que existe como un kilómetro antes de llegar al centro de pruebas, insólitamente, un policía, correctamente uniformado, se encargaba de dirigir el ingreso de los vehículos a esta “zona de entrenamiento”. “Buenas, jefe, ¿para practicar?”, “¿ya dio el teórico”?, “sí, jefe, sólo me falta el de manejo...”, “perfecto, acá a la derecha, siga de frente unos metros, allí habla con cualquiera de los profes”, “¿me recomienda alguno?”, “noooo, todos son igual de buenos...”, “gracias, jefe”, “para servirlo”.

“¿Va alquilar auto o en el suyo?”, “en el mío”, “¿ahí va a dar el examen?”, “sí...”, “¿automático, no?”, “sí...”, “ya chochera veinticinco por media hora...”, “no, no, yo quiero una hora”, “¿una hora?”, “sí, para estar seguro, ¿o es mucho?”, “no, no, claro que no, está bacán, son cincuenta”, “no te pases, hazme una rebajita”, “ya, está bien, como es una hora, cuarenta luquitas no más...”.

Y así empezó una especie de círculo de locura que se parecía a esos aparatos que usan los hipnotizadores en sus trucos para marear a las personas. Anduve durante una hora dándole vueltas a un circuito que demoraba tres minutos, escuchando, con la oreja hinchada ya, las instrucciones de mi “profesor”. No tendría más de veinte años, usaba una gorrita grasienta que no se quitó nunca y me hablaba como se le habla a un niño de dos años o, mejor aun, como se le repite todo, despacio y en forma casi caricaturesca, al extranjero que no entiende ni jota de lo que le decimos, como si hablar así produjera mejores resultados. El sujeto repetía las cosas veinte veces y yo estaba a punto de frenar en seco, bajarme del auto y estamparlo contra la tierra del descampado que servía de pista de pruebas. Pero guardé un estoico silencio y una serenidad que habría de servirme en mi vida de conductor; Adrián es mi testigo.

