Comparte este contenido con tus amigos

Signos de modernidad

Parece a veces que la historia avanza en círculos en lugar de hacerlo en línea recta, o acaso se repite, calcada en lugares diferentes como un grano travieso que brotara en otra parte del cuerpo después de haberlo extirpado. Hasta hace pocos años percibíamos las noticias de los disturbios raciales llegados desde Estados Unidos como un suceso tan distante que pensábamos que nunca nos alcanzaríadirectamente. Ahora, cuando uno ve las imágenes de los altercados racistas en Andalucía, no puede menos que estremecerse ante la inmensa cobardía de un puñado de indeseables que se agrupan por la noche, como una manada de hienas, de caza en un barrio marginal de trabajadores magrebíes, vociferando al ver llegar el coche de un inmigrante muerto de miedo para avisar al resto de la manada, con la misma alegría que si anunciara la salida de un plato al que disparar. Imagino que son los inconvenientes de un país por fin civilizado después de tantos años de aislamiento, donde los salvaguardas de la limpieza étnica empuñan una escopeta de aire comprimido subidos en un tejado, encapuchados, o se esmeran en aplicar la Ley de Lynch, cuando sale de la iglesia donde se celebra el funeral por la mujer asesinada en El Ejido, al subdelegado del Gobierno en Almería.

Los magrebíes, los mismos que mueren a puñados al cruzar el Estrecho, se esconden aterrorizados. Algunos, cuentan, se han tenido que refugiar en la montaña porque se sienten vulnerables en la precariedad de las chabolas. Será verdad eso de que en el fondo no somos más que animales, y como tales nuestros instintos primarios son tan fuertes que no podemos evitar que nos dominen en cuanto afloran a la superficie. Será verdad que, como somos una sociedad cada vez más civilizada, ya podemos presumir de auténticos brotes de racismo, pero no un racismo descafeinado, sino una repulsa visceral al moro, un odio pata negra, vamos. Pues bueno, ya nos vamos pareciendo más a Estados Unidos, así, paso a paso, nos iremos convirtiendo en una potencia de las de verdad, de las de primer orden. Apostaría cualquier cosa a que más de un desalmado de los que andan envalentonados con el rostro cubierto por un pasamontañas cazando moros aterrorizados a la vez queensucian el nombre de sus vecinos, porque aquí, como en casi todos sitios, han de pagar justos por pecadores, se ha emocionado alguna vez viendo una película americana en la que discriminan al negro. Aunque bueno, quizá sea mucho aventurar... Lo que pasa es que criticar el racismo es muy fácil cuando se hace de lejos, bien en la distancia que nos separa de Estados Unidos, bien en el más de medio siglo que nos separa de la Alemania nazi. Aquéllos son pobres negros que llevan generaciones viviendo en América, o judíos tan alemanes como los arios SS, y éstos son magrebíes, de los que se ahogan en las pateras, de aquí al lado, de los que venden relojes y calculadoras, o sea, moros de mierda. Ya digo, ser racista no es más que un signo de modernidad, y España no puede perder el tren del progreso, igual que Austria, donde la ultraderecha empieza a gobernar en la sombra.

Supongo que no habrá ninguno que, en el momento de empuñar un bate de béisbol, otro signo de mimetismo progresista, para apalear a un inmigrante, se acuerde de que los españoles se han pasado décadas con la maleta a cuestas recorriendo Europa y Suramérica buscándose el pan, pasando penalidades que, me arriesgo a decir, son cuentos de hadas comparadas con el sufrimiento de estos pobres que vienen a España para trabajar por una miseria en puestos que nosotros despreciamos.

Pero, qué le vamos a hacer, habremos de mentalizarnos de que ya somos un país moderno por derecho propio. Tan avanzado y tan civilizado que le van entrando a uno ganas de cruzar el Estrecho rumbo al Sur y tomarse un té junto a un encantador de serpientes en una ciudad de ensueño, si es que un puñado de indeseables incapaces de ver más allá de sus narices no da más motivos a esta pobre gente para odiarnos tanto como nos merecemos.

2000