Libertad de expresión, poder y censura • Varios autores
Fotografía: Beau LarkDe periodismo y periodistas
La verdad: un camino sin atajos

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Querido Diario:

Un día como cualquiera, mientras caminaba por las calles como lo hago cada día, buscando verdades que no se creen y admirando mentiras cuya grandiosidad atrae, me enfrenté a un montón de situaciones que en ese momento no supe traducir en palabras. Creo que ése es siempre el problema más común para nosotros, no encontrar las palabras adecuadas para transmitir lo que la gente ve, lo que piensa, siente y necesita.

Frecuentemente recibo felicitaciones de amigos y parientes por mi trabajo y me pongo a pensar si en realidad las merezco, quién las merece y quién no. Por eso hoy quiero contarte algunos hechos que me dan vueltas en la cabeza y me replican en la vocación.

Muchos son los que mueren anualmente en el lugar de los hechos, víctimas de las guerras, de las guerrillas, de enfrentamientos armados, del narcotráfico. Víctimas de su trabajo y de su propio esfuerzo...

Muchos son los que ceden su obligación de información y de servicio a la comunidad por intereses personales y egoístas que les sirven de voluntaria mordaza...

Otros —los menos famosos y los más relegados— son los que denuncian con la verdad en los labios y las pruebas en el papel las injusticias, la corrupción y los abusos. Su mordaza fue más de una vez la muerte.

Y otros “engordan su vista” hasta el punto de apretar la mano del opresor mientras pisan al oprimido...

Algunos son los que en realidad salvaguardan con su fiel y correcto cumplimiento del deber la profesión del periodista.

Todos ellos —hombres y mujeres— bajo la bandera del periodismo. Todos privilegiados con la libertad de expresión, un arma de doble filo si sus límites se desconocen. Quien no se siente responsable y comprometido con lo que hace, no tiene libertad, y ese es un gran riesgo. Después de todo me di cuenta de que esta profesión es un riesgo total. Arriesgo a la gente cuando callo y la arriesgo también cuando escribo. Riesgo total, porque es arriesgado el que no se separa de la verdad ni se deja tentar por las riquezas de la mentira. De todos modos espero que como yo, muchos otros y algunos más reflexionen antes de aceptar complacidos una felicitación.

Un periodista.

La profesión más hermosa del mundo, como diría Gabriel García Márquez, es también una de las más peligrosas, una de las más importantes y actualmente una de las más vulnerables. El oficio que apasiona a muchos es también una cambiante realidad social en la que se entretejen con cierta complejidad el delicado tema de la ética y el de la libertad de expresión entre muchos otros. En este breve ensayo me he propuesto indagar ese abigarrado entretejido que actualmente se extiende en Latinoamérica con matices diversos y especialmente desde la perspectiva que me brinda el ser boliviana y periodista y escritora independiente, mas no apolítica.

 

De libertades y derechos

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; por la libertad así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.1 Lejos de la realidad utópica de molinos y caballeros en la que vivió aquel ingenioso hidalgo de un lugar de La Mancha cuyo nombre no recuerdo, cabe preguntarse qué es lo que en realidad son capaces de aventurar los periodistas a la hora de sentirse libres en el ejercicio de sus funciones y qué es lo que esa realidad encierra en el fondo.

Los tiempos de don Quijote han cambiado drásticamente, la libertad ya no es sólo una, se ha diversificado convirtiéndose en la bandera de las más impensables consignas que la globalización actual ha engendrado a nivel mundial. Para el caso que nos ocupa, nos interesa conocer la libertad de expresión, que según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), mantiene el principio de que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión. Este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir información y opiniones y de difundirlas sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.2

Las libertades van de la mano de los derechos, por lo que ahora nos concierne saber a qué se refiere el derecho a la información “entendido como el derecho que asiste a la sociedad para estar informada fidedignamente, sobre las cuestiones fundamentales, cuestiones que más interesan para actuar cotidianamente y participar en la vida pública como ciudadanos”,3 es en síntesis:

  1. un derecho que no restringe a ningún grupo social o profesional;
  2. con carácter amplio y social;
  3. un derecho de la comunidad y de la sociedad.

