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Fama ¿a cualquier precio?

De cuando era niño, una de las series de televisión que mejor recuerdo es aquélla titulada Fama, ambientada en una academia neoyorquina donde unos jóvenes se dejaban la piel aprendiendo a bailar, a interpretar, a cantar o a tocar algún instrumento. A principios de los ochenta, todos los domingos por la tarde, la profesora de danza les (nos) recordaba a sus alumnos bisoños aquella letanía: “...queréis alcanzar la fama, pero la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar, con sudores”. Y, luego de semejante frase que echaba para atrás al más bravucón, empezaban a bailar Leroy y sus colegas.

Han pasado veinte años y parece que el largo y tortuoso camino hacia la fama se va haciendo para algunos más corto y más recto o más llano. Parecía que con un Gran Hermano (me pregunto si a estas alturas alguien se acuerda del título de la novela de Orwell) íbamos a tener bastante, pero luego, como si de una película de Rocky o Arma letal se tratase, cada año se añade un número romano al título del programa: Gran Hermano II el año pasado, Gran Hermano III esta primavera.

Y es que ser famoso debe de ser la leche. O sea, lo mejor que le puede pasar a uno, lo más guay, es que la gente le pida autógrafos por la calle y se le hinche el pecho de satisfacción por salir en la tele. Conque la consigna es alcanzar la popularidad a cualquier precio. El talento, si es que lo hay, ya se encontrará luego, y si no, tampoco pasa nada, total, otro más entre muchos. Leo en un periódico que se están haciendo castings en varias discotecas de España para la tercera edición de Gran Hermano. El negocio, entre llamadas al 906 para participar y entradas a seis euros debería ser digno de estudio en los seminarios de economía de bajo el título de “Cómo quedarse con el personal y, de paso, forrarse por el morro”. Porque el año pasado se recibieron cien mil llamadas de jóvenes —y no tan jóvenes— pidiendo participar, y este año seguro que superan la cifra.

A mí me parece bien que cada uno haga con su vida lo que mejor le parezca, pero se están vendiendo unos valores muy bien empaquetados y diseñados por ejecutivos que se han devanado los sesos, unos valores, o, mejor dicho, unos no valores, que hacen pensar a muchos jóvenes que, para ser famoso, basta con encerrarse tres meses en una casa y tocarse la entrepierna o dejar entrever las tetas delante de una cámara onmipresente.

Quizá, de todo, lo más triste es que el talento también se doblega, y en el mismo reportaje me entero de que, además de gente cuya máxima y tal vez única ambición es adquirir la notoriedad que los catapulte a las portadas de las revistas y les engorde la cuenta corriente mediante exclusivas millonarias, también hay actores desesperados a los que no les queda más remedio que hacer el borrego en una prueba de selección para el programa, a ver si sale su número de una vez por todas y consiguen rozar esa cosa tan rara y tan escurridiza que es la fama.

Febrero de 2002