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Michelle sí, Néstor no (Hugo tampoco)

Michelle Bachelet y Alan García

Más allá de lo que pueda pasar con el Perú en los próximos años bajo el gobierno de Alan García, cuya reincidencia presidencial puede llevarnos a repetir la catástrofe de los ochenta, este 28 de julio los peruanos y la comunidad latinoamericana hemos asistido a una celebración entusiasta y, arrastrados por la emoción del momento y por la esperanza necesaria e impostergable, le hemos dado a García un nuevo voto de confianza.

En América Latina estamos tan acostumbrados a los cuartelazos y a los golpes de estado que resulta histórico un cambio de mando democrático donde un presidente elegido por el voto popular le cede el paso a otro presidente cuyo poder, también, emana de las urnas. Estas ocasiones, tan extrañas, las celebramos en grande.

Para el cambio de mando este año llegaron al Perú los presidentes de Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, El Salvador, Honduras, Panamá y Paraguay, el Príncipe de Asturias y los vicepresidentes de Argentina, Guatemala, Nicaragua y Uruguay. Si bien el ausente anunciado fue Hugo Chávez, quien decidió no enviar a nadie a presentar los saludos del pueblo de Venezuela al nuevo presidente peruano (a quien sólo unos meses atrás calificó como “un ladrón y corrupto de siete suelas”), la ausencia inesperada (e inoportuna) fue la de Néstor Kirschner, el presidente de Argentina.

Tras las inconsistentes excusas diplomáticas para suspender su visita sólo veinticuatro horas antes del evento, Kirschner deja el disgusto de un desaire al pueblo peruano que, por muchas razones —culturales, históricas y geopolíticas—, siempre se ha sentido mucho más próximo del pueblo argentino que de cualquier otro del continente. De Argentina vino San Martín a luchar y proclamar nuestra independencia y a Argentina viajaron las aeronaves peruanas para vigilar y defender su espacio aéreo en plena Guerra de las Malvinas. En los más de ciento cincuenta años que corren entre ambas fechas, Argentina y Perú han mantenido un vínculo estrecho y fraternal. La repentina ausencia de Kirschner es una cachetada en el rostro de los peruanos.

¿Por qué Kirschner no vino al Perú? Su cercanía al presidente venezolano podría ser la más sencilla explicación. Con una América que empieza a dividirse en dos bloques claramente diferenciados por su aceptación o rechazo a Chávez, sus petrodólares y sus discursos incendiarios, Kirschner parece haber mandado un mensaje a García respaldando con su ausencia la posición chavista. En todo caso, este exabrupto le va a costar a la diplomacia argentina un buen tiempo para recomponer la fluidez de las relaciones con el Palacio de Pizarro, más aun ahora que el Palacio de la Moneda se encuentra, para el Perú, mucho más cerca que la Casa Rosada.

En tal sentido es significativo que Michelle Bachelet anunciara el envío de una carta bastante áspera a Kirschner (con respecto al tema del precio del gas que Argentina le vende a Chile) justo antes de abordar el avión que la trajo a Lima; en política nada sucede al azar y el gesto es mucho más que anecdótico en momentos en que el acercamiento de Chile y Perú es claro y la intención de estrechar los vínculos es manifiesta tanto en Bachelet como en García.

La visita de la presidente de Chile no ha podido ser más auspiciosa y su actitud y sus gestos han dejado una gratísima impresión en la gente. Decidida a establecer una presencia fraterna y cercana, Bachelet se mostró en situaciones diversas con la misma sonrisa serena y amigable y con el mismo comportamiento, sobrio pero cercano, con el que se ganó el aprecio de los peruanos. Participó en actividades políticas (entrevista privada con el presidente peruano), diplomáticas (cambio de mando en el Congreso y saludo protocolar), militares (invitada al desfile militar) y hasta culturales (visita a la Feria del Libro); en todas las ocasiones fue, para el público, la imagen de la amistad y la cercanía entre los pueblos. Verla cantando el Himno del Perú como una peruana más fue un gesto de cortesía y respeto que ha quedado grabado en la memoria popular.

Todos los países tienen intereses y pensar en las relaciones bilaterales en términos románticos sería ingenuo; sin embargo, la actitud y el comportamiento de Bachelet tienen la virtud de acercar a dos pueblos cuya historia común de desencuentros y malos entendidos, de rencillas y desconfianzas, hace muy complicado y escabroso el camino de la integración. Eso es lo que sentimos y eso es lo que rescatamos y agradecemos.

Lima, 30 de julio del año 2006