Comparte este contenido con tus amigos

Tarjetas de presentaciónTarjetas de presentación

Según yo, tengo cara de mexicana, pero el mundo no parece percibirme así, a lo largo de los años he ido coleccionando nacionalidades.

Durante mi primer estancia en el extranjero, Ottawa, los canadienses me preguntaban si era de la India, lo cual era un cumplido para mí, en primer lugar porque he visto algunas actrices de Bollywood que me parecen verdaderamente hermosas, y en segundo lugar esto significaba que no tenía un acento demasiado marcado como para delatarme.

Años más tarde me mudé a los Países Bajos. El holandés, que estudié con dedicación y disciplina, se convirtió rápidamente en mi lengua de diario. La mitad de los holandeses no reconocía mis rasgos indígenas ni mi acento, y sin más me enjaretaban la nacionalidad turca (lo cual no es positivo, pues los turcos no son bien vistos en la sociedad holandesa). Y la otra mitad, al escucharme hablar, reconocía un acento familiar —hablas como Máxima, la famosa argentina, futura reina de Holanda, lo cual es cumplido mayúsculo.

Una vez estando de vacaciones en Dubái se me acercó un ruso grandote y con barba y, con voz gruesa, me preguntó: Vy russkiĭ? Vy russkiĭ?, a lo cual contesté en mi pobre pero fluido ruso: Nyet russkiĭ, nyet russkiĭ; esto marcó el fin de la conversación. Pero me hubiera encantado preguntarle: ¿Qué rasgo de mi fisonomía le hace pensar que soy rusa?

Ahora viviendo en Asia mis rasgos y mi acento siguen siendo un misterio. En estos lares la lengua común es el inglés, y no es raro que a la hora de las presentaciones los receptores entiendan mi nombre como Judith en vez de Yuritzi. Esto sólo viene a enmarañar más mi procedencia: hace poco, en una reunión, hice alusión a un viaje a Israel; una pareja que juraba mi nombre era Judy, por aquello del Yuri, concluyó rápidamente que era judía, ¡lo mejor de todo es que ellos son judíos!

Ya se habrán imaginado que el llamarse Yuritzi no es sencillo, siempre tengo que repetir mi nombre, deletrearlo, etc. Y una vez aclarado el misterioso nombre viene otra pregunta: ¿Por qué tienes un nombre japonés?

Ahora encontré la manera de acortar las confusiones, saco mi tarjeta de presentación y enseño mi nombre. El Hernández hace maravillas, mi apellido esclarece mi origen, por fin se me nota que soy latina. Imagínese si me decidiera a llevar el apellido de mi esposo: Yuritzi Huizinga, la de historias que tendría por contar.