De humos (en Singapur) y fuegos (en Indonesia)

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Quemas en Indonesia

Si de algo de jactan en Singapur (en realidad se precian de mucho, y razones no les faltan —ni ganas de recordárselo a sus vecinos—) es de ser una “ciudad jardín”, tan eficiente, que muy pronto se convertirá, lo dicen ellos, en una “ciudad en el jardín”. De hecho, el crecimiento exponencial de los espacios verdes y el aumento sostenido de la biodiversidad permiten hallar zonas verdes por todas partes, tanto así que aún en Orchard Road —la más comercial y “aconcretada” de sus calles— es posible escuchar el canto de los pájaros compitiendo, con bastante alegría, contra los motores de los muchos carros y la música de las infinitas tiendas.

En Singapur, como en la Lima de mi infancia, se puede beber el agua que llega por la tubería sin tener que pasarla por filtros ni exorcismos, cuando ni en la vecina Yakarta ni en Johor, la provincia fronteriza con Malasia de donde Singapur importa parte del agua pura que consume, nadie se atreve a beberla del caño, ni con filtro. También es posible (y común, ¡y sabroso!) comer en los restaurantes populares —los famosos “hawkers”— donde, por unos cuantos dólares locales (SG$1,00=US$1,25), de rey a paje disfrutan de comida china, india, malaya, indonesia, turca y occidental, sin temor a infecciones ni enfermedades.

Ahora bien, en este jardín limpio y ordenado (no entraré en detalles políticos-policiales, solo diré que el caos de los países vecinos no es, ni de lejos, el aceptable producto de democracias exquisitas y libérrimas), cae como un balde de agua fría o, para ser más exactos, como una brasa hirviente, cuando los vecinos del sur, especialmente en Sumatra, se dedican al bonito deporte de incendiar bosques naturales y desechos vegetales con el propósito de preparar el campo para sembrar más plantas de palma y producir más aceite.

La producción de aceite de palma ha sido cuestionada por muchas instituciones por ser ecológicamente insostenible, destructora del medio ambiente y de la biodiversidad. El cultivo de la palma es una de las causas esenciales de la pérdida del 40% de los bosques en la isla más grande de Indonesia y, además, ha puesto al borde de la extinción especie únicas como el tigre y el rinoceronte de Sumatra y el orangután. Sin embargo —y acá se complica el asunto—, el negocio del aceite de palma genera, solo en Indonesia, ventas anuales cercanas a los veinte mil millones de dólares y permite la creación —directa e indirecta— de unos seis millones de puestos de trabajo.

Los problemas de las “quemas” en Sumatra y Borneo vienen de lejos. Incinerar los campos ha sido una forma tradicional de preparar la tierra para el próximo cultivo, la diferencia es que una cosa es la quema artesanal de pequeños grupos de campesinos y, otra —ferozmente distinta y brutalmente mayor—, es cuando las corporaciones hacen lo mismo, en cientos de hectáreas, para abaratar sus costos de operación.

Ya en 1997, Singapur y varias regiones de Malasia, sufrieron por varios meses las consecuencias de los incendios causados en Indonesia. Esta crisis originó que la Asean (Association of Southeast Asian Nations) produjeran un “Convenio sobre la contaminación atmosférica transfronteriza”. Solo uno de los países miembros no lo ha ratificado: Indonesia.

Esta semana, el problema ha escalado. Si en 1997 se llegó a niveles de polución de 226 (sobre un máximo de 500, donde más de 200 es “muy insalubre” y más de 300, “peligroso”), el viernes 21 de junio, al mediodía, las lecturas de la Agencia Nacional del Medio Ambiente de Singapur marcaron 401.

Las quejas de Singapur han sido calificadas “quejas de niños nerviosos” por el ministro de Bienestar de Indonesia, quien ha agregado que muchas corporaciones productoras de aceite de palma que trabajan en Indonesia, son de capitales de Singapur o tienen sus oficinas allá. Singapur ha respondido pidiendo que se identifique a las empresas dueñas de las plantaciones para perseguirlas si están en su jurisdicción, a lo que Indonesia ha contestado que ellos van a juzgarlos (¡con lo eficaz y proba que es la justicia indonesia!).

Sin embargo, la perla más deliciosa ha surgido de otras declaraciones de ese mismo ministro de Bienestar quien, temprano, acorralado por la campaña mediática que condenaba los incendios, protestó contra la ciudad-estado: “Singapur no dice nada cuando tiene aire fresco, pero se queja de la contaminación ocasional...”. ¡Habrase visto!