El lunes de cada año

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Con la canícula parecía que no, pero el verano, tan caluroso, tan duro, tan corto, se acaba. Y es que, si todos las semanas tienen un lunes todos los años tienen un septiembre. Y si, como decía hace justo una semana, no es posible ser feliz un domingo por la tarde, no requiere un menor esfuerzo resistirse a la melancolía un atardecer al final del verano.

A mucha gente no le gusta el día de nochevieja: sin saber muy bien por qué de repente se sienten afectados por una tristeza inusual el último día del año. Otros se hacen promesas para el año nuevo que saben de antemano que nunca van a cumplir. Con la vuelta de las vacaciones pasa lo mismo, incluso más. A unos los embarga la tristeza desde varios días antes de regresar y sin embargo a otros, tal vez para disimular la congoja, les bullen en la cabeza las docenas de proyectos que piensan acometer con ahínco cuando vuelvan a la rutina de sus vidas. Cada cual, pues, trata de sobrellevar el asunto lo mejor que sabe, o lo mejor que puede. Tal vez por eso, por el significado de vuelta a la rutina, septiembre es el mejor momento para iniciar una nueva vida: los anuncios de fascículos en televisión se multiplican, los gimnasios otra vez a rebosar, las academias de idiomas, las herboristerías, las librerías y los grandes almacenes. La vida se renueva en septiembre. Luego nos damos cuenta de que, como canta Julio Iglesias, la vida sigue igual, pero la ilusión de empezar de nuevo después del verano es un hecho del que creo que no nos libramos casi ninguno.

Puesto que en septiembre se renueva la vida tal vez no sería mala idea institucionalizar la entrada del nuevo año esos días aún calurosos, con tambores y fuegos artificiales, como en nochevieja. Total, con un poco de suerte, dentro de unos años a lo mejor nadie se acuerda de la nochevieja en diciembre más que como una reliquia del pasado.

En serio, aunque todo haya ido medio en broma, piénsenlo un momento, y por favor, háganlo de verdad: ¿cuándo empieza el año el año para ustedes, el uno de enero, en una fiesta atragantándose de uvas y esquivando matasuegras, o el día que regresan a casa con los niños bronceados, el lomo partido por catorce horas de caravana, el bolsillo vacío y malditas las ganas de aguantar a los pelmazos de la oficina hasta que por fin llegue otra vez agosto?

Piénsenlo... Y sean sinceros.

Septiembre de 2001