Diálogo con una Idea

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—Había un cultivo de ganas / y una caparazón afuera. / Y una mole toda ventana / que llamaban prisión sincera.

—No me habrás de mentir esta vez. Ya no.

Yo quería hablarte de la adrenalina, pero te hablo desde ella. No sé si el deseo habla de deseo; aun si para hablar de desamor exige la poesía soledad y tristeza. No sé en qué medida no presupone, hablar de algo, su experiencia. Mira la soledad y la tristeza: te dan una enorme libertad. Desde ellas, ves los labios del abismo y le sabes cielo y fondo. Desde la tristeza puedes hablar de desazón y de dicha; objetivas el entusiasmo, y lo sueñas y casi lo vives, y por casi vivirlo puedes también hablar de él.

—Yo no sabía nada. La voz / de lagrimetras que reía / se colaba donde intuía / calor, una pasión precoz, / una campana que tañía / la miserable letanía / de la prisión, quieta y veloz.

—¿Por qué me torturan tus versos? ¿Cuál es el hechizo con que me atrapas, indiferente, me retienes, y aun así me abandonas?

Mas, ¿de qué puede hablar a este mundo el sujeto de amor? ¿Qué se ve en el espejo cuando el amor es una actitud holística que abre y cierra las puertas de todos los órdenes de la vida? Tengo miedo de perderte y no te tengo. Visito las cumbres para beber el néctar de la fe que vuelco luego en mis letras, y quedo entonado y vacío tras ellas, que salen a tejer su propio camino cuando les doy fuerza con la mirada y las expelo a reventarse alegremente contra las piedras, que no se saben tristes, en medio de los pechos de los hombres. Es un amor que sabe al de la espuma roja de sol cadente que destella sobre las olas al atardecer, sobreviniendo instantánea fugaz sobre la lente de mi cámara que goza y me desafía a amar sus impresiones tan luego en letras, en esas letras de las que busco huir con la cabeza bajo el agua entonces, frío en los oídos nocturnales bajo todavía la luz del día que aparece lejos, donde otros se uncirán el yugo mientras la luna febril me invita a mudarme y a danzar.

—La luna se cierne hoy baja / sobre mi techo. Acariciante / y deseosa y elegante / dice luz próxima y aljaha / cada palabra que callas / y el secreto de mis playas.

—La marea bajó y no se revela el fondo. Te veo, y creo que no estás donde te veo.

Sabes tú qué es pintarse de gris las ganas cada día y enamorarse entonces de cada hojita verde, de cada pétalo de flor, del color metalizado de los autos rojos, de los labios purpúreos si me hablas y del color con que me miras si me miras, si me entero que me miras por fin y no desisto del deseo. Porque pintarme de gris es hacer como que sé escabullirme de las ganas de vivir, como que acepto ser otro que no soy, como bañando mi discurso añil de líquido azabache; y acepto con los ojos apretados desechar oros y rosas en el contenedor de desperdicios, para que otro inocente se atreva con ellos y quizá no sucumba a mi tristeza. Yo tengo que hablarte del tacto suave de este teclado sobre mis piernas, cuando le pido auxilio para volcar en letras la congoja de mi risa, cuando le pido que devenga prótesis de mis ganas para construir un mundo nuevo sin salir de mí. El sol afuera teje tus ganas que entreveo por la ventana cual tan mías, que no soy capaz de callar ni de hablarte, no puedo decirme a tu paso sin temer la luz oscura, de repente desdibujando mis recuerdos de un futuro indecible porque se habría hecho otro ayer de líquido azabache informándose entre los sijos del laberinto.

—Si es la hora que amanece / si quiero volver a casa / expulsaré el dolor que crece / y no perece, y abrasa. / Me echarán de este loquero / y me sabré sano y entero.

—Se huele resurrección sin muerte en la voz de tu mirada.

Mis paredes son opacas de amarillo; el blanco se ve afuera, con la contundencia de lo ajeno que si aspiro fuerte sobrevendrá pasión de mi garganta, para reír a borbotones el pasado que haciendo tantas trampas me trajo finalmente hasta ti. Me es sencillo y delicioso amar esa idea que, alrededor, todo calla con empeño; y tironear de la cuerda que le ata al tiempo que no viene, para desmoronarle y exigir sitio para mí. Como una saeta describiendo un camino que se recorre solo para hallarme a su cabo esta noche. ¡Ah!, ¡allí!, ¡justo allí!, el mapa del tesoro es el tesoro: ¡he caminado tanto en pos del mapa que me lleva hasta mí! Y entonces, sabrás que las nubes son el verbo de mis ojos, y hay un sol en la piel delicada de mis manos que te abrasan. Y sólo las ramas nos protegen, y nos basta, si sumergimos las raíces en el néctar delicioso del poema que no cesa.

—El viento entonces y la risa / te tironean la melena: / tu sonrisa, de luna llena / y entre mis manos la prisa. / Corres sin destino, princesa / si no te sabes mi presa.

—¿Es que me ama tu dolor?

Heaven is nothing but the most desirable moment to heave. Y la sola voluntad de levantarse inventa un más arriba del abajo. Pues no podría bastar con el presente sin verdad. No sin la opción de hacernos siempre de un color, de un brillo que pintar sobre lo que, siempre antes, fue vacío. Suena una bocina feliz de prisiones condenadas a ser libres, entre rejas que danzan amontonadas sobre el fuego de los espejos que me arriesgo a fundir en un racimo de transparencias firuleteando parábolas e hipérboles de tiempo que, si pleno, ya no cesa. Qué poesía se escribirá en mí mañana, si ayer es capaz de responder por quien seré y hoy, hoy, sabe a oportunidad de redimirme desde el vacío, irguiendo un verbo por lanza y por bandera, entre incendios de pura inmediatez.

—Puedes decirte, y reclamar / los secretos de esta noche. / Ver mi pasión por el derroche / de palabras con que amar. / Puedes hallarte entre mis dichos / de miel y sinrazón y brío, / sentir calor y también frío / a la luz de mis caprichos: / Hoy lloverá entre tu sueño / lluvia de azules sin dueño.

—Amanece y aún no echas el dolor y no te vas. La luz se cierne sobre nosotros.

La redención no es para el teclado que se me disuelve entre los dedos. No es para tu traje de hojas frescas, ni aún para el pájaro que cruza mi ventana; sino para el trino que alegremente surca el aire de los tiempos y nos enseña a respirar. Cuanto más cerca me encuentro, más sé del despiadado largo del camino, y de la dulzura infinita de los atajos vitales; de la capacidad del amor de izarte sobre el camino imposible y amanecerte en una cumbre.