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Ilustración: Todd DavidsonUn don sin uso

Mi abuelo decía que cuando yo era niña me había tragado una brújula, no lo decía porque fuera una tragaldabas, sino por mi sentido de orientación. Desde siempre sé para dónde están los cuatro puntos cardinales, puedo leer mapas y aunque nunca haya estado en una ciudad, me muevo en ella como si hubiera vivido ahí.

Este don me ha salvado de perderme en las barrancas de la Tzaracacua, me ha ayudado a encontrar mi hotel a media noche en Praga, me ha facilitado el moverme en los metros de las grandes ciudades y me ha hecho copilota designada en muchos viajes.

Entiendo los mapas, puedo llegar a cualquier lugar de este mundo, por más remoto que éste sea. Y lo que es aun mejor ¡jamás se me olvidará el camino! Es instinto, siento algo en mi cuerpo que me dirige: da vuelta aquí, sigue tres calles más y luego vuelta a la izquierda y llegamos.

Es una maravilla este don mío, no relieve de la ciudad, medio de transporte, circulación de los autos, señalamientos en idiomas extranjeros, él me orienta. Me toma de la mano y me lleva a mi destino. Muy pocas veces siento que mi brújula se tambalea, de repente el diminuto dispositivo magnético se desalinea dejándome en total obscuridad, entonces necesito detenerme por un momento hasta que la brújula recupera su equilibrio y yo puedo seguir.

Lamentablemente no recibí el kit completo, tengo una pequeña deficiencia: dislexia. Nunca he podido aprender cuál es la izquierda y cuál la derecha. He recurrido a truquillos que me han ayudado temporalmente, por ejemplo un anillito en la mano izquierda, el cual dejó de sufrir efecto cuando comencé a usar anillos en ambas manos. Pero como la insuficiencia sólo es una cuestión de lenguaje no importa mucho, con un “pa’cá, pa’llá”, siempre llego bien.

El otro día iba caminando con una amiga nueva, ella aún no sabía nada de mi habilidad, cuando dudó por dónde seguir, yo rápidamente salí al rescate, la otra sin prestar atención a mis palabras sacó un artefacto de su bolso y en cuestión de segundos un complicado sistema de navegación apareció en la pantallita. El sistema no sólo daba las coordenadas exactas del lugar donde nos encontrábamos, sino un plano de la zona, con opción de mapa satelital, marcando restaurantes y lugares de interés cercanos. El maravilloso iPhone ha llegado a destronarme, sin previo aviso, fui remplazada por la tecnología.

Sentí un amargo sabor de boca, en unos años, todos los celulares contarán con GPS, nadie se sorprenderá ante mi destreza, no habrá turistas en las esquinas quebrándose la cabeza tratando de entender el mapa, nadie se detendrá a pedir o dar señas. Los mapas de papel serán rompecabezas en los museos interactivos. Me quedaré con un don sin uso.

Yura Luna, Hong Kong, China
16 de noviembre de 2010