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CastilloDesde Castro hasta Chesterfield

Las palabras son como las personas: nacen, se desarrollan y mueren. Algunas gozan de una existencia muy efímera y terminan desapareciendo de la memoria como si nunca hubieran existido, lo mismo que las personas que mueren sin descendencia. Otras, en cambio, se perpetúan a través de los siglos en fecundas polifurcaciones asombrosas. Tal es el caso del vocablo latino castrum (campamento militar, fortificación). No sólo es el padre patriarcal del adjetivo “castrense” y de su propio diminutivo latino castellum = castillo (sin ir más lejos, le ha dado el nombre a nuestra lengua), sino de numerosos topónimos que nos revelan vestigios de la dominación romana, desde Castro simplemente hasta Castrojeriz, Castropol y otros de la Península Ibérica, y desde los numerosos Castres y Chastres de la geografía francesa con ecos borrosos de las Galias romanizadas y hasta los casi irreconocibles Chester (castro), Chesterfield (campo del castro) y Chesterton (villa del castro), débiles latidos de la Britania de César o de Claudio.