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Mis bisabuelos liberalesMis bisabuelos liberales

Hace casi 100 años mis bisabuelos maternos decidieron que no seguirían las reglas de la sociedad mexicana: dejarían de pertenecer a la a la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa, ellos serían libres pensadores. Tuvieron 8 hijos que no fueron bautizados y que crecieron sin ser partícipes de ninguna tradición religiosa.

Si ahora México es un país en su mayoría católico, no puedo imaginarme cómo habrá sido, hace casi un siglo, tomar una decisión como ésta. Por supuesto que esta, ahora tradición familiar, marcó mi vida. Y me llena de orgullo hablar de mis bisabuelos liberales.

Mi abuela materna nacida en 1920 creció pues en un ambiente poco común, sin bautizos ni misas, sin confirmación ni primera comunión, sin parafernalia católica. Mis abuelos se conocieron gracias a un amigo mutuo. Ella le hizo saber, desde la primea cita, que no se casaría por la iglesia ni bautizaría a sus hijos, pues iba en contra de sus principios y le rompería el corazón de su adorado padre.

El flechazo fue instantáneo, mi abuelo no pudo resistir aquella guapísima mujer y la oportunidad única de tener una familia sin ataduras ideológicas y sin los compromisos sociales que la religión católica conlleva en un país como México. Le atrajo la idea y sin dudarlo propuso matrimonio a mi abuela. Esta historia se repitió con mis papás.

Yo crecí sin religión, sin embargo asistí a todas las misas habidas y por haber. Mi mamá nos enseñó a ir a toda celebración religiosa que nos invitaran, pues quería que aprendiéramos sobre respeto y tolerancia hacia otras creencias. Además teníamos que poner atención durante la misa, porque al finalizar la misma, ella nos hacía preguntas sobre el sermón. Así fue como aprendí los rezos y los cantos que acompañan la eucaristía.

Llego la edad de la primera comunión, todas la niñas del colegio tenían fiesta y vestido de princesa. Moría de envidia no tanto por la fiesta sino por el vestido, así que empecé a dar lata: quiero ser católica, quiero ser católica, y quiero ser católica. A mi madre se le ocurrió una maravillosa idea: organizó mi fiesta de cumpleaños como cualquier otro año, sólo que para este cumple me compró mi soñado vestido de primera comunión, con crinolina y holanes, encaje y tocado para el cabello. Yo obviamente me sentía la más hermosas de las princesas, disfruté de mi fiesta de cumpleaños y jamás volví a decir que quería ser católica.

La idea original de mis bisabuelos de ser libres pensadores surtió efecto: tengo un arcoíris de amistades, con credos y razas distintos. A cada cual lo quiero por lo que es, admiro y respeto su fe. Y cuando me lo permiten participo con gusto en sus celebraciones. Quiero tanto a mi amiga musulmana como a mi amiga judía, me fascinan las obras arquitectónicas de la religión católica y me sorprende la infinita bondad de los hindúes.

La libertad de acercarme sin prejuicios a los humanos, independientemente de sus dogmas, se la debo a mis bisabuelos, que hace 100 años tuvieron una visión y tuvieron el valor para hacerla realidad.

Yura Luna, 27 de febrero de 2011
Hong Kong, China