XIII. Experimento de letromancia • Varios autores

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Ilustración: Premium LDDiario del año de la peste (y coincidencias)

Tecleo estas últimas palabras apresuradamente y con tapabocas. En unos minutos más enviaré unos cuantos fragmentos del diario de estas últimas semanas en las que no el azar, la mala suerte o Dios sabe qué, se han cebado con este país. Hoy regresamos a las actividades escolares, a la normalidad. Seré juez en un concurso de oratoria en que todos, jueces, participantes y público, portarán un tapabocas.

Nunca había leído a Bertrand Russell hasta que cayó en mis manos la antología de Siglo XXI Editores. Bertrand Russell tiene dos certezas: la matemática, que le salió mal, a pesar de sus Principia Matematica y la de que hay que obrar siempre con la bondad humana. Es el escritor menos apropiado para la columna de esta semana en que el país está desierto y parado. A mi editor la idea no le parece tan buena.

Tras 347 años, una mujer logra ser poeta laureado en Inglaterra. Carol Ann Duffy es la que recibe tal honor. Hace unos meses escribí sobre ella. ¿Anticipación inteligente o buena suerte? Me escribe alguien para que escriba sobre toda su obra. Traduzco un poema que se titula “Caperucita Roja” y escribo la columna.

Recibo un correo electrónico que propone una edición especial de una revista electrónica sobre “las supersticiones, el azar, la cábala...”. Después de leer el correo me levanto a buscar libros en el desorden de la biblioteca. En algún sitio están la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pidal, una brevísima historia de la cábala en inglés con introducción de Harold Bloom, Borges y otros cuantos para que pueda escribir algo repleto de citas.

Lo que encuentro, sin embargo, es un opúsculo (no es una novella, no es un cuento largo, no es una crónica, no es un libro científico) de Daniel Defoe que tiene un título bastante largo y explícito: Un diario del año de la plaga, / siendo observaciones o recuerdos / de los sucesos más remarcables / tanto públicas como privadas que ocurrieron en / Londres durante la última gran visita de 1665. / Escrita por un ciudadano que estuvo / durante toda ella en Londres. / Nunca antes hecha pública.

Esa era la columna que escribiría. ¿Cómo no con una obra que comienza “fue a principios de 1664 cuando me enteré, al mismo tiempo que mis vecinos, que la peste estaba de vuelta (...) en aquellos días carecíamos de periódicos impresos para divulgar rumores y noticias de los hechos, o para embellecerlos por obra de la imaginación humana”?

Y, como viene siendo habitual últimamente, una cita de los diarios de Kafka. Una frase que resulte adecuada. “No es necesario que salgas de casa. Quédate junto a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera. Pero ni siquiera esperes, quédate completamente quieto y solo. Se te ofrecerá el mundo para el desenmascaramiento, no puede hacer otra cosa, extasiado se retorcerá ante ti”. ¿La pandemia para que el mundo se aparezca?

Entre reportes sobre la influenza (¿influencia?) porcina, se nos muere el adelantado Ballard, uno de los últimos escritores que nos había avisado de cómo era el mundo contemporáneo. Se me ocurre escribir un cuento a su estilo sobre la repentina epidemia, pandemia. Tres días después, aún sin escribir nada, el New Yorker publica un inédito acertadamente adecuado.

En un papel encuentro lo que hubiera sido el inicio del artículo para Letralia: “Lo irónico de la suerte, de la mía, es que exista o no exista, sea buena o mala, esta historia comenzaría exactamente igual: ‘siempre podemos ir peor’ ”.

Tengo una amiga que cree en el karma, que en su expresión popular vendría a ser algo como “a quien se porta bien, le va bien”. No la creo, pero siempre le funciona. ¿Será superstición, algún tipo de magia simpática, por atracción, o será coincidencia?

¿Qué ha hecho este país para que le caiga la influenza porcina?, se preguntan las derechas. ¿Qué ha hecho mal la derecha en este país para que le caiga semejante peste?, se preguntan las derechas. Yo sólo pasaba por aquí, repite el ciudadano con una voz apenas discernible bajo el tapabocas.

Pero nuestra sociedad contemporánea ha mejorado. Pero sólo en el estilo. Cuando la epidemia de gripa española, al final de la segunda década del siglo, los curanderos, los limpiadores y otros expertos en, por usar una expresión políticamente correcta, “medicina no occidental” se llenaron. Hoy la primera recomendación del estado es “no automedicarse”, tanto da que la superchería sea tradicional o contemporáneamente química.

La suerte, la buena y la mala, la que buscamos y la que nos cae, la que nos persigue o la que nos elude, no se explica. Las cosas pasan; no nos pasan. Ahí estamos, y hayamos pasado o no bajo la escalera, el tráfico nos pasará por encima. Aunque siempre queda la esperanza de que la relación que tengamos con los acontecimientos que no dependen de nosotros (es decir, casi todo) se base en el principio de indeterminación: la suerte puede saber dónde estamos pero no nuestra disposición. O viceversa.

Charles Dickens lo expresó mejor que nadie: “It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to heaven, we were all going direct the other way - in short, the period was so far like the present period...”. Y nosotros siempre en medio.

PD: Estuve buscando la manera de conjugar la influenza con la triscadeicafobia. Imposible. Instantes antes de entrar al concurso de oratoria busco en mi iPod. Ahí está. Triskaideikadelica. Una canción olvidada de un grupo también olvidado.

PD 2: 999 palabras exactas. Por si acaso. Shantih shantih shantih.