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Galileo Galilei, lector del universo

“Galileo ante el Santo Oficio”, de Joseph-Nicolas Robert-Fleury

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Un hombre dijo que por sobre las invenciones maravillosas de este mundo, prevaleció una mente más que brillante y fue quien encontró el modo de comunicar sus más recónditos pensamientos distantes en el tiempo y en el espacio. Esa mente permitió comunicarnos con los que estuvieron, con los que están y con aquellos que en los milenios estarán. ¿De qué manera? Simplemente con múltiples caracteres sobre un papel; es decir, con el alfabeto.

El hombre que se expresó así fue Galileo Galilei, quien vivió en el siglo posterior al esplendor de la cultura italiana y respiró esa atmósfera que le permitió sentirse también un renacentista en el más amplio sentido de la palabra, conocedor de la música y, según el poeta Giacomo Leopardi, el científico fue el mayor escritor de la lengua. Discutible o no, el mundo de las letras recibió de él uno de los mayores aportes. En la segunda versión del diccionario de la Academia della Crusca del año 1623, único canon a ser consultado para el dialecto florentino, se encuentra una definición de la palabra momento (énfasis nuestro) ingresada al mundo de la ciencia por Galileo en 1605. Una palabra que ha recorrido el interés e investigación de otros académicos de manera anónima y que se transcribe como: “Momento, entre los mecánicos, significa esa virtud, esa fuerza, esa eficacia con la cual el motor mueve y el móvil resiste”.1

La semántica de la palabra, la esencia del significado, permitió al científico encontrar la inmediatez, y desde allí contribuir una ingeniería de palabras que contribuyeran a corporizar sus principios.

Sus estudios iniciales tuvieron como objetivo la medicina, realizados en la ciudad de Pisa. Allí su modo de expresión comienza a relacionarse con la persistencia y el rigor de las teorías. Sin duda fue conocedor del lenguaje pero también tomó distancia con el mismo; así lo demuestra en el Saggiatore cuando escribe: “Porque hoy siento grandísimas náuseas de aquellos altercados en los cuales me deleitaba durante mi juventud, cuando todavía estudiaba bajo el mando del pedante”.

Galileo Galilei no desestima que la soberbia estuviera presente en sus años de estudiante; pero a la vez rescata también ese juego dialógico, desde la mirada del que investiga más allá, de esa esencia que es particular del hombre de ciencia. Desde ese lugar se permite ser personaje de su propia búsqueda, analizando, desafiando, aun, aquello que le era conocido; para seguir adelante atravesando fronteras previsibles e intentando siempre una nueva visión.

Este mecanismo se evidencia también en su obra Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano, donde todo lenguaje se instala entre lo estimable y creíble; pero que, aun así, debió ser demostrado. Aquí el científico tomó de la oralidad, la espontaneidad, ese filón encubiertamente irreflexivo pero auténticamente veraz. Encontraremos entonces a Simplicio, único personaje, con orígenes en la Antigüedad, distante cronológicamente de Galileo, pero que le permitió utilizar una voz intacta en el tiempo y a su vez imprimirle identidad propia. El personaje Simplicio establece, desde una argumentación enmascarada en la simplicidad argumentativa, la desestabilización de lo preestablecido, e instala una duda a develar. Estamos hablando de un mecanismo socrático, para incluir al lector en la alternativa del pensamiento. Sin duda lo pudo realizar Galileo Galilei porque él desglosaba la esfera de la formalidad en función de la divulgación de los saberes.

El científico fue un hombre que, siendo profesor de la Universidad de Padua, no recurría a manifestar en voz alta la incompatibilidad de sus ideas con aquellas de los aristotélicos, excepto cuando utilizaba su pseudónimo de Cecco de Ronchitti, un heterónimo que le permitió expresar aquello que deseaba.

De hecho Galileo fue el primer científico que declaró que “el idioma de Dios son las matemáticas”, como dando a entender que el universo se movía por leyes que se pueden calcular y utilizar recurriendo al lenguaje.2

Una vez afianzado en su nuevo rol social y profesional, Galileo Galilei marcó definitivamente su posición, sobre todo a partir de 1610, época de plenitud en la corte y donde sus declaraciones contenían el alto valor filosófico que de él se esperaba.

