Comparte este contenido con tus amigos

Diez hombres pequeños de color

Leí la noticia y pensé que se trataba de un chiste. Pero no. En Alemania, coñas las justas. Resulta que el título de una novela que lleva más de sesenta años en la memoria de millones de lectores, es racista. Con las ganas que yo tenía de zamparme algún día unas cuantas novelas de Agatha Christie y un grupo cívico de Hannover me acaba de abrir los ojos. Menos mal. Cómo no he podido darme cuenta por mí mismo de que Diez negritos es un título racista y discriminatorio, una aberración comparado con el modélico y eufemístico, Y al final no quedó ninguno. En Inglaterra, según leo, el nuevo título ya viene danzando desde hace tiempo, así que, para globalizarnos del todo, me temo una oleada de títulos remozados por estas latitudes. Que conste que soy el primero en alzar la voz ante la intolerancia, y siento asco cuando el gracioso de turno se aprovecha de un extranjero, pero la gilipollez disfrazada de discriminación positiva me hace aflorar la vena cínica. A este paso vamos a tener que llevar una pastilla de jabón en el bolsillo, para asearnos la boca de vez en cuando. Y es que hay noticias que no quiero tomármelas en serio, porque al principio empieza uno sonriendo, pero luego acaba mirando su estantería con aprensión, no vaya a ser que un día no muy lejano ande cerca la brigada 451, esos bomberos tan amables que mataban el tiempo quemando libros. De momento, para ir acostumbrándome a pronunciar sólo palabras biensonantes, seguiré los consejos de mi sobrina de cinco años: las palabras “feas” las susurra, muy bajito, porque dice que como su mamá la escuche le lavará la boca con jabón.

Marzo de 2002