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Idul Fitri

Idul Fitri

La celebración del Idul Fitri es la conclusión de Ramadán, el mes sagrado durante el cual los musulmanes disciplinan su organismo con ayuno (puasa) y abstinencia, y es, también, el tiempo en el que la gente vuelve a sus hogares y se reúne con la familia. Como el día se establece en base al calendario lunar islámico, varía todos los años en nuestro calendario gregoriano.

En Indonesia, la fiesta da lugar al desplazamiento de una multitud de seres humanos a lo largo de sus casi dos millones de metros cuadrados de tierra, distribuidos en sus más de seis mil islas habitadas. Este año se estima que se han trasladado unos veintiséis millones de personas (poco menos que la población del Perú). Las carreteras se saturan, la gente viaja en los techos de los trenes, los transbordadores (no los espaciales sino los muy sencillos “ferris”) colapsan con cientos de miles automóviles y no hay un solo boleto de avión disponible para viajes de último minuto. Las motocicletas (esa moderna maldición que se ha adueñado de las calles de Yakarta), despreciando prohibiciones, limitaciones y advertencias, toman las autopistas y lo inundan todo con su carga ahorradora e irresponsable de dos, tres y hasta cuatro pasajeros que viajan por la décima parte del costo de un pasaje en tren. La policía ha renunciado a detener y multar a los infractores, hace rato ha sido sobrepasada en su capacidad operativa y nada puede contra ese mar de motos (entre dos y tres millones) que esta semana recorre las islas.

Si bien Indonesia es el mayor país musulmán (85% de sus 240 millones), es una nación tolerante. Gobernada por el principio “Bhinneka Tunggal lka” (“unidad en diversidad”), permite que templos budistas, hinduistas, confusionistas, católicos y cristianos abran sus puertas a los fieles de distintos credos. El caso de Aceh (léase Achej) es particular, sus normas están ligadas a la sharía (ley islámica) gracias a un acuerdo de paz firmado el 2005 entre el gobierno central y las fuerzas del Movimiento de Liberación de Aceh (GAM, por sus siglas en achenés) que hizo del norte de la isla de Sumatra un “territorio especial” donde se encuentran los más conservadores y ortodoxos dentro de los musulmanes.

El Idul Fitri me sorprende en Yogyakarta. Éste es el nombre de una provincia de la isla de Java gobernada por un sultán, un territorio famoso por la variedad de templos budistas e hindúes que concentra (donde “la joya de la corona” es Borobudur, el más grande templo budista que existe) y porque en su capital (del mismo nombre) se alberga gran variedad de universidades y centros de estudio que le otorgan un gran prestigioso cultural e intelectual. A esta “ciudad universitaria”, a una hora de vuelo de la capital de Indonesia (más las tres horas que me tomó ir, en taxi, hasta el aeropuerto de Yakarta), llegué aprovechando un “bréik” en mi trabajo e intentando (inútilmente, una vez más) aprender un nuevo idioma (pero esa es otra historia).

Yogyakarta es amable y acogedora, como su gente. Vive en mitad del camino entre la modernidad (representada en las motos que detesto y un número infinito de pequeñas tiendas donde venden teléfonos celulares) y su pasado (milenario en sus templos y las carretas jaladas por silenciosos y tristes caballos en Malioboro, su calle más famosa). Tiene tintes cosmopolitas, ancestrales y globalizados (delicioso mazacote que describe —mal que bien— la realidad de Indonesia).

En Yogyakarta el Idul Fitri es una fiesta de reencuentro y reconciliación, de amor y perdón. Vencidos los impulsos del cuerpo tras un mes de ayuno diurno, los musulmanes llegan al “takbirán” (tarde del último día del Ramadán) llenos de alegría. Tras la oración que anuncia el último ocaso del mes de ayuno, la gente come con libertad, sale a la calle y celebra. Las calles aparecen atestadas. El tráfico se hace pesado y miles de hombres, mujeres y niños, se apoderan de los costados de las avenidas, expectantes, como aguardando algo.