En la Feria de Frankfurt se volvió sobre los textos de Galileo, y en uno de los apartados dedicado a la filosofía se lee:

El mensajero sideral despliega panoramas grandiosos y muy maravillosos, y exhibe ante la mirada de todos, en especial de los filósofos y los astrónomos, las cosas que observó Galileo Galilei, patricio florentino y matemático de la Universidad de Padua, con la ayuda de un catalejo que él mismo creó, sobre la faz de la Luna, las innumerables estrellas inmóviles, la Vía Láctea, las nebulosas, y especialmente los cuatro planetas que giran en torno del astro de Júpiter en intervalos y períodos irregulares con una velocidad increíble; los cuales fueron detectados por el autor, pero hasta ahora eran desconocidos.3

Se reconoce que Siderius Nuncius, El mensajero sideral, pequeño ensayo escrito en latín, revolucionó a la sociedad de la época; convirtiéndose en el primer tratado de astronomía basado en observaciones directas a través de un telescopio. Aún hoy se lo considera el primer escrito de la ciencia moderna que permitió ingresar a la práctica científica tal cual se la conoce actualmente.

La vida y la carrera de Galileo cambiaron abruptamente a partir de esta publicación; pues al regresar a Florencia decide abandonar su cátedra como profesor; luego adquiere fama internacional, obtiene el mecenazgo de los Medici y le pagarán 1.000 escudos por año equivalente al salario de un maggiordomo maggiore.

Sus opiniones eran presentadas a la corte, aun intuyendo que el auditorio era poco entendido en cuestiones de astronomía; pero a su vez, sabía que era el espacio más importante para su trabajo y el aval para su desarrollo.

Los Medici tenían especial entusiasmo por los descubrimientos de Galileo Galilei porque en realidad vinculaban también el nombre de Cosme II con el cosmos. En esta especie de mitología familiar, se buscaba nada menos que un origen divino para la poderosa dinastía imperante en Florencia y Galilei contribuye a la misma, bautizando las lunas de Júpiter como estrellas mediceas. A pesar de estas distinciones, la poderosa dinastía hizo que Galileo regresara a Toscana.

Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano, es una obra que en 1632 presta especial atención a los aspectos filosóficos que evidencian los descubrimientos. En ella dialogan tres interlocutores: Simplicio, Sagredo y Salviati (estos dos últimos nombres remiten a personajes reconocibles en el entorno vital y profesional de Galileo). En concreto, diremos que Sagredo corresponde al gentilicio de unos de sus amigos vénetos, quien le recomendara no abandonar los aires libres de la República y se convirtiera en ese amigo fiel de toda su vida. Salviati es el otro interlocutor escogido por el científico, en reconocimiento a su estimado colega; por último, Simplicio, del cual ya hemos comentado brevemente; pero es oportuno agregar que era el apelativo que Galilei recupera de la tradición grecolatina para recordar al filósofo neoplatónico Simplicio, muerto en el año 500 d.C.

Estos personajes, traspasada la esfera de la realidad histórica, dialogan para instalar, a través del debate, la estructura argumentativa y progresiva de la necesidad de acercarse a las definiciones que el científico pisano necesitaba para ampliar, desmenuzar y reelaborar las numerosas cuestiones relativas a las dos concepciones del cosmos: la aristotélica oficial, que va siendo presentada con tosquedad manifiesta por Simplicio; el cual no cuestiona las verdades aceptadas como inmutables del sistema aristotélico ptolemaico. Éste es refutado con perseverancia por Sagredo, manteniendo Salviati una prudencial actitud de reserva, aunque interviene en ocasiones puntuales; porque en realidad es el encargado de abrir el debate con sus preguntas presuntamente ingenuas. El libro recupera y organiza las teorías de Galileo, quien prudentemente elude toda controversia que pudiera incidir en cuestiones cercanas a la religión. Esta publicación concita el interés desmedido y apasionado de toda la comunidad científica internacional; pero su publicación en 1632 no sale de la imprenta porque el papa solicita una nueva revisión del texto a cargo del Santo Oficio, respondiendo a las insistentes opiniones de los detractores que sostenían que Galileo ridiculizaba a su Santidad al pretender identificarlo encubiertamente con ánimo burlesco en el personaje de Simplicio.