Libertad de expresión y derecho a la información cóncavo y convexo establecen una relación teóricamente complementaria y no excluyente si nos remitimos exclusivamente a los ciudadanos y ciudadanas que cuentan con los medios necesarios para acceder a la información fidedigna a la que tienen derecho, pero éste no es el tema que nos ocupa en esta ocasión.

 

Un fugaz recorrido por el camino de la historia

Los datos que se presentan a continuación delimitan el territorio sobre el cual ha marcado su sendero el quehacer legal de los periodistas bolivianos en busca de un reconocimiento jurídico, de defensa de su labor y de principios éticos que rijan su trabajo y que eviten los abusos de poder y las agresiones en contra de los reporteros, y que ha tomado como punto de partida la irrenunciable libertad de expresión del ser humano.

El 7 de diciembre de 1826, a más de un siglo de la fundación del actualmente llamado Estado Plurinacional de Bolivia, se aprobó la Ley de Imprenta que estableció por primera vez la facultad de cualquier ciudadano boliviano para publicar sus pensamientos en la prensa, así como la prohibición de injuriar a las personas, de publicar materiales opuestos a la decencia, a la moral y contra las leyes del Estado. Se clasificaron en dos categorías las penas —destierro y multas—, y se institucionalizó el juicio por jurados y la obligación de los editores de prescindir de los impresos anónimos.

El 25 de febrero de 1850, durante el gobierno de Manuel Isidoro Belzu, se promulgó el decreto de la libertad de imprenta y clasificación de sus abusos. Y el 5 de octubre de 1855, el gobernante boliviano, general Jorge Córdova, decretó la obligación de que toda publicación esté firmada por el autor o responsable.

En el gobierno de José María Linares se implantaron —con el decreto del 31 de mayo de 1858 las limitaciones en defensa de la razón, la decencia y la moral, bajo el criterio de que la prensa era contraria a la autoridad establecida. Se anularon los jurados de imprenta y se prohibió a los periodistas opinar sobre los actos administrativos del gobierno y participar en la política.

La ley del 14 de agosto de 1861, denominada Reglamento de Imprenta (durante el gobierno de Adolfo Ballivián) puso nuevamente en vigencia a los jurados y precisó cuatro categorías de delitos:

  1. contra la religión,
  2. contra la constitución,
  3. contra la sociedad y
  4. contra las personas.

El 21 de octubre de 1887 una nueva ley reconoció la inviolabilidad del secreto de imprenta (derecho del periodista a guardar en reserva la identidad de la fuente de información). Y durante el gobierno de Aniceto Arce se estableció en el Reglamento de Imprenta del 1 de junio de 1889 el derecho de ejercer la industria de la imprenta.

Un nuevo Reglamento de Imprenta promulgado el 17 de julio de 1920 sirvió de base a la actual Ley de Imprenta aprobada el 19 de enero de 1925. Esta ley realizó trece modificaciones al Reglamento de 1920; una de las más importantes fue la de establecer el derecho de publicar sin censura previa, además se clasificaron los delitos en tres niveles:

  1. atentatorios contra la Constitución,
  2. destinados a confundir a la población y
  3. dirigidos a injuriar a personas o instituciones.

En julio de 1917 el reconocido escritor boliviano Franz Tamayo organizó la Federación de Periodistas Independientes y en 1944 logró que el Congreso de la nación aprobara su proyecto de ley que prohibió el anonimato en la prensa.

Durante la dictadura del general Hugo Banzer Suárez, el 9 de noviembre de 1974, se decretó la obligación de la prensa de encuadrar sus actividades al mantenimiento de la paz social y coadyuvar al esfuerzo nacional para el logro de sus objetivos. Por supuesto que los periodistas que no se encuadraron y terminaron en el exilio, la cárcel y el cementerio.

El 9 de mayo de 1984, el gobierno democrático del doctor Hernán Siles Zuazo puso en vigencia el Estatuto Orgánico del Periodista Boliviano, estableció los derechos del periodista a la libertad de expresión, a ser informados e informar, a mantener el secreto profesional, a una remuneración suficiente para una vida digna, a la seguridad social, a una fuente de trabajo a pesar de sus creencias u opiniones divergentes y a ser indemnizado si llegara a ser despedido por su posición ideológica contraria a la del medio. Se dispuso que las faltas éticas fueran puestas en consideración de los tribunales de honor de las organizaciones sindicales o profesionales del rubro y, dependiendo de la gravedad de la falta, que fueran consideradas por la justicia ordinaria.

