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El Secreto de las Tres Luces
(otra forma de decirme)

Ierushalaim, Nisán 5763

Estaba escrito que morderíamos la nieve. Que justo el atardecer de luna llena y paladar hirviente, morderíamos la nieve. Estaba descrito el choque desde todos los costados: la nieve fría en tu paladar caliente y en el mío; tú el paladar y yo la nieve; el paladar helado y la nieve hirviendo.

Se erizaba el paladar en los albores del plan. Sin misericordia, se compadecía la nieve de su frío.

Se apretujaba el cielo bajo los pies, y mi boca, entre los fríos dientes, te decía.

El sol gritaba un aplazamiento y taladraba desde dentro la tierra con haces de mercurio, de púrpura, de añil. El texto de mis huellas pentagramaba una melodía de nieve rosa y fresca entre las líneas del paladar. Tú: paladar de la luna llena.

La brisa incauta esparció en copos la distancia. Hubo un navío, un trío divino, un par de patas pares poblando de voces el vacío, dotando de miel y hiel a quien detrás de cada boca, de cada sabor de nieve hirviente desagotando el furor de la distancia.

El resto es verbo que no sabe de palabras. El secreto del milagro invertido en el tiempo. Estaba escrito, bajo el signo de la luna llena. Y los techos. Y los andares en el Reino de la Rosa. Y la pasión de ser.

Una melodía de caireles sonando al viento que anima las copas de los árboles, trayendo reminiscencias de bosque a la piedra de trago lento. Y encima del bosque que se apropia del cemento, entre el paladar recién trazado y la nieve transparente, la luna llena.