El desfile comienza y va, por barrios y por calles, llevando la comparsa que abunda, sí, de mujeres cubiertas de pies a cabeza como en los más ortodoxos países musulmanes pero que, sin embargo, se contonean con alegría carioca, al ritmo de los tambores (que tocan entusiastas jóvenes que más parecen rocanroleros con sus anteojos negros y su pelo largo) y de los cantos que van identificando a cada grupo. Lo más sorprendente son los motivos y temas. Se pueden ver, entremezclados con las más tradicionales antorchas o vestimentas, elementos tan ajenos al mundo musulmán como soldados romanos, serpientes chinas, hanumanes (Hanumán es el leal mono blanco del Ramayana hindú) y hasta un despistado “Bob Esponja” (ese odioso, fronterizo y afeminado personaje de unos dibujos animados televisivos). Súmese al jolgorio callejero el estruendo de los fuegos artificiales y se tendrá una idea de la primera noche.

Lo demás, lo que sucede en los dos días siguientes, lo supe por el maravilloso testimonio de Eni, la única musulmana de las cuatro profesoras que se empeñaron en la imposible idea de hacerme aprender indonesio:

“Al día siguiente nos levantamos en la mañana, nos vestimos con el traje para rezar, que es blanco, porque representa la pureza, y vamos a la plaza. Allí nos reunimos todos los del barrio (o de la aldea, si es en el campo) y oramos. Eso dura como media hora. Luego empieza a hablar el Imán de la zona, él habla como media hora más y todos lo escuchamos. Luego de eso vamos a la casa, nos quitamos el vestido para el rezo y empezamos el “silaturahmi”, que es la visita del Idul Fitri. Es por eso que todo el mundo viaje, todos van a visitar a sus parientes, los mayores se quedan en sus hogares y los más jóvenes se pasean por todas las casas de parientes y amigos, saludándose, encontrándose, reconciliándose. Una vez que llegan a la casa se juntan todos en la sala y se pide perdón con una frase ritual que dice “Salamat Idul Fitri, mohon maaf lahir dan batin” (“Feliz día sagrado, te pido que me disculpes por mis pecados, tanto los de acto como los de pensamiento”). Cuando todos se han perdonado empieza lo mejor, se comparten los bocadillos que han puesto en el comedor. La comida abunda, hay comida en todas partes, todo el día comes. Primero vas a la casa de tus padres y después pasas por donde tus tíos, tus primos o gente mayor a la que respetas y honras, en todas las casas se repite la misma ceremonia, como al medio día se para, en donde estés, para rezar. En mi caso visité más de quince casas. Es agotador, terminas el día como a las seis o siete y solo piensas en irte a descansar. Al día siguiente, que también es feriado, muchos buscan refugio en los hoteles porque estar en casa cansa, hay que recibir quince o veinte grupos de visitas y no hay nadie que ayude. En Indonesia todo el que tiene un poco de dinero tiene una “pembantu”, una (o varias) ayudantes en la casa, pero en esas fechas nadie puede retener a nadie y todas las empleadas se van a sus villas y como las señoras no quieren trabajar el segundo día, los hoteles se llenan y, claro, están más caros porque todo sube de precio, no solo el alojamiento, los pasajes, las cosas en las tiendas y hasta la comida...”.

Eni sigue con su relato pero yo ya estoy pensando cómo esta muchacha, entrando a la treintena, que defiende su independencia, que anda en motocicleta, que estudia y trabaja incansable, que ama la cultura, que es emprendedora y atrevida y que está llena de vida, representa tan bien a esos millones de musulmanes tolerantes, abiertos, sinceros y honestos, que aman sus tradiciones, critican los excesos y conviven (en sincera paz, no en paz armada) con católicos, cristianos, hindúes, budistas y confusionistas (claro, alguien dirá “pero el estado indonesio no reconoce otras religiones, empezando por los judíos o los ancestrales animistas” y eso es tan cierto como que este día tendrá su noche, sin embargo, en un mundo plagados de intolerancias aceptar las creencias del setenta por ciento de la humanidad creo que ya es un avance).

“Es más”, agrega Eni y me regresa de mis divagaciones, tan vez inexactas, tal vez demasiado entusiastas, “hace unos años el Idul Fitri cayó a fines de diciembre y el gobierno temió que la coincidencia con la Navidad causara enfrentamientos. Sucedió todo lo contrario, musulmanes y cristianos se visitaron y saludaron mutuamente y nadie se peleó...”.

¡Selamat Idul Fitri, Indonesia! y que todos nos perdonemos algún día...

Desde la isla de Java, 3 de octubre del 2008