Trampantojos

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Hay una expresión artística que no tiene nada que ver con el grafiti y sí mucho con el arte de toda la vida. No quiero decir con esto que el grafiti no sea arte, aunque tampoco estoy muy seguro de ello. En fin. Que no se me enfaden los aficionados a pintarrajear paredes. Seguramente yo soy un admirador bastante torpe de las expresiones sublimes del arte urbano.

Pero a pesar de mi escasa habilidad para descubrir los valores culturales de ciertas manifestaciones artísticas que no entiendo, me quedo extasiado ante la visión ¾ o quizá debería decir espejismo¾ de un trampantojo. El trampantojo, para quien no lo sepa, es la ilusión óptica en forma de pintura en la fachada de un edificio. Es decir, uno va caminando por la calle y ve que tras una esquina se levanta una avenida llena de tiendas y cuando está a punto de embocarla se da, literalmente, de bruces contra una pared. Contra una pared porque la ilusión óptica es tal que cuesta diferenciar lo real de lo pintado. Lo mismo puede suceder con un quiosco, con una cabina de teléfonos o con toda una fachada de un bloque de pisos que no existe más que en forma de maravilla pictórica sobre los ladrillos. A ver si alguien se anima y en alguna fachada destartalada de nuestras ciudades inmortaliza a la gente que vive en el 13 Rue del Percebe, con sus viñetas y sus diálogos, y así nos hacen reír por las mañanas.

Yo no sé si este fenómeno tan curioso de los trampantojos se da también fuera de España. Supongo que sí, o, si no es así, desde luego que sí debería ser. Digo esto porque según tengo entendido los trampantojos nacieron para embellecer la fealdad de ciertos muros decrépitos y dignificar así el paisaje urbano. Y como la finalidad de los trampantojos es la de hacernos creer que ciertas cosas existen aunque sean mentira, no me explico cómo a las cabezas pensantes del Pentágono no se les ha ocurrido todavía, aprovechando que muchos de los edificios de Bagdad están ahora llenos de agujeros, pidiendo a gritos una mano de pintura, encargarle a algún artista que se suba a un andamio y, pincel en mano, llene las paredes de esas cacareadas armas de destrucción masiva que por lo visto ahora nadie encuentra ni debajo de las piedras. Total, si de todos modos vamos a tener que tragarnos la trola, al menos que el arte, en la medida de lo posible, nos eleve un poco el alma.

11 de agosto de 2003