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Aviadores italianos

El reportaje aparecía en un diario. Las fotografías muestran a dos entrañables abuelos inmaculadamente trajeados. Son el último vestigio vivo de los pilotos italianos que lucharon en las Brigadas Internacionales. Uno de ellos, Paolo Moci, nos sorprende con una desagradable noticia: los aviones italianos también bombardearon Guernika. El mismísimo general Moci iba al frente de tres aparatos italianos. Pues qué bien. Hay secretos que es preferible llevárselos a la tumba.

Pero el anciano militar parece enorgullecerse de ello. He tenido la suerte de no haber estado nunca en una guerra, pero no me hace falta pensar con mucha intensidad para imaginar lo diferente que debe de ser un bombardeo visto desde la seguridad casi inquebrantable de un avión que sufrirlo agazapado mientras los cascotes vuelan a tu alrededor, o corriendo para ponerte a salvo mientras suenan las sirenas, o acaso tan sólo quedándote en tu casa, apretando las palmas de las manos contra los oídos, pidiéndole a Dios, si es que aún crees en algo dada la precariedad de tu situación, que todo termine de una vez.

Ahora que se cumplen cincuenta y cuatro años de las matanzas de Hiroshima y Nagasaki, me acuerdo de frases tan poco afortunadas como la de aquel piloto americano al que le pusieron un micrófono delante de las narices, mascando chicle con el orgullo de quien ha cumplido con su deber, recién llegado de una misión en los primeros días de la Guerra del Golfo: “Parecía un árbol de Navidad”, decía. Se refería, claro está, a las luces tan enternecedoras que las estelas de los misiles trazaban en la noche iraquí. Pero ya lo he dicho antes: esto de los bombardeos es sólo cuestión de perspectiva. Si no, que se lo pregunten a los iraquíes, o los serbios, o a los muertos en Guernika. No quisiera caer en la tentación de mostrarme partidista: supongo que hay ocasiones en que resulta contraproducente no intervenir militarmente, y criticar sin más los bombardeos de la OTAN es tan estúpido como apoyarlos sin reservas. Pero, por desgracia, los que se llevan la peor parte en las guerras son los que no visten uniforme. Me pregunto qué culpa tienen los ciudadanos de los crímenes de sus gobernantes, sobre todo si no han sido elegidos democráticamente.

Como soy tan ignorante, esta cuestión de trascendental importancia se me escapa del entendimiento. Menos mal que aún tengo frescas en la memoria las palabras del insigne aviador italiano que bombardeó Guernika: “Las guerras las hacen los políticos. Los militares las ejecutan. La culpa de todo la tiene el pueblo, que todavía no es lo suficientemente sabio, culto y educado. Y los políticos, ya lo sabe usted, salen del pueblo... Ahí está el problema: hasta que no eduquemos al pueblo, la guerra se cernirá como un peligro en el horizonte”.

Esta frase, pronunciada seguro tras un largo razonamiento, me trae a la memoria a José Bonaparte cuando se quejaba a Napoleón de la imposibilidad de manejar un país como España, donde no había dos que tomaran café de la misma forma. Lo mismo se lamentaba De Gaulle de los franceses, aunque él se refería a la enorme diversidad de quesos. Cuando alguien comienza a decir sandeces como éstas es porque está tan alejado de la realidad que se cree inmensamente superior a quienes están por debajo de él, más o menos como debió de sentirse el general Paolo Moci al frente de aquella patrulla de aviones italianos que colaboraba con la Legión Cóndor, el veintiséis de abril de 1937, mientras hacía pedazos Guernika.

1999