XIII. Experimento de letromancia • Varios autores

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Ilustración: Clark DunbarNunca más...

¡Nunca más, nunca más, nunca más!... Sí, sí, nunca más volveré a hacer el primo en mi vida, lo juro... ¡Mira que soy simple!... Primero me gasto un pastón comprando el librito ese de fórmulas mágicas de la Bruja Gamaliela, luego, porque soy idiota, me paso tres horas casi, a la cola en los Grandes Almacenes esperando mi turno para que Gamaliela, que por cierto se llama Pepita Rebollez Zancuda, me firme el ejemplar, yo, tan contenta, porque gracias a mí se ha hecho famosa, y va la muy... y cuando tiene que dedicármelo, me mira fríamente y pregunta: “¿Nombre?”... ¡Vaya, como si no se lo supiera de memoria, la hija... de su madre! Ni caso, vamos, lo mismito que si fuéramos un par de desconocidas. Y voy yo y le digo: “María Isabel”..., muy despacito, y con una gran sonrisa y estoy a punto de añadir: “Qué bien, ¿eh?, tú aquí firmando autógrafos como un personaje, ¡quién lo hubiera dicho cuando fui por primera vez a tu consulta, ¿no?!”, pero ella repite igual que si masticase: “María Isabel”, mientras escribe mi nombre, me devuelve el libro y dice, ignorándome: “La siguiente”, y yo voy y me hago a un lado muy chasqueada, comprendiendo por fin que si alguien te debe su buena fortuna, pierdes un amigo... ¡A la gente no hay quien la entienda, de verdad!

Todo empezó cuando a mí me pasó lo que me pasó y yo lo dije, porque no tenía más remedio que decirlo y ella entonces se hizo famosa. También hay que reconocer que yo no lo pregoné a los cuatro vientos para que ella se beneficiase sino para salir yo del poblema, porque de lo contrario en menudo follón me veo metida, pero, bueno, el caso es que ella se benefició, y además una barbaridad y ya desde ese momento empezó a escurrir el bulto, primero finamente y después a la descarada hasta que hoy, con la firmita del libro ha sido el recochineo... ¡Es que soy tonta, tonta de nacimiento y en el fondo me está muy bien empleado por burra! Porque aunque todo salió por carambola, al menos un poquito de reconocimiento sí que tenía que haber mostrado la Pepita Rebollez Zancuda esa, que bien que se aprovechó de la ocasión sin remilgos y mira por dónde gracias a mí, repito, hoy se la rifan en la tele y sale en toda la prensa del corazón. ¡Está visto que Dios da pan duro al que no tiene dientes!... ¡Anda que si yo sé cómo iba a acabar esto, a buena hora me invento la historia!... Claro que me hubiese perjudicado, pero es que me da una rabia que la desharía, sobre todo después del feo que me ha hecho esta tarde y encima la tía ganando dinero a mi costa, porque su libro que cuando se publicó hace un año, nadie lo leía, se está vendiendo ahora como rosquillas.

¡No hay derecho, hombre, no hay derecho!, servidora matándose a trabajar en casa cosiendo a destajo para un taller de confección en el que te explotan de mala manera y ni siquiera puede alegrarse un poco las pajarillas teniendo un lío con el mozo del supermercado, ese que igual te trae los pedidos a casa, que arregla los estantes, carga cajas, barre o despacha si las dependientas están demasiado ocupadas. Otro desgraciado, 40 años y suerte que tiene este empleo, y separado, y con dos hijos. No sé ni cómo empezó lo nuestro, el caso es que cada quince días disponíamos de un ratito para nosotros, en su coche, en un descampado, de 2 a 4 que es cuando el súper cierra, y hay que ver que por la dichosa faena, siempre en casa como una esclava, anda y que no tenía que hacer piruetas para escaparme del piso sin que me viese la vecina del rellano que es una cotilla y parece que se pase la vida viviendo pegada al ojo de la mirilla de su puerta. Bueno, a lo que iba, que llega ese día y entre 2 y 4 a mi marido, que era albañil, se le ocurre ponerse enfermo, eso lo contarían después los compañeros de la obra, y vuelve antes a casa a echarse un rato a ver si se le pasa, con tan mala suerte, que ese es el día, momento y hora en que se hunde el techo del terrado, el dormitorio estaba debajo, y, ¡zas!, va y lo aplasta como a una chinche... No, si lo que son las casualidades, ¡maldita sea!, porque yo a mi Paco, que en Gloria esté, le tenía ley a pesar de todo y nunca hubiera roto mi matrimonio ni por el mozo del súper ni por cualquier otro que quede bien claro... Bueno, cuando volví y me encontré con el vecindario en la calle y los bomberos y la policía, de poco va que no me da a mí un síncope y me muero allí mismo de la impresión. Entonces se me acerca la fisgona de la vecina y me suelta, como aquel que no quiere la cosa: “¡Menudo susto que nos has dado, creíamos que también estabas en casa, como siempre, y ya ves por dónde hoy habías tenido que salir... Digo yo que muy urgente sería el recado, para dejar la costura a medio hacer, ¿no?”.

Me quedé en blanco, pero por suerte se me ocurrió de golpe la idea salvadora y contesté: “Fue la Bruja Gamaliela; el otro día echándome las cartas ella me dijo: no estés en tu casa el miércoles por la tarde entre 2 y 4, porque algo terrible puede sucederte...”.