“A ver, vamos a dar una vueltas por el circuito, porque este circuito es igualito al firme, ¿me entiendes?, igualito, i-gua-li-to, así que si éste lo pasas, tamos bien, ya la hicistes. Tas bien con el volante, chochera, así, firme, sin relajarse pero sin parecer tenso, ¿me cactas?, así, así... A ver, a ver, sigue avanzando... Despacio, broder, despacio, correloncito me has salido, jajaja, vas bien, vas bien... Eso sí, escúchame bien, ¿pero me escuchas?, escucha bien, no te me distraigas, no hagas caso a nada, no escuches nada, a nadie, ¿ya?, tú tranqui, no más, haciendo lo que te he enseñado, pero, ¿me escuchas?, tranqui, sin miedo, sin hacer caso a nadie, ni siquiera si el pata te golpea el carro y te dice que te muevas, ni loco, no te me mueves causa, ni siquiera haces caso, eso es pa engañarte, ¿manyas?, es un truco, porque son sapazos los veedores, porque así se llaman, ¿sabías, no?, alerta, escúchame, veedores, ve-e-do-res, alerta, chochera, alerta, que esos patas son unos tigres, así que no te me distraigas, no te me distraigas y escúchame bien, por nada de este mundo le haces caso, ¿okey?, no les hagas caso, tú sigue no más mis instrucciones, yo sé pe, yo sé, yo hago esta vaina toitos los días pe, ¿manyas?, y todititos mis alumnos pasan, porque me hacen caso, me-ha-cen-ca-so, ¿entiendes?, así que tú alerta, estáte alerta y no te me distraigas, a ver, a ver ¿cómo era que se hacía para cuadrar el carro?, así, pe, así, despacio, no te apures, ¿y si te tocan golpean el carro?, eso, bien, tú tranqui, ni caso, son unos vivos los veedores, les encanta jalar gente, así que tú despacito, así, a ver, a ver, pero sin miedo, ¿entiendes?, si los patas ven que estás muñe quiado, fuistes, porque te friegan, te asustan y no pasas, lógico, si he visto a patas que tiraban caña que daba miedo y que se asustaron y tuvieron que dar el examen tres veces porque los jalaban, así que tranquilo, no le hagas caso a nadie, tú sigue las reglas, porque, ¿te sabes las reglas, no?, claro, ¡si pasaste el escrito!, así que si el instructor te dice que pases la luz roja, ¿te pasas o no te pasas?, no pues chocherita, ni que fuera un tombo, el instructor te lo dice pa engañarte, el único que puede darte una orden es un policía de tránsito, los del casquito blanco, esos, pero esos tombos no están en la pista de prueba, allí no hay policías, ¿me entiendes?, ¿pero me entiendes?, bueno, bueno, así que despacio, sólo tienes que hacer lo que te digo, a ver, sigue, sigue, sin frenar, despacito, tienes todo el tiempo del mundo, si el que está atrás te toca bocina, mala suerte, nadies te puede apurar, ¿manyas?, por eso nadies te va a decir que cometistes una infracción, en cambio, si te apuras, te friegas, el veedor te marca y fuistes cuñao, falta grave, así se llama, ¿manyas?, ‘falta grave’, ‘imprudencia temeraria’ y chau brevete, no te dan la licencia y tienes que dar de vuelta el examen, entonces, no te me distraigas, despacio, aura sal, ¿qué tenías que hacer?, ¿recuerdas?, direccional, claro, pero eso no es todo, a ver, eso, eso, sacar la mano y luego la cabeza, bueno, hasta donde salga, la cosa es que el veedor te vea, ¿manyas?, el ve-e-dor-te-ve, jajajajaja, que te vea sacar la mitra como quien ve si viene otro coche y una vez que tas seguro que no hay nadies, sales, sí, pero sin correr, así, despacio, despacito, sin pisar la línea del otro carril, ¿ves?, por ese carril también vienen carros, ¿entiendes?, as&iacu te; que despacio, frenas, pones retro y sales quebrando un poquito hasta enderezarte, ¿manyas?, despacio, despacito, quiebra el timón, quiebra todo, quiebra, quiebra, no frenes, despacio, pero no frenes, a ver así, así, vas bien compadre, un par de vueltitas más y somos, a ver, el estacionamiento, esto es lo más bravo, así que no te me distraigas, ¿me escuchas?, a ver, adéntrate, adéntrate más, con confianza, no, no, no frenes, a ver así, así, adentrándose, siempre adentrándose, ¿me entiendes?, ta que eres bravo, cuñao, no te me apures, que si pisas allí donde no debes, fuiste, te van a jalar y después vas a decir que no te enseñé bien, así que a ver, a ver, otra vez, y otra vez, y otra vez más, así, adéntrate, adéntrate, ¿me entiendes?, ya, una vez más, otra vueltita, la última y estás como cañón, claro, estás perfecto, sí que la haces, tú sereno nomá, no te me acalambres que pierdes, tú tranqui, que el pata vea que tienes confianza, así, en las rectas acelera, así, pericia en el volante, eso, así se llama pericia, ellos en eso, son unos sapos, pero en la curva despacito, jamás te pases un alto porque vas muerto, ‘imprudencia temeraria’ y eso, ya sabes, eso es chau, a tu casay hasta la próxima y no queremos eso, no?, así que tranquilo, porque no queremos dar de vuelta el examen, ¿no?, a ver, una última estacionada, ¿te recuerdas?, ¿te recuerdas dónde debes darle todo a la caña?, allí, allí, dale todo, quiebra, quiebra, no frenes, despacio pero no frenes, despacio, así, adéntrate, adéntrate, ya está, tas como cañón compadrito, tú mismo eres, ¿tons, cómo te sientes?, ¿ ;la haces?, claro que sí, chochera, tú mismo eres...”.

“Deje su automóvil en el estacionamiento. Acompañantes tienen que esperar en la sala de al lado. Diríjase a la caseta de instrucciones y espere”. El examen recién estaba por empezar...

Lima, 18 de septiembre del 2005