Los tribunales de la Santa Inquisición actúan inmediatamente y prohíben la edición y la distribución de la obra, a pesar de ser Galileo Galilei un personaje célebre y de reconocida solvencia intelectual, incluso en ambientes eclesiásticos. Se inicia, de este modo, el proceso contra Galileo.

Recordemos que Galileo Galilei ingresó a la Academia dei Lincei por recomendación de Federico Cesi, donde se cree tuvo inicio la diferencia ideológica entre ambos.

Es llamado el 19 de abril de 1611 por el cardenal, quien solicita oficialmente a Clavius, voz oficial del Colegio Romano (institución científica de los jesuitas que había certificado los descubrimientos pero se sentía en desacuerdo con su interpretación). Clavius remitió un informe confirmando todos los postulados, aunque sin incluir comentarios de ningún tipo. En otro orden de cosas, la curia romana, enfrascada en la lucha contra la rebelión luterana y calvinista, encuentra las ideas copernicanas ajenas a la doctrina católica, por ser consideradas injuriosas respecto de las verdades vertidas en la Biblia; y, en consecuencia, condena su difusión bajo pena de persecución en 1616. En este intervalo de tiempo Galileo Galilei escribe Cartas copernicanas, en un intento de conciliar las Sagradas Escrituras y sus conclusiones. Dedica la última de la serie de cartas a la gran duquesa Cristina de Lorena.

Galileo intenta entrevistarse con Bellarmino, el cual lo recibe rodeado de los dominicanos más renombrados del momento. Así, desde el 26 de febrero de 1616, el pisano conoce que su obra debe ser matizada y maquillada para no incurrir en desobediencia a las mentes del Santo Oficio. Sin embargo, la tozudez que caracterizara la personalidad galileana ya había incidido en el entramado de maquinaciones que lo llevaría a abjurar de su concepción heliocéntrica el 22 de junio de 1633 en el Convento de Santa María Sopra Minerva, ante un nutrido tribunal de dominicanos. Por eso se piensa que el desenlace ya estaba diseñado de antemano, desde que conociera en 1615 la admonición que le remitiera Barberini.

Este hombre, del cual hemos esbozado parte de sus inquietudes y formación, era en definitiva el heredero no sólo de una grande tradición científica, sino también un creativo en el ámbito de la literatura y el arte.

Ha escrito Apostillas sobre Ariosto y Consideraciones al Tasso (Tarso), un juego intelectual que se permitía realizar con el apellido del gran poeta; dedicó un panfleto, Contro il portar la toga, donde hace una crítica abierta a la indumentaria que debían utilizar los universitarios de su tiempo. Entre sus escritos figura su interés por el padre de la lengua italiana y su excepcional obra Dos lecciones a la Academia Florentina sobre la figura, lugar y dimensión del Infierno de Dante, y el argumento y recorrido de una comedia. Se puede decir que pocos intelectuales han forjado, como lo ha hecho Galileo, un movimiento cultural de incidencia histórica. Crítico literario y poeta. En sus ensayos y cartas testimonian la exquisitez de su vocabulario y de una prosa impecable, por lo que junto a Dante Alighieri, Petrarca y otros humanistas, comparte el rol de iniciar una nueva lengua italiana.

Retomaremos la obra anteriormente mencionada, Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano, porque en ella utiliza la forma dialogada y lo realiza en italiano, democratizando el conocimiento, rompiendo con la parcialidad social del latín y ampliando hacia todas las esferas sociales el saber. Pensemos que para la época concebir un texto escrito en italiano implicaba un acto de subversión sancionable, pero el objetivo de la divulgación de las ideas copernicanas iniciaba de este modo su gran recorrido.

El diálogo en cuestión se divide en cuatro jornadas: en las dos primeras se debatirá sobre la resistencia de los materiales y la constitución del cuerpo de la materia, mientras que en las otras dos jornadas se tratará la nueva ciencia.

Galileo, como los científicos de su tiempo, son personas formadas humanísticamente, poseedoras de una cultura que deseaban manifestar e incorporar a sus textos, para formar parte del ambiente tradicional de la literatura.