En 1990 la Federación de Trabajadores de la Prensa de Bolivia (FTPB) firmó su Declaración de Principios y un año más tarde, el 10 de marzo de 1991, en el X Congreso Ordinario de Trinidad, se aprobó el actual Código de Ética Periodística Boliviano.

En la actual Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia4 se hace referencia igualmente al derecho a la libre información y al derecho de libre expresión de los ciudadanos: las bolivianas y bolivianos tienen derecho “a expresar y difundir libremente pensamientos u opiniones por cualquier medio de comunicación de forma oral, escrita, o visual, individual o colectiva, a acceder a la información, interpretarla, analizarla y comunicarla libremente, de manera individual o colectiva”. Asimismo el segundo acápite del artículo 107 establece: “La información y las opiniones emitidas a través de los medios de comunicación social deben respetar los principios de veracidad y responsabilidad. Estos principios se ejercerán mediante las normas de ética y autorregulación de las organizaciones de periodistas y medios de comunicación y su ley”.

El camino recorrido no ha sido corto, y sin embargo aún existe un vacío normativo en cuanto a la actual realidad comunicacional boliviana y en cuanto a una concepción global democrática del fenómeno de la información y la comunicación. La Ley de Imprenta que rige la actividad periodística del país data de 1925 y no responde al vertiginoso avance tecnológico con el que actualmente tienen que lidiar los medios de comunicación tradicionales (periódicos, radioemisoras y televisoras): la soberanía de Internet y su inminente incursión como medio de comunicación masiva es un hecho que requiere de una nueva legislación.

La ética profesional tampoco puede considerarse como un único y rígido principio en este campo y tanto como los medios de comunicación, debe adaptarse a las nuevas formas del periodismo y a las circunstancias políticas y sociales que en los últimos años han requerido de un periodismo más constructivo, orientador y sobre todo integrador en el caso boliviano. La política tiene mucho que ver en este aspecto, pues ha sido la piedra en la que la prensa ha dado sus peores tropezones en la última década, no nos referimos solamente al hecho de ver convertidos en candidatos presidenciales a verdaderas lumbreras del quehacer periodístico (el caso más claro fue el de Carlos D. Mesa en el año 2002 y el de María René Duchén el 2005; Mesa llegó incluso a ocupar la silla presidencial en el año 2003, sin embargo su gestión fracasó y dio lugar junto a otros hechos a la primera victoria electoral del socialismo en Bolivia), sino también a la toma de posición ideológica que los periodistas han asumido particularmente desde la histórica llegada a la presidencia del primer indígena boliviano, Evo Morales Ayma.

Todavía soy una convencida de que es imposible no asumir una posición política, las personas —sean éstas periodistas o no— pueden perfectamente no conjugar con los principios de un partido político, pero difícilmente podrán considerarse seres apolíticos; el no emitir ninguna opinión es de por sí asumir una. Se respeta la posición ideológica de cualquier ser humano o al menos debería respetarse, pero la primera responsabilidad social del periodista debería seguir siendo la de informar la verdad de manera imparcial y objetiva, y en el caso boliviano el polémico abandono de esta responsabilidad por parte de los hombres y mujeres de la prensa ha alcanzado niveles impensables, tales como el enfrentamiento abierto con el primer mandatario de la nación y otras autoridades de gobierno. La prensa ha dejado de ser un medio informativo para convertirse en un protagonista político que lamentablemente ha descuidado su vocación de servicio.

A nivel internacional los intentos para formular un código de ética periodística se iniciaron en el año 1936 cuando se formularon los principios de la Unión Internacional de Asociaciones de Prensa (Iupa); el intento fracasó porque no reflejaba las opiniones de todos los profesionales activos.

En 1948 surgió una nueva iniciativa para establecer un código de ética fomentada por la Conferencia de la Organización de Naciones Unidas para la Libertad de Información, sin embargo este intento tampoco prosperó debido a los embates de la Guerra Fría, razón por la cual fue eliminado en 1954 por la asamblea general de países.

