Comparte este contenido con tus amigos

Brindis de SalasIn memoriam del “Paganini negro” Brindis de Salas

La historia de este lírico bohemio parece un cuento, sin embargo es cierto.

Con la proclamación de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 2011 como “Año Internacional de los Afrodescendientes” nos parece propicia la idea de recordar una figura y excelsa personalidad negra del continente americano cuando se cumplen cien años de su muerte, Brindis de Salas.

 

Su viaje final

Había llegado a Buenos Aires en el vapor español “Satrustegui”, era la segunda vez después de 20 años que visitaba a la Argentina. No sabemos a ciencia cierta para qué llegó allí, ni por qué, aunque los argentinos en su primera visita se habían quedado maravillados por su genio artístico y hasta le regalaron un valioso violín Stradivarius que conservó hasta su muerte. Decían que allí tenía una hija.

Después de haber sido millonario y haber vivido la vida de un monarca, después de haber hecho temblar el corazón de las mujeres que amó, después de haber paseado por el mundo su alma que era un violín, después de tanto amor, de tanto fuego, de tanto sol, de tanta melodía, de tanta gloria y laurel, llegaba esta vez destrozado. Regresaba, esta vez viejo, pobre, sucio, tísico y solo...

En su vida artística aquel virtuoso del violín, hombre alto, hermoso, elegante, caballeroso, amable, pulcro y simpático, de conversación agradable, que hablaba siete idiomas; había tocado por la gloria y la fama; fue un negro único que derrochó el dinero a manos llenas. El cubano se había casado en Berlín con una hermosa baronesa alemana, con quien tuvo dos hijos que fueron también violinistas de cámara del emperador Guillermo II, el mismo monarca que le condecorara con la “Cruz del Águila Negra” haciéndolo barón y así tomando la ciudadanía alemana. En España recibió la “Cruz de Carlos III” del rey de España; la “Orden de Cristo” del rey de Portugal y fue nombrado “Caballero de la Legión de Honor” por la República de Francia. En unos pocos años la esposa alemana le pidió el divorcio cuando Brindis de Salas quiso continuar su carrera de concertista trotamundos.

En sus programas Brindis incluía muchas obras de contenido latinoamericano, como “Boleros”, “La Bella Cubana” y la difícil “Zamacueca”, esta última compuesta por el maestro cubano White durante su estancia en Chile, basado en motivos populares de este país, incorporando además a su repertorio obras como la “Danza Colombiana”, de Morales Pino. Sus giras, además de un triunfo musical, le eran un éxito social y personal cuando se veía admirado por aquella sociedad que rechazaba el color de su piel.

Escribía entonces el periodista argentino Freixas, al ver actuar a Brindis de Salas invitado a la casa del prócer Bartolomé Mitre, y a quien debía haberle abierto las puertas del éxito en ese país: “Brindis de Salas se había puesto de pie, al lado del piano, en el que el maestro Rodó lo acompañaba. Su mano se alzó de pronto, cayendo con el arco sobre las cuerdas del violín. Algo extraño pasó entonces. Aquello era un sonido, una sola nota, pero con su vibración se había apoderado de cuantos estaban en la sala. Desde aquellos momentos todos miraron al mismo punto, y todos parecían seguir con profunda abstracción, y algunos hasta con el movimiento de su cuerpo, los giros de la frase, sus inflexiones, el dibujo sonoro, en fin, el ritmo melódico. ¡Raro efecto! No se oía más que la música; nadie pensaba en que se estaba oyendo a un artista...”. Al ejecutar, Brindis trasmutaba un poder supraterreno; su mirada relampagueaba; sus dedos se multiplicaban, alcanzando agilidades incomprensibles, su arco hacía pesar, en los nervios de su instrumento, la hondura de su espíritu y el torrente de su temperamento, y ebrio de emoción, en una crisis de facultades, derrochaba técnica y expresión a un público que lo escuchaba absorto. Eran todo un espectáculo sus presentaciones.

Esta vez, con sólo breves días en la Argentina, entraba Brindis de Salas en una tienda de cambalache de la calle Rivadavia de la capital porteña para ofrecer en depósito-venta su tesoro más valioso, su violín. Un empleado lo miró con desdén pensando, por su andrajosa apariencia, que era un ladrón. Aceptó los diez pesos que le ofrecieron, estableciéndose un mes para recuperarlo. Luego se alejó, no sin antes cubrir de besos al fino instrumento al que abrazó como si fuera un niño. No se le volvió a ver.

Se cumplen cien años de la muerte de uno de los más geniales violinistas de todos los tiempos... Así... solo y olvidado. Un gran artista que triunfó “sentado de espaldas a su piel” que era más discriminada entonces. Un triste destino de Claudio José Domingo Brindis de Salas Garrido, “Rey de la Octava” como también se le conoció universalmente.