Todo el Seiscientos ejercitó una influencia decisiva sobre la lengua, en el modo de expresión y en el desarrollo de los géneros literarios.

Basta pensar en el éxito de Sidereus Nuncios cuando el autor afirmaba: Io l’ho scritto in volgare (énfasis nuestro), y sostenía: “Lo he hecho porque tengo necesidad de que cada persona la pueda leer”. El científico será un referente en la escritura del tratado, desde donde argumentará para persuadir.

En 1619 el jesuita Horacio Antonio Grassi Savonensis, profesor de matemática y portavoz del Colegio Romano, publicó Disputatio astronomica de tribus cometis, libro escrito en el más puro estilo escolástico; en el cual se cuida de no mencionar en ninguna línea los trabajos de Galileo, con la intención de provocar una respuesta por parte del científico. Galileo Galilei, al conocer el escrito se siente sutilmente silenciado y hace que uno de sus amigos, Mario Guiducci, publique el Discorso delle comete, en donde el científico florentino expone su tesis y lanza ataques contra aquellos que defienden la teoría de Tycho Brahe (el cual había observado la trayectoria completa de un cometa) y publicada por el jesuita Grassi, quien llegó a decir que los cometas podrían ser un efecto óptico como el arco iris o la aurora boreal.

Para los jesuitas era evidente que la obra firmada por Guiducci era autoría de Galileo.4 Los sacerdotes se sintieron ofendidos; Galileo es advertido por su amigo Ciampole de una posible respuesta por parte de éstos. La misma no se hizo esperar, pues el mismo Grassi publica Libra astronomica ac philosofica, escrita con el pseudónimo anagramático de Lothario Sarsi Sigensano, provocando una vez más a Galileo para que expresara su fe copernicana.

Galileo decide responder con una carta, hecho del cual desistió gracias a los consejos de algunos admiradores, entre los que se contaba Maffeo Barberini, quien fuera elegido papa con el nombre de Urbano VIII, el 8 de julio de 1623.

La demora en la respuesta solamente hizo que Galileo Galilei respondiera a cada uno de los cincuenta y tres parágrafos escritos por Sarsi; finalizando los mismos en un libro cuyo título completo es Il Saggiatore, nel quale con bilancia esquisita e giusta si ponderano le cose contenute nella Libra astronomica y filosofica de Lotario Sarsi Sigensano, el cual tomó finalmente el título de Il Saggiatore, obra publicada coincidentemente con la muerte del papa Gregorio XV y dirigida al cardenal Virginio Cesarini, tesorero del papa, miembro de la Academia dei Lincei y amigo de Galileo, agregando a último momento la dedicatoria a Urbano VIII.

El estilo desenvuelto y variado se sostiene con argumentaciones tradicionales; utiliza el latín en las argumentaciones del científico aristotélico con la finalidad de subrayar el academicismo que distanciaba; no obstante ciertas marcas irónicas, Il Saggiatore logra tener éxito en ambientes eclesiásticos —considerando que Galileo siete años antes había recibido la prohibición del Santo Oficio de profesar la doctrina copernicana y de enseñarla y defenderla por escrito (énfasis nuestro).

El científico pisano instala un debate histórico-cultural el cual ha sido estudiado en su contexto. Spongaro sostiene que “el encanto de la prosa se basaba en la pasión y en el dominio de la misma”.

En realidad su palabra nunca estuvo alejada de la profundidad científica, fue acompañada por un estilo personal, ya sea por su notable predisposición literaria o por su temprana educación en las disciplinas artísticas —su padre, crítico musical y fundador de la Camerata dei Bardi, experimentaba con las cuerdas para demostrar sus propias teorías musicales. El origen mercantil de su familia motiva ausencias por parte de sus padres, que dejan el campo y van hacia Florencia, dejando al pequeño Galileo, primer hijo de la familia, por dos años con Muzio Tebaldi, pariente de su madre, para ser luego educado por Iacopo Borghini. Esto demostraría que su familia trataba de alcanzar el status intelectual a través del arte. Indudablemente esto lo posesionó a trabajar por un cambio, quizá comenzando por adquirir una comunicación diferente a través de la escritura. Era el siglo de los ecos del tardo Renacimiento, donde la rigurosidad por las disciplinas lingüísticas y las formas gramaticales sostenía un ideal clásico y armónico. Es válido mencionar que en este período se tradujo y revalorizó la poética de Aristóteles y fueron conformándose los géneros literarios.

