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La siesta

“Descanso”, de Vincent van Gogh (1890)

Los europeos creen que la imagen del borrachín recargado en un cactus con sombrero y sarape de colores es una escena de la vida diaria en México. Además de creer que los mexicanos son flojos, están convencidos de que todo el país duerme siesta todos los días.

Casualmente vengo de una familia donde se dormía la siesta. Después de la comida la ropa de vestir iba a una silla y la piyama salía del cajón. Las horas de siesta, tradición en la que no participé durante mi niñez, fueron espacios muy fructíferos: durante estas horas descubrí la historia de Europa, mirando las enciclopedias, donde había muchas fotos y pocos textos, me fui familiarizando con los castillos, las catedrales góticas y monasterios y murallas.

En aquel entonces, mis padres y abuelos podrían tomar la siesta, pues recordemos que las tiendas, escuelas e incluso los bancos cerraban a mediodía. La gente tenía dos horas para comer, muchos regresaban a casa y era posible reposar antes de regresar al trabajo. Hoy en día se trabajan horarios corridos, durante la hora de la comida sólo hay tiempo suficiente para ir al Vips de la esquina y engullir la comida antes de tomar una taza de café o redbull esperando que haga milagros y nos mantenga despiertos por el resto de la tarde.

En Asia la siesta es una práctica muy arraigada y bien vista, que ni los tiempos modernos, ni la vida acelerada han logrado borrar. La gente se duerme en parque o en bancas que hay a lo largo del camino. He visto albañiles que después de la comida regresan a la obra, acomodan los sacos de cemento donde se acuestan, se cubren la cara con sus camisas y se echan un sueño. Así cargan baterías para el resto de la jornada.

Hay una trabajadora domestica de nuestro edificio que saca a pasear al perro, seguro que la mujer anda corta de sueño pues en cuanto el perro hace sus necesidades, ella lo amarra a una esquina de la banca, ella se acomoda en la misma, se tapa la cabeza con un suéter y da una cabezadita. El perro parece sentir simpatía por la chica, pues no se jalonea ni hace ruido, él se queda acostado tranquilamente viendo la gente pasar esperando a que la chica se despierte y regresen a casa.

En la oficina no es raro ver que los empleados hagan a un lado el teclado de la computadora, crucen los brazos sobre el escritorio y se recuesten, se duermen unos quince minutos, después continúan su trabajo como si nada. Nadie los mira raro, y ellos no se despiertan con cara de vergüenza.

En Camboya se acostumbra que los restaurantes, además del área para comer, tengan un área de descanso, cuelgan hamacas para que los clientes puedan reposar al terminar los alimentos. Sin pena y en la comodidad de una hamaca te puedes echar tu sueñito, ¡una verdadera delicia!

No es que los asiáticos se queden dormidos como el oficinista en el metro de la ciudad de México, sino que se acuestan, sientan, o recargan expresamente a dormir, sin pena ni gloria se acomodan y se entregan a Morfeo. Me parece un habito muy sano y lo apoyo, ya va siendo tiempo de que la siesta cobre importancia y pase de ser un cliché europeo y se instalen camas para la comodidad de todos los trabajadores del mundo.