En 1978 se firmó la Declaración de la Unesco sobre los Medios de Comunicación Masiva, que lejos de establecer un código ético internacional propiamente dicho, se limitó a señalar como tarea del periodismo el fortalecimiento de la paz y la promoción de los derechos humanos.

El 24 de julio de 1979 en Caracas, la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap) aprobó el Código Latinoamericano de Ética Periodística. Rescatamos de él las acciones violatorias a la ética profesional:

  1. el plagio y el irrespeto de la ética profesional,
  2. el soborno, el cohecho y la extorsión,
  3. la omisión de información de interés colectivo,
  4. la difamación y la injuria.

En 1983 la IV Reunión Consultiva de Organizaciones Internacionales y Regionales de Periodistas Activos del Mundo en Praga y París emitió diez principios de ética profesional considerados básicos y basados en los códigos de ética profesional nacionales y regionales. El documento propone un comportamiento ético de respeto a la dignidad humana, adhesión a la verdad y a la realidad objetiva principalmente.

El Informe Final de la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de Comunicación de 1980, conocido como informe MacBride (“Un solo mundo, voces múltiples”),5 define cuatro responsabilidades para los periodistas:

  1. para con los órganos de información y en función de su estructura interna,
  2. responsabilidad social para con la opinión pública y la sociedad,
  3. responsabilidad derivada del respeto a la ley, y
  4. responsabilidad internacional de respeto a los valores universales.

 

Una realidad de carne, hueso y sangre

El esfuerzo que han llevado a cabo y por el que aún luchan los profesionales del periodismo en pos de códigos y principios éticos que regulen su actividad, protejan la libertad de expresión y que eviten abusos y excesos en su contra, presenta sin embargo profundas carencias en cuanto al cumplimiento de dichas normas, especialmente en lo que se refiere a la protección de la integridad física de los reporteros debido a su labor informativa y de investigación; la libertad de expresión —dicho de otra manera— sigue siendo motivo de crímenes y atentados contra medios de comunicación y sus trabajadores.

Según datos revelados por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en los últimos años en América Latina “han sido asesinados 220 periodistas y la mayoría de los casos aún no han sido resueltos. Los asesinatos han sido causados por guerrilleros, fuerzas militares, delincuencia común, paramilitares y fanáticos, entre otros”. Los últimos casos datan de enero y febrero de 2010, se trata del asesinato de los periodistas mexicanos Jorge Ochoa Martínez, Valentín Valdés Espinosa y José Luis Romero, encontrados asesinados y cuyos casos no han sido resueltos hasta la fecha.

Solamente en el año 2009 un total de 30 periodistas fueron asesinados en América Latina y el Caribe, según informes de la Federación de Periodistas de América Latina y el Caribe (Fepalc). La estadística sitúa a México, con 13 víctimas, como el país de más riesgo para el ejercicio del periodismo en la región. A la lista se suman Colombia, con seis asesinados, Guatemala, con cuatro, Honduras y Brasil, con dos, El Salvador, Venezuela y Paraguay, con uno.6

 

Tentaciones irresistibles o periodistas pusilánimes

El otro lado de la medalla nos remite a los abusos de la libertad de expresión que cometen los propios periodistas. La realidad del periodista como sujeto de necesidades, ambiciones, aspiraciones y hasta tentaciones es un mundo muy particular en el que bien puede hablarse de una ética individual y privada que el periodista no suele compartir.

La ética —dice el periodista y escritor ecuatoriano Rubén Astudillo— tiene que ver con la vocación y formación del comunicador. Depende de su capacidad de sobreponerse a la autocensura, a las amenazas tanto como a los halagos, depende de su capacidad de ser inmune al “estrellismo” a toda costa y a como dé lugar, de la precisión y la imparcialidad de su trabajo. Sin un férreo sentido profesional, la ética está condenada a no ser nada. Los códigos y todas las discusiones en torno al deber ser de la comunicación frente a la democracia, la identidad y la liberación, son ejercicios inútiles.

Astudillo admite que no sería justo exigir un comportamiento ético sólo al comunicador, hay que pensar en una ética del lector o del espectador. Una sociedad ávida de sensacionalismo no es el mejor incentivo para el comunicador honesto. Opera, pues, una doble ética: la del que entrega el mensaje y la del que lo recibe.