Sapegno, en su libro Actos y memorias académicas de la Arcadia, estudió la juventud de Galileo Galilei y su búsqueda intelectual, donde el amor por la poesía y la naturaleza lo llevó a investigar los orígenes de la Arcadia griega.

Sin duda, al conjugar literatura, matemática y formas correctas de expresión, Galileo se fue vinculando con el mundo de las letras desde un lugar comprometido.

Galileo Galilei poseía una memoria envidiable, reconocida varias veces, y lo demostraba citando a sus autores latinos favoritos como Virgilio, Ovidio, Orazio y Séneca. Fue admirador de Petrarca, del poeta manierista Francesco Berni; del cual revalorizó las figuras retóricas y la enumeración paródica, que diera origen a una poesía satírica.

Su gran poeta fue Ludovico Ariosto, del cual escribe Apostillas a Orlando Furioso y también Consideraciones sobre Tasso; cabe recordar que tuvo escasa simpatía hacia la obra La Gerusalemme liberata, no por el estilo sino por el espíritu contrarreformista que ésta representaba.

Viviani recuerda en relato histórico de la vida de Galileo que éste sostenía que le parecía más bello Tasso pero que le gustaba más Ariosto, sugiriendo que el primero decía palabras y el otro contenidos. De Ariosto, el poeta lunar, admirará el ingenio y la efectividad del poema épico donde se relata la desventura de Orlando Furioso; es oportuno recordar que Orlando había perdido su razón y debía buscarla en la luna, instalando una ruptura de los cánones literarios del momento, como así también el tratamiento estilístico: su octava fue denominada precisamente octava de oro y es el argumento donde Galileo encuentra una concepción moderna de la vida y del hombre.

Se dedicó a la lectura de la Divina Commedia y de Dante Alighieri; escribió Lecciones sobre la forma, la disposición y el tamaño del Infierno de Dante, en los que manifiesta toda su admiración por el escritor medieval.

Su arte poético es poético maduro, lo alejan afortunadamente del gusto poético de su tiempo; distinguiéndose de la prosa profética de Giordano Bruno que en su obra “La cena de las cenizas” había intentado hablar sobre Copérnico y de la concepción fabulosa de Tommaso Campanella en su obra Ciudad del sol. Estos autores distaban ideológicamente de Galileo; ya sea por la diversidad de carácter o por la educación mental. Todas las obras de Galileo son esencialmente de debate y subyacen en ese tono; poseen dos vertientes: una de carácter científico-filosófico y otra literaria.

Galileo Galilei hereda del Humanismo, anuncia la actitud y razón que tendrán los hombres del futuro Iluminismo. Sostuvo la cultura de su época y sentó las bases de la libertad de pensamiento del siglo XVIII.

Su escritura entronca con la prosa literaria del tratado del siglo XV y de la primera mitad del siglo XVI. Tiene ciertas reminiscencias de la tradición de Pietro Bembo; es decir, que se inspira en los modelos cultos de la tradición florentino-toscana. La renueva simplificando la sintaxis de su prosa, con la claridad de su argumento, renovando su léxico y haciéndolo más acorde con la necesidad de comunicación, con la concreción científica de sus descubrimientos y su posición filosófica; esto lo logra conjugando los registros de su estilo que le permiten avanzar en el conocimiento a través del diálogo y ciertas digresiones.

Muchos autores analizaron la prosa de Galileo Galilei. Italo Calvino fue quien, profundamente interesado, se ocupó en algunos de sus ensayos de la obra del pisano. Es el propio Calvino quien en los años 60, pleno apogeo de los viajes a la luna, declara: “Leopardi admira, en Lo Zibaldone, la prosa de Galileo Galilei, por la precisión y elegancia a la par”.

Italo Calvino sostiene que lo ha fascinado la prosa de Galileo, sobre todo cuando habla sobre la luna, porque según el autor es la primera vez que ésta es para los hombres real, casi tangible.

