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Ollanta HumalaDo ut des

“Cada país tiene el gobernante que se merece”, es la frase que oigo mordida con rabia y con insistencia por todos los desconcertados miembros del grupo social eufemísticamente bautizado como “A/B” que no entienden cómo la candidatura de Lourdes Flores se encuentra en una lenta pero progresiva caída y cómo la de Ollanta Humala nuevamente se halla encabezando las encuestas, en lo que parece ser un avance sostenido que ni todas las denuncias en su contra (desde una supuesta conspiración con Montesinos hasta las ejecuciones extrajudiciales que habría realizado cuando se desempeñaba como militar en los tiempos del terrorismo, pasando por robo, torturas y complicidad en sedición), ni todas las delirantes declaraciones de su entorno familiar (desde los arrebatos racistas de su padre hasta las homofóbicas ideas de su madre, pasando por las explosivas declaraciones de su procesado hermano Antauro contra la prensa) son capaces de detener.

Hace poco Jaime Bayly, tan simpático como epidérmico, publicó un artículo donde su sarcasmo cotidiano no puede evitar, detrás de una mueca de asco, destilar su visceral rechazo por lo que viene sucediendo: “qué malos tiempos se avecinan en esas tierras áridas, violentas, confundidas, donde habitan, comprensiblemente, la rabia y el rencor...”. Probablemente en el “comprensiblemente” que deja caer luego de un artículo cargado de ironía se halle el secreto de toda esta Babel que se está construyendo en el Perú, un país que, como él dice: “...elegirá, una vez más, la carta suicida, oscura, autodestructiva, el camino de los charlatanes y los matones, la celebración de la barbarie...”.

Entonces, ¿somos un país conformado por una masa inmensa de débiles mentales incapaces de darse cuenta de los peligros que puede acarrear un gobierno de corte autoritario que tiene como modelos a Castro y a Chávez? ¿Será que realmente formamos parte de ese conglomerado humano, ese pueblo, ese país que se merece los gobiernos que tiene porque no está a la altura de la democracia que tan gentilmente nos ha sido otorgada? ¿Pertenecemos a una subespecie humana que no logra distinguir entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y la mentira? ¿Estamos, acaso, en un grado de decadencia y depravación tal que optamos por ponernos el cañón del populismo nacionalista en la sien antes que recibir con los brazos abiertos la generosidad del social cristianismo?

Volvamos al “comprensiblemente” de Bayly y dejemos de lado, por un momento, los apasionamientos. Renunciemos al insulto colonial (“son unos indios brutos”), al miedo clasista (“lo que pasa es que nos odian y quieren invadir nuestras casas”) y a los complejos racistas (“no nos perdonan porque somos blancos”), y tratemos de entender las circunstancias por las cuales el mismo pueblo que votó por García, por Fujimori y por Toledo, se halla dispuesto a colocar a Humala en el palacio de gobierno.

“Comprensiblemente” este pueblo está harto, harto de la corrupción, harto de la miseria, harto de la ignorancia, harto del desamparo, harto de la falta de los más elementales servicios de salud y educación, harto del racismo solapado (“we’d better speak in english, my maid listens to everything” o “lo sentimos la discoteca está reservada esta noche para una fiesta privada” o “tú anda por la otra puerta”), harto de la explotación justificada bajo un eufemismo (“trabajo informal” o “vendedor libre”), harto de los policías que se mal baratean, harto de los jueces que se alquilan, harto de los políticos que prometen todo lo que no van a cumplir, harto de una democracia para la que es útil sólo cada cinco años, harto de egoísmo de los que tienen, de la ambición de los que trepan, de la cobardía de los líderes, de la ineptitud y de la desidia de los gobernantes. “Comprensiblemente” el pueblo se hartó.