En el caso de quien entrega el mensaje se han catalogado como algunas formas de corrupción en el periodismo las siguientes:7

  1. la creación artificial de hechos noticiosos para confundir o distraer la opinión pública y evitar así que temas que sí son de relevancia obtengan la atención que merecen;
  2. las campañas infundadas para destruir la imagen de una persona o grupo que no es afín a la ideología de los dueños de los medios o que amenaza el “status” de los grupos económicos y políticos a los que está vinculado el medio;
  3. la promoción desproporcionada de candidatos a puestos públicos afines con la orientación política del medio;
  4. la presentación descontextualizada de las noticias para distorsionar las conclusiones del público;
  5. la censura sobre temas y contenidos noticiosos que puedan ofender a los anunciantes o al partido gobernante;
  6. las tendencias y acciones para monopolizar la propiedad de los medios de comunicación y el control de las frecuencias radioeléctricas, y la exclusividad de las fuentes informativas;
  7. los cruces y dualidades de periodistas con funciones de relacionistas públicos o promotores en oficinas gubernamentales; y
  8. la complicidad en las regulaciones y prácticas gubernamentales que comprometen la independencia periodística, como las leyes antiprensa o el uso arbitrario de la publicidad oficial.

Otras consideraciones importantes, no sólo ligadas a la ética profesional, se refieren a la situación que ocupan los periodistas en sociedades como las actuales: corruptas, mercantilistas y comerciales, en las que los valores luchan duramente para no perecer en el olvido. Por eso los periodistas no deben verse como indispensables, deben reconocerse como necesarios, que es diferente. A partir de ello, el dilema nace de la propia “autovisión y autoubicación” del periodista en la sociedad: ¿es primero ser humano que periodista o es primero periodista que ser humano? La primera posición parece ser la más acertada. El periodista no tiene que perder su propio centro de equilibrio humano-profesional, pues del primero depende la sociedad en cuanto a la solidaridad y a la propia convivencia social, y en el estricto sentido del segundo término, la dependencia de la sociedad se refiere al derecho de estar informada fidedignamente. Ambas mitades del equilibrio son a la vez dependientes y con autonomía propia, actúan como un sistema. Nadie más que el periodista, en cuyo interior residen ambas posiciones, reconoce la división limítrofe de cada una y el grado de intervención adecuado de una sobre la otra.

Según esta forma de ver la esencia del periodista y de su labor, los códigos y principios de la ética periodística tienen una gran limitación, y es que se ciñen a la dimensión estrictamente material de los periodistas, y por doble partida, porque están suscritos en papeles y porque señalan las normas bajo las cuales deben regirse las actividades externas de los periodistas.

Lo que se intenta poner sobre el tapete es la dimensión interior, íntima y prohibida que tienen los periodistas como seres humanos. En ella radica una ética inexpresable que no es la conciencia, recibe el nombre de moral, que es un constante conflicto por los más mínimos detalles y hasta por las más grandes dificultades. La tendencia no es la de retratar al periodista como un ser sobrenatural, raro, misterioso y diferente, el objetivo se dirige a comprender el muy particular sentido de vida que tiene un periodista. Esta particularización señala el sentido de vida no sólo para aquellos periodistas que tuvieron y aún tienen la suficiente entereza y templanza a la hora de sujetarse con uñas y dientes de la verdad cuando los vientos del interés personal y egoísta soplan sobre sus caras, se refiere también a todos aquellos periodistas que se dejaron llevar por las más suaves brisas, los fuertes vendavales y los verdaderos huracanas de la mentira y la corrupción, porque les queda en el recinto íntimo de esa ética inexpresable (moral) y en su conciencia, que dejaron escritas en las páginas de la historia de las naciones huellas de pulcras verdades o borrones y tachaduras difíciles de eliminar.

 

El párrafo final

Este breve ensayo cumple con el objetivo de conocer los fundamentos éticos por los que han luchado y aún lucha el periodista en América Latina en general y en Bolivia en particular, cumple también con la intención social de componer el rompecabezas de los periodistas y del periodismo: una labor y unos protagonistas que están viviendo una evidente crisis y que requieren de una profunda y más contundente reflexión acerca de su responsabilidad social, porque el camino de la verdad es sólo uno y no admite atajos.

 

Bibliografía y fuentes de información

 

Notas