En la lengua de Galileo la luna pareciera dilatarse, perder peso, y se hace presente la admiración del científico por Ariosto, el poeta cósmico y lunar.

La mirada del mundo científico está nutrida de cultura literaria, a punto tal que se podría trazar una línea de lectura comenzando por Ariosto, Galileo, Leopardi y Calvino; recordemos que estos autores han tratado el satélite de la Tierra en sus obras.

Los comentarios sobre la prosa de Galileo se multiplican. Carlo Cassola, escritor neorrealista, dijo: “Credevo che fosse Dante”, refiriéndose quizá a los estudios de cosmología del padre de la lengua italiana; el cual indagó sobre las leyes del universo y las tradujo en palabras.

La especialista en la lengua de Galileo, Maria Luisa Altieri Biagi, subraya que la sintaxis del científico es altamente compleja y hace referencia al uso de las proposiciones unidas por la subordinación, pero que también está dispuesta a la coordinación, a la aceleración del ritmo hasta llegar al estilo fragmentado, consistente en períodos de una sola frase; otros son indicados por la puntuación utilizada como modelo del siglo.

La prosa de Galileo no admite una lectura intuitiva ni una comprensión apresurada ni distraída. La escritura tiene relación con lo neutro, pero que a su vez deja entrever lo racional. Esto se lee en Seis propuestas para el último milenio, ensayo de Italo Calvino publicado póstumamente, donde el autor dice que a la escritura de Galileo se le podría aplicar la leggerezza combinando unidades mínimas y la rapiditá, citando para ello la metáfora del caballo utilizada por Galileo para demostrar la velocidad de la mente humana, imagen utilizada por primera vez por el científico pisano.5

La velocidad de pensamiento se percibe en Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en la voz de Sagredo; mientras Salviati es quien razona y procede con prudencia, Sagredo imprime un discurso veloz.

La escritura de Galileo utiliza especialmente la nominalización, las repeticiones de palabras, de sinónimos, de fórmulas o palabras apositivas.

Galileo empleó el baricentro, que siendo un término específico de la física y la geometría, es utilizado para representar sintáctica y semánticamente aquello que el científico consideraba un centro, un punto de equilibrio de la estructura de las frases y del significado al final del período; con el cual podía anticipar frases objetivas, otras secundarias de manera explícita o implícita, cambiando de algún modo al final el equilibrio sintáctico de toda construcción.

Veamos por ejemplo, en la introducción a la cuarta jornada, fragmentos del diálogo:

SAGREDO.- No sé si realmente venís a reiniciar nuestras discusiones más tarde de lo normal, o bien si el deseo de oír las ideas del señor Salviati en torno a materia tan curiosa ha hecho que me lo pareciera. Durante una hora larga he estado ante la ventana, esperando que de un momento a otro apareciera la góndola que he enviado a traeros.

Galileo usa la metáfora y la comparación como elemento de persuasión, igual que hacen los periodistas científicos actuales.

SALVIATI.- Decidme ahora, señor Simplicio, si se os presentaran mil pedazos de distintas materias, pero cada uno envuelto y cubierto en un paño que lo ocultara, y se os pidiese que, sin descubrirlos, tratarais de adivinar por los signos exteriores la materia de cada uno, y al intentarlo os encontrarais uno que mostrase claramente tener todas las propiedades que vos sabéis que residen sólo en el imán y en ninguna otra materia, ¿qué juicio os formaríais de la esencia de tal cuerpo? ¿Diríais que podría ser un trozo de ébano, o de alabastro o de estaño?

SIMPLICIO.- Diría, sin dudarlo un momento, que es un trozo de imán.

SALVIATI.- Si esto es así, decid también decididamente que bajo esta corteza de tierra, de piedras, de metales, de agua, etc., se esconde un gran imán, puesto que quien se toma el trabajo de observarlo descubre en torno a ésta exactamente los mismos accidentes que se ven que afectan a un globo de imán auténtico y descubierto. Puesto que, aunque no se viese más que el (accidente) del eje de inclinación, que llevado alrededor de la Tierra, se inclina más y más a medida que se aproxima al polo boreal y menos hacia el ecuador, donde finalmente se equilibra, debería bastar para persuadir a la mente más reticente.

