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Eduardo RuizEl licenciado Eduardo Ruiz

Mis papás, ambos profesores de historia, trabajaron 25 años en la Preparatoria “Licenciado Eduardo Ruiz”. Yo pasé muchas tardes ahí, escribiendo en el pizarrón de los salones vacíos, jugando en las canchas, escuchando clases, haciendo tarea en los escritorios de las secretarias, leyendo en el jumex, la prepa fue como mi segundo hogar.

Mi papá escribió su tesis de licenciatura sobre Eduardo Ruiz. Indagó tanto en la vida de este ilustre político que se encontró con una nieta ilegítima del mismo. Esta señora y su hija, que vivían en una casona en los portales de Uruapan, nos abrieron las puertas de su casa. En la biblioteca, mi padre encontró tesoros innumerables; en los corredores y patios yo encontré miles de escondites.

Tanta cercanía, pero nunca leí la obra de Eduardo Ruiz, ni siquiera su obra más famosa: Michoacán: paisajes, tradiciones y leyendas. De pronto, el año pasado, año del Bicentenario, afloró un nacionalismo desconocido en mí, será la edad, será la lejanía o fue simplemente el furor del Bicentenario, no lo sé, pero por fin leí las tradiciones y leyendas tan ligadas a mi persona, tanto por mi historia familiar como por mi nombre.

Las vívidas descripciones de los paisajes y personajes me trasportaron al reino desaparecido, las leyendas tienen la función de romantizar el pasado y la pluma de don Eduardo Ruiz logra este cometido. Con voracidad leí sobre las diferentes regiones del reino purépecha, imaginé las hermosas doncellas adornadas con exóticas plumas y a los valientes guerreros que mantuvieron a los aztecas a la margen del reino.

Y el final llegó... cuenta la leyenda que Nuño de Guzmán llegó al reino purépecha exigiendo los tesoros del rey Tzimtzicha. Éste se negó a confesar el lugar del escondite y prefirió entregarse como prisionero. Su futuro yerno, Itzíhuáppa, preparó un ejército para atacar a los españoles y rescatar a su rey. Sin embargo, al ver los tormentos que su padre sufría, Mintzita ofreció a Nuño de Guzmán el fabuloso tesoro que se encontraba bajo las aguas del lago de Pátzcuaro, a cambio, claro, de la liberación de su padre. Itzíhuáppa disolvió el ejército y se sumergió en las aguas del lago de Pátzcuaro, donde encontró el tesoro, pero también la muerte.

Nuño de Guzmán, al no recibir el prometido tesoro, mató al rey Tzimtzicha, dejando a Mintzita sin padre ni amado. La dulce princesa, loca de dolor y desesperación, vagó por llanos y cerros llorando su pena. Hasta que llegó a la orilla de un lago donde encontró una flecha que enterró en su pecho. Fue la sangre de Mintzita la que le dio el color rojo al lago de Yuriria.

Yura Luna
5 de junio de 2011