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Los elegidos de los dioses

Anoten la frase: “Lo que es obvio, es que Pinochet nunca ha torturado. Quizá creara una doctrina que inspirase a muchos de sus subordinados a torturar y que él no diera órdenes tajantes para impedirlo, e incluso que lo supiera, pero un jefe de Estado nunca ha torturado. Podemos acudir a los casos más extremos como Stalin o Hitler. Hitler nunca quemó un judío. No niego el Holocausto, pero lo que está claro es que Hitler no torturó”.

Semejante majadería, merecedora de figurar en un libro de citas bárbaras y frases desafortunadas, bastaría para completar estas líneas, pero ante la deslumbrante clarividencia de Fernando Escardó, ilustre defensor del no menos ilustre Augusto Pinochet, uno no puede callarse. Y conste que no me he revolcado de la risa por respeto a las víctimas de los tiranos a los que el abogado hace referencia, porque hay palabras que uno no puede tomárselas en serio, desde luego que no. Me resulta imposible pensar que una persona inteligente pueda argumentar con tanta ligereza la falta de culpabilidad del máximo responsable de un país donde los torturados y los desaparecidos se cuentan por centenares, por miles. Ni siquiera el hecho de ser el abogado del general lo disculpa de la monstruosidad de su razonamiento.

Me pregunto, como seguro que lo harán también los familiares de las víctimas de la represión chilena, quién tiene la culpa, si existe alguien a quien poder atribuir una mayor responsabilidad que a Pinochet en las torturas y en los asesinatos a sangre fría acaecidos en Chile durante la dictadura. Para el señor Escardó, abogado defensor de Pinochet en España, seguro que sí, porque según él, el abogado, el general es intocable, sus manos jamás se mancharon de sangre, igual que los mandamases del III Reich no solían disfrutar del enriquecedor espectáculo de la tortura, del olor de la carne humana asada en los crematorios, de los gritos y los llantos dentro de las cámaras de gas. Seguro que Hitler nunca oyó los gemidos de las víctimas del nazismo, ni Goebbels, ni Adolf Eichmann. De este último, tocayo de Hitler por cierto, decía Simon Wiesenthal, el famoso cazador de nazis, que era un hombre educado, respetuoso de su familia, afectado de buenas maneras y temeroso de Dios. Este hombre, encargado de Asuntos Judíos del III Reich (ahí es nada), afirma Wiesenthal que era un burócrata tan capaz que, en lugar de haberse encargado del aniquilamiento de seis millones de judíos, habría puesto todo su empeño de funcionario diligente para facturarlos a todos en un barco rumbo a Palestina a la mínima orden del Führer.

Pero las palabras de Wiesenthal encierran una amarga ironía que ninguno de los que jamás hemos estado encerrados en un campo de concentración llegaremos nunca a comprender del todo.

Ahora, prefiero pensar que el abogado de Pinochet no habla en serio. Aunque tenga que engañarme a mí mismo para ello, me consuelo pensando que es una frase más dentro de alguna estrategia encaminada a salvar a su cliente, por quien, por otra parte, no me gustaría que se derramara ni una sola gota más de sangre, entre otras cosas porque no se lo merece. Y si hay que dejarlo volver a Chile para que tenga la improbable satisfacción de morir en paz, pues vale, adelante. Pero, mientras esto sucede, por favor, que su abogado cierre la boca; resulta vomitivo verlo en televisión mientras compara con cara de no haber roto nunca un plato los millones de víctimas del III Reich con los pocos miles de muertos durante la dictadura de Pinochet. Decir que el viejo general es un pobre anciano es tan ridículo como decir que Hitler era un fulano con un bigotito la mar de gracioso.

Hay una cita que no sé de quién es, pero que me gusta mucho: “Los elegidos de los dioses mueren jóvenes”. Sólo hay que ver al general, humillado por una malévola pirueta del destino, apuntalando a duras penas la dignidad contra su bastón, en su residencia de Surrey, mientras trata de aparentar serenidad ante las cámaras, para percatarse de cuánta verdad encierra esta frase.

1999