También utiliza verbos que expresan emoción y emiten juicios de valor.

SALVIATI.- Yo alabo, admiro y envidio al máximo a ese autor (Gilbert) por el hecho de que se le ocurriera una idea tan excelente acerca de una cosa manejada por innumerables ingenios sublimes, ninguno de los cuales la advirtió.

Es una estructura al revés: rica al inicio de proposiciones que se van colocando en un punto hacia la base de la oración principal. Este efecto hace que el lector de sus escritos quiera llegar hasta el final de la lectura. Citamos el pasaje donde Salviati critica la argumentación aristotélica de Simplicio, para quien el 3 es un número perfecto.

Sabido es que principio, medio y fin son tres; el número tres, considerado el número perfecto, posee la facultad de atribuir perfección a quien lo posea; es así que no siento yo cosa que me mueva a admitirlo; y no entiendo y no creo que, de este modo, sea el número 3 más perfecto que el 4 o el 2.

Es la estructura favorita de Galileo en situaciones de diálogo que implican tensión argumentativa, por la presencia de dos pensamientos contrarios en pleno agón y en busca de convencer sosteniendo las propias posiciones anteriormente mencionadas.

En textos expositivos prevalece generalmente la estructura inversa que organiza una progresión lineal; en Galileo los dos tipos de organización del discurso son disponibles, imprimiendo movimiento a su línea discursiva. Galileo observaba que la combinación alfabética, como citamos inicialmente, era el instrumento insuperable de la comunicación. Las fuentes provenientes de la oralidad fueron la base de su prosa, espacio donde experimentó sus efectos y los cristalizó en los diálogos.

Galileo, y también Calvino, observaron en distintos siglos que la literatura era la comunicación entre lo diverso.

Sintetizando, se puede decir que existe en Galileo un modelo de escritura, de elegancia, de vigor y de precisión.

Esa luz del universo que lo atrapara para que él lo descifrara, fue cegando los ojos de este hombre que sintió que había traicionado su profesión según sus propias palabras; y que, 400 años después, hiciera escribir al dramaturgo Bertolt Brecht respecto a este mismo tema: “Desgraciada es la tierra que necesita héroes”.

A pesar de los avatares Galileo Galilei permanece eterno en la memoria de los siglos; el mismo que, según la leyenda, pronunciara la célebre frase al final del proceso donde fuera juzgado por haber contravenido las ideas de la iglesia católica: Eppur si muove!

 

Bibliografía

  • Altieri Biagi, Maria Luisa. Galileo e la terminologia tecnico-cientifica. Florencia. 1965.
  • Calvino, Italo. Lezioni americane. Verona. Mondadori, 2005.
  • Catalogus universales pro nundinis.
  • Galilei, Galileo. Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano. Madrid, 1995.
  • Galileo, vida, pensamiento y obra. España, 1999.
  • Galluzzi, Paolo. Momento. Roma, 1979.
  • Marquina, José; Ridaura, Rosalía; Álvarez, José Luis, y Quintana, Manuel. “Il Saggiatore, un libro poco recordado”. Revista Ciencias, Unam, Nº 41, pp. 4, 5. Enero-marzo 1996. México.

 

Notas

  1. Galluzzi, Paolo. Momento, Edizioni dell’Ateneo, Roma, 1979, pp. 227-246.
    Altieri Biagi, María Luisa, Galileo e la terminologia tecnico-scientifica. Ediz Olschki, Florencia, 1965, pp. 44-45.
  2. Galileo, Grandes pensadores. Editorial Planeta D’Agostini. España. pp. 21. 1999.
  3. Catalogus universales pro nundinis Francofurtensibus vernalibus de anno MDCX. El texto es una transcripción del frontispicio original de Siderius Nuncios.
  4. Marquina, José; Ridaura, Rosalía; Álvarez, José Luis, y Quintana, Manuel. “Il Saggiatore, un libro poco recordado”. Revista Ciencias, Unam, Nº 41, pp. 4, 5. Enero-marzo 1996. México.
  5. Calvino, Italo, 2005, 32, 50, 51, 52.