De Singapur a Malasia (y viceversa)

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Singapur
Singapur.

Cuando los niveles de polución en Singapur alcanzaron cimas históricas (que causaron histeria en la población y que algunos inescrupulosos —los hay todas partes— aprovecharon para “ganarse alguito” cobrando de más por las máscaras N95), nosotros, (aún) valientes turistas, nos decidimos por la huida al norte. Los vientos habían convertido a la “Ciudad de los Leones” en una especie de Londres invernal con olor a parrillada y a treinta grados centígrados. Kuala Lumpur estaba libre de la humareda y a una distancia que nos liberaba de la necesidad de aviones y aeropuertos en la comodidad de un bus “deluxe”, ideal para las casi doce semanas de embarazo (el de ella, claro, que mi barriga nada tiene que ver con la perpetuación de la especie sino, si quieren, con todo lo contrario).

El plan de evacuación empezó estableciendo comunicación con los dos refugios que allá tenemos (como dijo alguna vez Julio Ramón Ribeyro, “para qué quiero millones si tengo amigos”). Ambos (ambas) respondieron afirmativamente. Gabriela y Amy son dos grandes amigas y estar con ellas y sus familias es como estar en casa.

Amy estaba por partir de vacaciones a China y me desaconsejó el trote, “la contaminación está viniendo al norte, hoy amaneció el cielo oscuro, mejor vete a Bali, however, mi casa es tu casa (gringa ella, ama la frase mexicana y la honra), ven cuando quieras”.

Gabriela, con quien comparto el pasaporte y, sobre todo, la amistad desde hace tanto, me reconfirmó las noticias, “Kuala amaneció un poco oscura, pero vente, que está mejor que en Singapur, tenemos una cena en casa, así que si te tomas el bus de las siete, llegas para el postre” (clarification for non-latinos: el postre en las cenas latinas puede servirse entre las once de la noche y las dos de la madrugada).

Para ir de Singapur a Kuala Lumpur existen decenas de líneas de buses que ofrecen, todas, el “mejor servicio” y el más rápido y los asientos más cómodos y todo eso. Consejo, si se sabe el destino final en Malasia, es mejor usar el servicio de la compañía que llegue más cerca a ese punto. Es de suponerse que, debido a las siempre exigentes normas singapurenses, no hay ninguna línea que sea tan mala (por lo mismo, si se viene en sentido inverso, tómese la que mejor se antoje, que acá, en esta isla, no hay cómo perderse).

Gabriela me dijo: “Toma Odyssey que te deja en la puerta del edificio”. Si cualquier otra persona me recomendara viajar en una empresa que se llama “Odisea”, yo —que, como Borges, creo que “el nombre es arquetipo de la cosa”— declinaría amablemente en favor de compañías como “First Coach”, “Five Stars”, “Luxury Tour” o “Super Nice”; pero si alguien sabe de viajes y compras es Gaby, así que adquirí los boletos en Internet (SG$50 c/u, solo ida).

Llegamos a la plaza Balestier a las 18:30 para tomar el bus de las 19:00. Partió a tiempo.

En el ómnibus no hay baño, pero sí tienen wifi y películas (con su pantallita individual, tipo avión moderno). Sirven comida (nada memorable, mejor llevar chocolates y galletas o sánguches de 7-Eleven —los de huevo y queso, están buenos—) y dan agua o café. Cada dos horas se detienen para quien quiera estirar las piernas o necesite darle paz a la vejiga. El viaje es casi por completo en autopista, rápido y, me pareció, bastante seguro.

Una de las paradas es en la frontera, hay que pasar migraciones tanto en Singapur como en Malasia y, en uno de los extremos (el del país al cual está uno ingresando), hay un control de aduanas (quien venga a Singapur, que no traiga alcohol ni cigarros). No se tarda más de quince minutos. Si se quiere usar el baño, úsese el del lado de Singapur, siempre está más limpio.

En cinco horas llegamos (en Odyssey) a Mont Kiara, zona moderna, limpia, tranquila y grata a la vista, hasta donde la neblina nos permitió observar. El bus, como Gabriela lo había anunciado, nos dejó en la puerta de MK10, el condominio donde ella y Rudi (y Macarena y Lara y Ale) nos recibieron con los abrazos, las celebraciones, la alegría y la generosidad, con la que solo pueden recibir aquellos que han hecho de la amistad una nueva forma de familia.

Hubo quesos, lomo saltado, postre, historias, teacuerdas y todo eso que hace la gente cuando se quiere y se reúne y celebra la vida.

Todo estuvo extraordinario, salvo que, al amanecer del día siguiente, los cielos estaban tapados y los noticieros anunciaban que la contaminación, por capricho del viento, “se aleja de Singapur y ya ha llegado a Kuala Lumpur...”.