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MirabeauPriapismo y satiriasis

Si evocamos los hechos que jalonaron la Revolución Francesa, asociados con ellos saltan enseguida los nombres de Diderot, Mirabeau, Saint Just, Marat, Robespierre.

Mirabeau (1749-1791) se destaca por su cinismo, por su amoralidad como ejercicio vital por excelencia, por su ardiente oratoria y por haber propiciado para Francia una monarquía constitucional al estilo inglés. En 1790 aparece como jefe de los jacobinos y, en 1791, murió al poco tiempo de ser nombrado presidente de la Asamblea Nacional. Gozó de prestigio intelectual con la publicación de Essai sur le despotisme (Ensayo sobre el despotismo), con los cuatro volúmenes de su obra De la monarchie prusienne sous Frédéric le Grand (La monarquía prusiana bajo Federico el Grande), además de Histoire de la Corse (Historia de Córcega). Y aquí empezamos a ver la otra cara de la moneda de este provenzal, picado de viruelas, que respondía al nombre de Honoré Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau. La Historia de Córcega la robó de un libro escrito por un sacerdote isleño y La monarquía prusiana bajo Federico el Grande procede de otro saqueo del que fue víctima su amigo Mauvillon. Alistado en el ejército (1767), participó en los combates contra los focos de resistencia que los corsos ofrecían a la dominación francesa. Pero, mientras sus compañeros se empeñaban en reducir a los corsos, Mirabeau se entretenía en seducir a las corsas y a las mujeres de los oficiales franceses, lo que provocó innumerables escándalos. Su apetito sexual no reconocía límites. A tal punto que ni siquiera el incesto lo frenaba.

Después de una ausencia de siete años, regresó de Córcega a su natal castillo de Mirabeau, en Provenza. Muy pronto, su hermana Louise, recién casada con el marqués de Cabris, iría a visitarlo con su marido. Mirabeau no podía creer que la muchachita feúcha que él recordaba se hubiese transformado en la beldad que tenía ante sus ojos y desnudaba con miradas muy poco fraternales.

Recopilados en su Correspondance se encuentran fragmentos como éste, que retratan un alma sin cortapisas morales: veía a su hermana “en el esplendor de la más brillante juventud, con los más elocuentes ojos negros, con la frescura de Hebe y ese aire de nobleza que no se encuentra más que en las formas antiguas, y un talle tan bello como no se ha visto jamás... con todo eso, esa flexibilidad, esa gracia, esa magia de seducción que sólo posee su sexo”. Empezó a pasear con ella y, durante uno de esos paseos, la tomó de la mano y, en un rincón de la alameda, la atrajo hacia él y empezó a besarla muy poco fraternalmente. A las dos horas, el marqués de Cabris se encontraba más estrechamente ligado a su cuñado de lo que nunca habría imaginado. El incesto no provocó remordimiento alguno ni en Mirabeau ni en su hermana Louise. Sin embargo, la sociedad de Aix no tardó en escandalizarse con una pasión tan insólita y empezó a murmurar que la marquesa de Cabris tenía demasiado desarrollado el espíritu de familia y enseguida se la consideró una desvergonzada. Seis años más tarde, escribió que su hermana no era más que una Messaline et une prostituée (“una Mesalina y una prostituta”).

Llegado a París, nuestro héroe de las mujeres se entregó con frenesí a la conquista de marquesas, burguesas, prostitutas y camareras. Su lujuria lo empujaba a voltear a toda mujer que poseyera un cuerpo atractivo y a éteindre pour quelques instants une flamme lubrique qui renaissait sans cesse (“apagar por momentos una llama lujuriosa que renacía sin cesar”; Dauphin Meunier, La vie intime et amoureuse de Mirabeau).

Según Lucas de Montigny (en sus Mémoires de Mirabeau), el hambre amorosa de Mirabeau dependía de la patología: “Su pasión desenfrenada por las mujeres lo arrojó a relaciones innumerables: pasión funesta, sin duda, pero más funesta que culpable, porque, en cierto modo, era involuntaria, o, mejor dicho, solamente física, y el resultado congénito de una especie de satiriasis que le atormentó durante toda la vida y que hasta se manifestó algunas horas después de muerto, sin duda un hecho muy extraño, pero cierto”.

Mirabeau padecía de priapismo, enfermedad muy molesta que lo ponía siempre en galante disposición y lo arrastraba, a veces, a mostrar en público una virilidad desubicada.

Hacía mucho tiempo que las damas de Versalles esperaban a un hombre afectado de tan maravillosa enfermedad. Su llegada a la corte fue saludada con ronroneos, y las más ariscas, las más fieles, las más virtuosas, empezaron a rondar en torno de él, impacientes por conocer la saciedad. Mirabeau tuvo por amantes a casi todas las damas de la Corte, desde Mme. de Bermont, pasando por Mme. de la Tour du Pin, hasta la muy sensata Mme. de Lamballe.

En realidad, ¿en qué consistía esa enfermedad de Mirabeau que lo compelía a forzar a cuanta mujer se le cruzara en el camino? Más arriba hemos hecho referencia a la satiriasis y al priapismo. Suelen considerarse sinónimos pero tienen diferencias fundamentales. La medicina llama satiriasis al estado de exaltación morbosa de las funciones genitales, propia del sexo masculino, una hiperestesia sexual activa que se traduce en obsesiones eróticas. Suele aparecer en forma episódica o transitoria y, en casos de enfermedad mental, demencia senil o epilepsia, se convierte en obsesión continua. Algunos tóxicos como el alcohol, la estricnina o las cantáridas provocan, a veces, síndromes de satiriasis que derivan hacia manías de masturbación, exhibicionismo y agresiones sexuales y no siempre la satisfacción sexual resuelve el impulso erótico. La satiriasis se diferencia del priapismo porque, en éste, la erección es dolorosa por causa de lesiones en los órganos sexuales. En cambio, la satiriasis es una excitación que se origina por la mera presencia de las hembras.

Tanto la palabra priapismo como priapitis (inflamación del pene) derivan de Príapo que, según la púdica referencia mitológica de los diccionarios, para griegos y romanos era el dios de los jardines y de las viñas. Representaba la fecundidad del suelo y era considerada una divinidad pastoral y marina, protectora de los rebaños y de los pescadores. Sin embargo, como las proliferaciones míticas no conocen límites, se lo hizo proceder de la unión de Afrodita con Hermes, o de la misma diosa con Dionisos, o también con Adonis. Hera, que detestaba a Afrodita, logró que el hijo que la diosa de la belleza llevaba en su seno, naciera contrahecho y con un falo desmesurado que lo convirtió, por su viciosa inclinación, en el dios del libertinaje. Nacido en Lampsaco, del Helesponto, pronto corrompió a todas las mujeres, por lo que el consejo de los ancianos tuvo que desterrarlo. Pronto tuvo que volver a llamarlo e instituir fiestas en su honor para calmar a las mujeres y terminar con la ninfomanía que había contagiado a todas. Su culto se extendió por toda Grecia y después por Italia. En los prostíbulos, su estatua ocupaba el lugar de honor. Ni Catulo ni Ovidio ignoraron a este dios, cuyo nombre para griegos y romanos se identificaba con el miembro viril en erección.

Para la medicina, el priapismo es la rigidez sostenida y dolorosa del miembro viril sin excitación sexual, especialmente en caso de enfermedades de la médula espinal, y afección inflamatoria de la uretra y la vejiga.