Comparte este contenido con tus amigos

De regreso a casa

Lukla

Lukla es un pueblito pequeño pero famoso, es el punto de partida para muchas de las expediciones que van al Himalaya. En Lukla hay un aeropuerto único: a una altura de casi 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar y con una pista de aterrizaje de escasos 460 m al borde de un barranco con un muro de contención al final. Entenderán que el tráfico aéreo es únicamente de avionetas, con un máximo de 14 pasajeros y helicópteros.

Tras una semana de caminata entre montanas majestuosas con el Monte Everest al fondo, regresamos a Lukla. A la entrada del pueblo notamos que había muchos turistas; pronto nos enteramos de la razón, desde hacía dos días se habían cancelado todos los vuelos a y desde Katmandú. El clima estaba jugando, primero con fuertes vientos y más tarde con neblina.

Un nuevo día rompió, yo confiaba en que nuestro vuelo, el primero en caso de haber alguno, sí llegaría. Nos acomodamos en la terraza del hotel y vimos cómo el aeropuerto se fue llenando de turistas listos para regresar a casa. Jugamos juegos de mesa, leímos, comimos, observamos a los turistas impacientarse, seguimos esperando. Hasta las 2 de la tarde, cuando se anunció oficialmente que todos los vuelos se cancelaban hasta nuevo aviso.

En ese momento comenzamos a pensar qué hacer, en realidad la situación no era tan grave, si los vuelos se cancelan, sólo hay dos maneras de regresar a Katmandú: con helicóptero o caminando. La solución era perfecta, mucho más cara de lo esperada, pero terminar este maravilloso viaje sobrevolando las montañas hasta llegar al Valle de Katmandú nos parecía muy buena idea.

Al día siguiente, muy de mañana, nos encaminamos a nuestro helicóptero. Hacía mucho frío, las montañas estabas engalanadas con una capa de nieve. Con emoción esperamos las instrucciones de la torre de control. Mientras tanto nuestro querido guía, Naba, esperaba, mochila al hombro, a que el helicóptero partiera.

Naba y Basu, compañeros de profesión, tomarían la segunda opción: caminar de regreso a casa. Su viaje sería de dos jornadas. Caminarían en promedio 8 horas diarias con sólo una pausa para comer. Al tercer día esperaban encontrar un camión que los llevara de regreso a Katmandú. Este camión no tiene horario, puede pasar en cualquier momento, cualquier día. Ellos esperaban tener suerte, cacharlo por la mañana para llegar al anochecer a Katmandú.

No nos damos cuenta, pero lo que para nosotros es normal: viajar en auto, tomar el camión, subirse al tren, volar en avión, es aún para muchos un lujo.

Yura Luna, Hong Kong
23 de enero de 2011