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Che bandoneón: se extingue el alma porteña

Intérprete de bandoneónn en San Telmo, fotografía de Eduardo Longoni (2004)

Dedicado a Pichuco Troilo,
“el bandoneón mayor de Buenos Aires”,
que en pocos días cumplirá otro año tocándole a Dios

Hace apenas horas se hacia oír en el Carnival Center del Sur de la Florida la copla musical formada por el bandoneonista argentino Dino Saluzzi y la violoncelista alemana Anja Lechner. Una vez más Alemania y Argentina se mezclaban en una simbiosis musical. El bandoneón, una invención alemana, desde su introducción en Río de la Plata a finales de los 1800s y uniéndose al tango, se convirtieron en una dupla inseparable. Una pareja ideal, dos caras de una misma moneda.

 

De la iglesia al burdel

El bandoneón, un instrumento de viento compuesto por un fuelle con caja de madera y un teclado, fue creado en Alemania con la misión de suplantar al órgano, que no podía ser transportado fuera de la iglesia en las misas de campaña, su función fue más cercana a lo sacro que a lo artístico.

Introducido según las anécdotas de entonces por un marinero alemán que lo vendió a José Santa Cruz, un soldado de Mitre que cambió por ropas y vituallas, la pequeña caja de madera se convirtió desde entonces en el portavoz del tango, en su propia alma.

Un instrumento sentimental, dramático y profundo, el bandoneón con el tiempo terminaría por separar al tango del firulete divertido y la herencia candombera. Su marginalidad convirtió al tango con acompañamiento del bandoneón en genialidad en los bailes indecorosos que se empezaban a practicar en los burdeles, primero con las habaneras y después con la milonga. Su sonido desde entonces se podía escuchar en los más de 80 boliches de tango en Buenos Aires. Su sonido ya no era alemán, sino rioplatense, por derecho de amor.

Según medios de la época, unos 30.000 fuelles, como también se les llama, fueron introducidos en Argentina y Uruguay entre los años 1922 y 1930, y se les consideraba propagandísticamente como “el único ideal para una perfecta interpretación del tango”.

 

Sucede lo inesperado

Pero algo trágico ocurrió al estallar la Segunda Guerra Mundial. Las fábricas alemanas fabricantes de bandoneones, convertidas por los nazis en diversos tipos de factorías para la guerra, fueron bombardeadas y muchas destruidas por la aviación aliada. Los bombardeos arrasaron con archivos e instalaciones, se perdieron planos y matrices.

Después, el “real socialismo” implantado en la parte de Alemania bajo yugo soviético (RDA) condenó prácticamente a la extinción al bandoneón, al expropiar en 1949 la fábrica que quedaba para convertirla en una “fábrica del pueblo” (incorporándose en 1952 a la Klingenthaler Harmonikawerke). El año de 1964 trajo consigo el fin de la producción de bandoneones alemanes dedicándoseles entonces a la fabricación de bombas de gasóleo para motores diesel.

Los originales bandoneones rioplatenses tienen unos 160 años de construidos. Con el tiempo y sin querer se han ido perdiendo miles de estas reliquias por la venta de estas a extranjeros que ofrecen miles de dólares para luego sacarlas del país. Hay muy pocos bandoneones viejos utilizables y ninguno nuevo.

Hace algún tiempo la ciudad de Buenos Aires presentó ante el público dos de estos bandoneones históricos. Uno era un “doble A” Luis XV donado a la Comisión de Preservación de la ciudad, el otro se había adquirido en una subasta por el gobierno de la ciudad dos meses atrás habiendo pagado 4.700 pesos por tres bandoneones, cantidades imposibles de pagar por un argentino promedio.

A pesar de varios intentos y algunas leyes locales proteccionistas no se ha conseguido hasta hoy revertir la angustiosa extinción de los viejos bandoneones del tango. Verdaderas joyas patrimoniales de la nación.

La construcción de nuevos bandoneones han sido intentos de constructores aficionados, los de buena calidad se transformaron en piezas heredadas. Por ejemplo: Astor Piazolla heredó el bandoneón de Aníbal “Pichuco” Troilo.

En estos momentos hay más bandoneones fuera que dentro de la Argentina.

 

Un final de película

En el filme venezolano-argentino El último bandoneón, estrenado a finales de año en los cines argentinos, Marina es una chica tímida pero segura de sí misma que tiene como universidad tanguera los subtes y colectivos argentinos, donde toca para ganarse la comida diaria. El eje narrativo sigue a Marina en su dura tarea de conseguir un nuevo bandoneón, un “doble A”, el Stradivarius de los fuelles.

En la búsqueda quedan expuestas actuales realidades inherentes a la nación argentina de hoy.

Como todo final, en El último bandoneón su viejo fuelle no da más. Marina, fibra y talento, emprende entonces el difícil camino.

Allí está ella, feliz y dispuesta, aún con timidez pero segura y resuelta de lo que quiere cuando dice: “Si soñar te da placer, aunque sea difícil hay que hacerlo”.

Ojalá que Argentina encuentre el camino de rescate a su hermoso pasado y la debida protección a su patrimonio nacional.