Parece que la historia de la violencia en el Perú no ha servido para nada, nadie ha aprendido, no hemos aprendido. Durante más de diez años Sendero Luminoso puso en jaque al Estado peruano pero seguimos siendo los mismo egoístas de siempre que continuamos acumulando bienes como si la muerte aceptara tarjetas de crédito. Los mismos vanidosos que creemos que la sierra es un lugar demasiado alejado de nuestras comodidades, los mismos indolentes que vemos pasar la desgracia ajena como si fuéramos inmunes a la tragedia, los mismos negligentes que aceptamos a los niños mendigos como si formaran ya parte del paisaje urbano, los mismos apáticos que ni cuenta nos damos de los cientos de casuchas de esteras que se levantan a los lados de la carretera que nos lleva a las exclusivas urbanizaciones en las playas del sur.

¿Y nos preguntamos por qué?

Escuchaba ayer en una entrevista que el padre Hubert Lanssiers (recientemente fallecido luego de años de lucha infatigable por la dignidad humana de los pobres y de los presos), felicitaba a cualquiera que se presentaba delante de él como cristiano; “qué bien”, le decía con una sonrisa pícara e irónica, “me alegra que usted ya lo haya logrado, yo sigo intentándolo”. A esos mismos cristianos que creen que con sus diez soles semanales en la limosna salvan el alma, a esos que estiman que es una exageración pedagógica el “déjalo todo y sígueme” de Jesús al hombre rico, a esos pobres ingenuos que ven con espanto cómo “un fascista” llega al poder “por culpa de este pueblo de ignorantes”, me pregunto qué les diría hoy Lanssiers, ¡lástima que no se encuentre entre nosotros para sacarnos de dudas!

¿Es Humala nuestra salvación? No, honestamente creo que no. Me parece que es un paso más hacia delante que da un ciego frente a un acantilado. Que quede claro, puedo entender perfectamente las razones por las cuales es muy probable que Humala sea el próximo presidente de la República, pero no pierdo de vista que ningún gobierno improvisado, revanchista, racista y sectario puede constituirse en la fuerza que libere al Perú y a los peruanos de la miseria material y moral en la que nos encontramos desde hace tantos años.

¿Cuál es la solución? No lo sé. Sólo sé que mientras el egoísmo siga siendo nuestra bandera, mientras faltemos al “do ut des”, al “doy para que des”, a esa esencial norma de convivencia y reciprocidad que aprendieron hace siglos los romanos y que nosotros olvidamos, seguiremos viendo a los pobres con displicencia o con desconfianza, mantendremos la distancia odiosa con quienes trabajan en nuestras casas y en nuestros jardines, sembraremos el miedo y lo abonaremos con más temor y más incertidumbre, y veremos cómo la amenaza de un gobierno aventurero seguirá latente, y cómo los oportunistas disfrazados de salvadores de la patria sintonizarán con el clamor del pueblo —como jamás lo ha podido hacer la clase dominante, pero nunca dirigente, de la que hace mucho tiempo nos habló Basadre.

Sí, votar por Humala es jugar a la ruleta rusa, pero nadie va a convencerme de que Lourdes Flores representa a los generosos del Perú o que Alan García merece otra oportunidad “porque ya ha madurado”; nadie va a hacerme creer que las dos docenas de postulantes a la Presidencia y los casi tres mil postulantes al Congreso son patriotas desinteresados que están dispuestos a dar la vida por la causa de la democracia, por la República, por la constitución y las leyes. No, cien veces no. Basta con mirar la televisión o pasear por las calles para sentir arcadas ante los rostros groseramente maquillados y falsamente sonrientes de los que mendigan nuestros votos. Son tan sólo una marea de ambiciosos y egoístas, un aluvión de inmorales y desesperados donde las excepciones pasan desapercibidas, una multitud de ciegos incapaces de entender que ellos mismos tejen los hilos de la telaraña donde terminarán, donde terminaremos, todos atrapados.

Triste país el Perú. Tristes nosotros que somos incapaces de comprender, o comprendimos muy tarde, el abrumador peso de nuestra responsabilidad, la marca culpable e indeleble de nuestra irresponsabilidad.

Lima, 27 de marzo del año 2006