Abusivos

Contra los abusivos

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Los abusivos son pocos y son cobardes. Se valen de nuestras debilidades y de nuestra falta de solidaridad para aplastar la voluntad de sus víctimas. No son fuertes ni son líderes, aunque lo parezcan. Los abusadores, esos que gozan haciendo miserable la vida de los demás, suelen ser personas tristes y, generalmente, están conscientes de lo insular de su existencia.

No se me entienda mal, no busco justificarlos ni hallar en sus biografías la terrible niñez que los convirtió en los cretinos que ahora son. Lo siento, no soy tan generoso. Cualquiera que encuentre placer en las lágrimas y la desesperación de otro es un canalla, y con sus actos cancela nuestra compasión por su infancia rota o su juventud atormentada. Quien llega a la adultez y no sufre ninguna condición que lo convierta en inimputable, asume, le guste o no, la responsabilidad de sus actos, ante el juez y ante la sociedad.

Cierto, estudiando las causas de la violencia en el perpetrador se pueden hallar respuestas que eviten futuras víctimas de quien no encuentra otra manera de canalizar y liberar sus demonios y frustraciones que atormentando a otros. Pero, como cada quien escoge sus batallas, colocado en la disyuntiva de salvar a la víctima o comprender al victimario me inclinaré siempre por quien sufre hoy y ahora (que victimizar al canalla y enarbolar sus propias miserias como justificación adolece de un vicio oculto, puede torcerse hasta convertirse en una manera de no hacer nada y perpetuar el sufrimiento del oprimido).

Todos deambulamos por la adolescencia con mejor o peor suerte, todos pasamos por los actos de iniciación y los ritos de crecimiento, más o menos simples, más o menos estúpidos; aprendimos a vivir en la manada o cerca de ella (recuerdo a Byron y eso de “estoy entre ellos, pero no soy de ellos”) y entendimos que en todo grupo humano hay roles, actividades y posiciones que se reparten para que la comunidad funcione. Algunos abrazan esa condición como si fuera parte de un inexorable destino personal y otros (los menos, que a veces se hacen más —y a eso le llamamos revolución—) se niegan a aceptarlo y de su rebelión nacen los cambios en el orden establecido (ya Camus lo dijo: “¿Quién es un hombre rebelde? Es un hombre que dice ‘no’ “) y la sociedad mejora (al menos esa es la idea, aunque pareciera que nos empeñamos en repetir las calamidades, cambiando solo a los personajes del drama).

¿Y cómo encaja esto de “El hombre rebelde” con el hecho concreto de los abusos que a diario sufren miles de personas en sus casas, en el barrio donde viven, en la escuela o en los centros de trabajo? Encaja porque la rebelión es la única manera en que la víctima puede dejar de serlo. Diciendo “no”, negándose a aceptar el atropello, plantando cara, enfrentando y exponiendo al canalla, es como se sacudirá del abusivo y podrá garantizarse una vida que no sea un martirio permanente.

No es fácil, el miedo es atávico y paralizante y, peor, muchas veces quien sufre se estrella contra la indiferencia o la cobardía de una sociedad hipócrita y medrosa que prefiere mirar al otro lado porque “no es bueno meterse en líos ajenos”.

¿Qué podemos hacer nosotros? Mucho. Enseñar y denunciar, mostrarle a niños y jóvenes que hay comportamientos que son inaceptables y cuya sola persistencia pone en tela de juicio nuestra condición de seres humanos.

Debemos empezar por desterrar justificaciones como “pero es cosa de niños”, “tienen que aprender a defenderse solos”, “no exageres, es un juego”, “no lo hace con mala intención”, “es una muestra de amor”, “más te quiero, más te pego”, “es un jefe estricto pero eficiente”, “es que estos necesitan mano dura”, “sólo así entienden” y las más viles de todas, “lo estaba pidiendo”, “se lo buscó”, “se lo merece”, “le gusta”.

Ante los abusivos debemos ser intolerantes y en la protección de la víctima tenemos que ser militantes y firmes, mostrándoles a los abusadores que de nosotros sólo pueden esperar el rechazo, que sus acciones miserables generan consecuencias y que la sociedad, organizada y civilizada, humana y solidaria, no está dispuesta a aceptar pasivamente el maltrato a ninguno de sus miembros.