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Tren de Hanói a Lai CaiViajeros al tren

Después de viajar 10 horas en tren llegamos a la localidad de Lai Cai, estábamos a sólo una hora de nuestro destino final: Sapa. En Hanói, los empleados del hotel habían tratado de persuadirnos a tomar el tren nocturno, les parecía absurdo que “perdiéramos” 10 horas viajando de día. Nos aseguraron que no valía la pena, afortunadamente no nos convencieron.

Con la emoción de viajeros primerizos esperamos en el andén la hora de partida. El trajín de la estación tenía un aire familiar, me trasladé a mi infancia cuando viajábamos en tren a la Ciudad de México: la señora de las vendimias, el taquillero, los pasajeros checando la tabla de horarios, los ruidos de la locomotora, en esencia todo conocido, en detalle todo ajeno.

Subimos al carro de primera, equipado con aire acondicionado, sillones suaves y reclinables y mesilla abatible. Todos estos accesorios desgastados por el continuo uso. Nos seguía el vagón de segunda, sin aire acondicionado, con asientos de madera y fijos. Reinaba el caos: niños tendidos en el suelo, jaulas con pajarillos en la rejilla de portaequipajes, viejos fumando y jugando cartas y señoras comiendo semillas de girasol.

El carro comedor era el último, con las ventanas cubiertas con unas rejillas que cortaban el sol, pero le daban un aire lúgubre al vagón. Afortunadamente el tren facilita un puesto rodante de bocadillos y bebidas. La marchanta no hablaba ni una palabra de inglés, por lo que el vagón entero participaba a cada transacción nuestra.

Éramos los únicos extranjeros en el vagón, pero pronto hicimos amigos: hubo intercambio de frutas, de sonrisas y de palabras cuyos significados se quedaron en el aire. Para sellar la amistad nos ofrecieron los asientos con las mejores vistas. Tomamos fotos de algunos pasajeros y ellos en contestación se retrataron con Reint, admirando, una vez más, su altura.

La maravilla de viajar en tren es que te desplazas lo suficientemente despacio para alcanzar a distinguir las figuras del paisaje, mirar de reojo el interior de las casas, llevarte una impresión de los lugares por donde vas pasando.

El sempiterno vaivén del tren es un relajante increíble, como un masaje al alma, que te arrulla suavemente. Caímos en un ensueño delicioso interrumpido de vez en vez por el folklore de la vida campirana en Vietnam.

Yura Luna, 10 de julio de 2011
Hong Kong