De donde nace la sonrisa

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Caminaba cabizbajo esta mañana por Jerusalem. Había dejado el auto junto al Gan Hashoshaním (el Parque de las Rosas) y avanzaba hacia el centro de la ciudad a pie. A mis espaldas, la residencia del Primer Ministro; frente a mí el flanco oriental de Gan HaAtsmaút, el Parque de la Independencia, delimitado por avenidas vertiginosas. La circunstancia cuadraba perfecto con lo que pensaba y sentía: iba desde un símbolo del poder hacia el anonimato hormigueante del centro; y pensaba desde las certidumbres, desde la seguridad, zambulléndome con esfuerzo en el océano de dudas y problemas circunstanciales. Quizá por eso iba mirando hacia abajo.

Y de pronto, parado ante el semáforo en rojo de la esquina en que King George se convierte en Keren HaYesod, junto a mí un hombre de unos setenta años, barba blanca rala y gorrito de visera rojo con alguna marca de algo impresa en la frente, sorprende mi oído con la pregunta:

—What's the word of the day? (¿Cuál es la palabra del día?)

—Faith (Fe) —le respondí con certeza, y agregué:— Faith is the word of everyday (Fe es la palabra de todos los días).

Oh... yes —me dijo sonriendo detrás de unas gafas cuadradas de marco muy grueso—. Faith. Emunah —en hebreo—. Que tengas un buen día.

Reconozco que el semáforo en verde significó casi una huida. Aturdido, torné la cabeza hacia abajo otra vez, mi cuello rebotó como un resorte y me descubrí mirando hacia arriba, con una sonrisa enorme. Claro está: eso de preocuparse es de otros tiempos. Ahora, fe es la palabra de cada día, el pan antes del pan cada mañana, la fuerza que auspicia toda esta capacidad de vivir. Agradecí.

***

¿Uno es “uno y sus circunstancias”? ¿Es cierto que el lugar y el tiempo y el estado de conciencia determinan en gran parte quién se va siendo? Pero la magia muda el sentido de las palabras, y uno se descubre, se revela otro, que es el que puebla mis sueños.

***

Temprano por la tarde, bajo la compresión de los cuarenta y largos grados que había dentro de mi parodia automotriz, me dirigí raudo y veloz (para que corriera vientito) rumbo al barrio de Meáh Shearím: el sector conocido como ultraortodoxo junto al centro geográfico de la ciudad. Cuando uno va llegando, lo de “raudo y veloz” queda inmediatamente relegado a la nostalgia, por cuanto apenas si hay allí aceras, y multitudes adustas caminan apaciblemente por las calles, en tanto los automóviles circulan sorteando gente, carros, bultos, cráteres añosos; y aparcan donde pueden sin más límite que la imaginación, puesto que ni la policía se toma el trabajo de ir a poner multas por allí, y las grúas de la intendencia no tienen cómo entrar.

Me llevaba allí la aglomeración de librerías, bibliotecas y espacios de estudio que guardan, a todo lo largo de su zona, los guardianes del Libro. Estacioné a Nisim en un pequeño callejón, con el cordón de la vereda dispuesto a modo de eje de simetría del auto que quedó inclinado unos 30 grados, y emergí a la calle como trepando. Tras media hora de recorrida buscando unos libros que no encontré, con decenas de referencias en el bolsillo de dónde continuar buscando y las gotas de sudor esponjándome la barba, regresé al auto con la plena voluntad de continuar huyendo, ahora del calor agobiante, rumbo hacia cualquier lugar con aire acondicionado y líquidos fríos de cualquier tipo, y aún coqueteando íntimamente con la idea de la piscina en el centro comunitario de Nevéh Iaakóv. Mas cuando me aprestaba a sacar las llaves superfluas del bolsillo, se me acercó alguien, con toda la physique du rol de alguien del lugar, con medio ambo azul y medio negro, sombrero caído de algún modo sobre la cabeza coronada por debajo de una barba desgreñada del negro deslucido de algún carbón, y me preguntó en hebreo:

—¿Hay por acá dónde comprar un traje?

Tuve claro inmediatamente que casi lo único que se encuentra tras las vidrieras del barrio, además de librerías, es sastrerías para hombres y tiendas de ropa para señoras que ponen énfasis en el pudor. La perplejidad fue inmediata. Le dije:

—Sí, claro, hay muchísimos lugares por aquí donde comprar un traje.

—¿Dónde hay algún lugar en que pueda comprar un traje? —insistió.

Minutos antes, mientras regresaba rumbo al auto, había pasado frente a una enorme sastrería, en una esquina de la misma calle en que este diálogo tenía lugar. De modo que le indiqué:

—Unos cien metros hacia delante, en la esquina, hay una sastrería.

—Gracias —me dijo sonriendo. Y empezando a caminar, agregó:— Que tengas un buen día.

Torné nuevamente hacia la puerta izquierda del auto con las llaves en la mano, sorteé la puertita del tanque de nafta que está suelta y el espejito que cuelga inane junto a mi ventanilla, y cuando me disponía a abrir e ingresar en mi sauna seco personal, lo vi volver hacia mí, sonriendo humildemente:

—¿Cuántos minutos son cien metros? —me preguntó con tono de estar haciendo la más normal de las preguntas.

Pensé brevemente, y le dije:

—Son unos cien pasos.

—Ah, unos cien pasos. Está bien —sonrió y se fue, con paso calmo, como bailando, como sosteniéndose con dificultad asido a tierra, como habiendo cumplido su misión. Como habiéndose librado de un viejo lastre que, hecho luz, me había pasado a mí.